Hacer un folio sobre la Constitución se parece mucho a hacer un discurso sobre economía.
–¿No has pensado nunca, Ken, que hacer un discurso sobre economía se parece mucho a mearte por la pata abajo? –dijo un día a Galbraith el presidente L.B.J., con su famoso “énfasis johnsoniano”–. Uno nota el calor, pero nadie más se da cuenta.
Pero ahora que los “excedentes de cupo” en los partidos españoles se disponen a reformar la Constitución, hay que evocar “el espíritu de Weimar”.
–A Weimar le ha tocado en desgracia, que no en suerte, el sambenito de la famosa Constitución –escribió Ruano desde Weimar.
Diciendo “el espíritu de Weimar” decimos la mayor pelea de juristas que se recuerda, algo así como una pelea con almohadas de novicias en el internado, sólo que en lugar de plumas de ganso volaban conceptos de catedrático. Partidarios de la “representación” contra partidarios de la “integración”, y ganaron los “integristas”, con sus sistemas proporcionales y sus listas de partidos, una alfombra, al final, para Hitler, ese señor que hoy compite con Revilla y con Pablemos en presencia en los medios, “porque da audiencia”.
Nuestros constitucionalistas del 31, bodoques del krausismo con beca en Alemania, se trajeron “el espíritu de Weimar” para su pijiprogre “República de trabajadores”, una alfombra, al final, para el guerracivilismo español.
Y nuestros constitucionalistas del 78, “ghostbusters” de los espíritus de Fuengiorala y del 12 de febrero, con la idea de “integrar a todos” en el Estado, metieron el “espíritu de Weimar” en esa Constitución que ya todos quieren reformar (la Constitución que lo es se enmienda, no se reforma) y por la que ya marcha francamente, él el primero, Pablemos y su “democracia avanzada”, que va del comunismo tocuyano de Pío Tamayo al “boulangismo” (de Georges Boulanger, el “General Revanche”) de Julio Anguita, el orate que quiere volver al Congreso y gritar:
–¿Ahora qué, hijos de p…?
Estamos arreglados.