Hay tres preguntas que se hace hoy la desorientada sociedad civil española. ¿Qué está pasando? ¿Por qué está pasando? ¿Cómo se podría solucionar esta situación?
La respuesta directa a cada una de estas preguntas obligan a una serie de aclaraciones constantes que acabarían por difuminar el discurso de la propias respuestas. Para evitar la confusión, tomaremos como método la descripción de los vicios políticos y, por tanto, sociales, del Régimen del 78 y los opondremos a la virtud política de la República Constitucional.
Tenemos un rey heredero de un dictador. La monarquía española actual es franquista en su origen. El origen de las cosas no se puede borrar por más que se quiera olvidar. La calificación de franquista de esta monarquía no es una opinión, sino la descripción de un hecho histórico indubitable. El ser de las cosas no cambia. Pero el vicio no es solo que la monarquía tenga un origen dictatorial por haber sido impuesta como heredera del dictador. La monarquía es un vicio es sí misma porque impone la desigualdad entre los hombres, a los que la naturaleza hizo iguales. Es la vileza vestida de servidumbre la que soporta que un igual se haga llamar rey de quienes son sus iguales. El vicio de la monarquía es la desigualdad de uno frente a todos los demás. No es una desigualdad, sino 47 millones de desigualdades.
El vicio de la monarquía tiene su contrapartida virtuosa en la República, la forma de Estado y de Gobierno que iguala a todos los ciudadanos ante el propio Estado, su Gobierno y la Ley. Todo ciudadano tiene derecho a ser elegido por la mayoría de sus iguales para ser la cabeza del Estado y su Gobierno. El ordenamiento que impide que uno sea elegido por sus iguales atenta contra la moral natural. La monarquía es inmoral. La República nos devuelve a la igualdad en la que nos crea la naturaleza.
El vicio del Gobierno en el Régimen del 78 es uno del que los grandes medios de comunicación no dejan de hablar, pero al que jamás hacen referencia. El Gobierno es elegido por los diputados. En palabras que describen el poder político, esto se traduce en que el poder Ejecutivo es elegido por el poder Legislativo. Los poderes no están separados. No prestes oídos a quien trata de engañarte diciéndote lo contrario. Presta atención a lo que es evidente para los ojos que quieran ver: diputados que votan la elección del Gobierno. ¿No es este un vicio insoportable? Y aún más, cuando se fragmenta el parlamento de los partidos, el Gobierno del Régimen del 78 depende de acuerdos, pactos, chalaneos de monipodio. Si es imposible formar Gobierno, ¿no será porque a los ciudadanos se nos impide elegirlo de forma directa?
La virtud de la República Constitucional para la elección del Gobierno frente al vicio del Régimen del 78 es irrefutable. El presidente de la República será quien forme Gobierno y su persona será elegida por su nombre en circunscripción única de toda España y por mayoría absoluta, a doble vuelta si fuera necesario. ¿Quiénes son los diputados para elegir nuestro Gobierno? Solo nosotros, los electores, los gobernados, tenemos legitimidad moral para elegir nuestro Gobierno. Cualquier otra forma de elección del Gobierno es una inmoralidad que impide a los gobernados elegir su Gobierno. He aquí la virtud republicana: todos los ciudadanos somos iguales en la elección de nuestro Gobierno.
El vicio de los diputados del Régimen del 78 es también insoportable. Su vicio no está en función de la ideología que pueda tener cada uno. La ideología es irrelevante para la cuestión que nos atañe. El vicio y la virtud no está en qué piensa o deja de pensar cada diputado, sino en la forma en la que cada uno de ellos obtiene el acta de diputado.
El Régimen del 78 establece que quien quiera ser diputado solo podrá serlo cuando el jefe de su partido lo incluya en una lista electoral en una posición que le permita resultar electo. El resultado depende de una ecuación que convierte la unidad que es cada voto en una proporción que varía en función de los votos recibidos por cada una de las listas concurrentes. En cada lista entran solo los obedientes al jefe de cada partido. Así, es el jefe de cada partido quien decide quién puede ser diputado y quien no. Y todos le deberán obediencia porque es el jefe quien, arbitrariamente, les crea diputados como el papa crea cardenales.
Una muy notable consecuencia de este vicio es que ningún diputado debe nada a los votantes porque se lo debe todo al jefe de su partido. De este modo, el diputado no rinde cuentas más que ante el jefe de su partido. El diputado no representa al ciudadano, sino al partido, al jefe de su partido. No nos representan y la razón para ello está en los medios de elección, no en sus conductas.
La virtud de la República Constitucional puede destruir este vicio. Cada diputado será elegido en distritos pequeños de 100.000 habitantes. Con independencia de que cada candidato pertenezca a tal o cual partido, el elector votará a personas por su nombre y no a ningún partido. Al ser elegido por un cuerpo de ciudadanos de su distrito, el diputado se verá obligado a rendirle cuentas a sus electores porque su elección dependerá de ellos y no del jefe del partido. He aquí la sencilla virtud de la representación política natural. El ser humano no necesita un intermediario para elegir quién quiere que le represente políticamente. Cualquier intromisión entre los representados y su elección directa de su representante político es una afrenta a la moral natural.
Otro de los grandes vicios del Régimen del 78 es el del mantenimiento del Estado totalitario heredado del franquismo. Si la dictadura estaba dotada de un partido único y de un sindicato único, financiados por el Estado con cargo a los contribuyentes, ¿qué diferencia hay con que sean varios, muchos o multitudes de partidos y sindicatos a sueldo del Estado?
Un partido o un sindicato que se integra en la estructura del Estado es un partido y un sindicato que abandona a los ciudadanos a su suerte para vivir a costa de los impuestos que pagan aquellos a los que ha abandonado. La estatalización de partidos, sindicatos y asociaciones patronales es la barbarie totalitaria. Esta estatalización es lo que imposibilita la reforma desde dentro. Solo la ingenuidad puede creer que quien obtiene un privilegio del Estado trabajará para devolverle a los ciudadanos los derechos naturales con los que estos le desposeerán de ese privilegio.
La virtud republicana devolverá a los partidos, sindicatos y asociaciones a la sociedad civil mediante la prohibición de su financiación con cargo al dinero de los contribuyentes.
Son muchos más los vicios de este Régimen del 78. Y para cada uno de estos vicios tiene la República Constitucional una virtud.
Ante estos vicios evidentes y estas virtudes factibles, pregúntate, ciudadano, qué quieres. ¿Quieres que te impongan una jefatura de Estado designada por un dictador o quieres participar de la elección del presidente de tu República? ¿Quieres que unos diputados designados por los jefes de los partidos elijan tu Gobierno o quieres participar de su elección de forma directa en la persona del presidente de tu República? ¿Quieres que te impongan diputados para los que tú no existes o quieres elegir a tu diputado y que él sepa que su elección y reelección depende de ti y de tus vecinos? ¿Quieres partidos totalitarios integrados en el Estado o que formen parte de la sociedad civil a la que perteneces? Son elecciones sencillas para un hombre libre y para una mujer libre.
La República Constitucional es libertad política para todos; para elegir directamente el Gobierno; para elegir directamente a nuestros diputados. La República Constitucional es libertad y responsabilidad individual.