Tras la derrota de las potencias del Eje por el ejército norteamericano, la superpotencia no se preocupó de dotar a las naciones europeas de un sistema político similar al suyo, es decir, una democracia formal de corte presidencialista, con separación de poderes y principio de representación política con elecciones separadas para el poder legislativo y el ejecutivo, sino que sacó de los escombros a los políticos derrotados en su día por el nazifascismo como de Gasperi, Schumann y Adenauer, los llamados Padres fundadores de la Unión Europea en impropia analogía con los Padres fundadores de la Constitución norteamericana, para que recuperaran el sistema proporcional de listas que dio el poder al nazismo en 1933, concebido por aquél como medio de integrar a las masas en el Estado, eliminando el principio de representación democrática propio del sistema mayoritario de distrito uninominal a doble vuelta, que fue el posteriormente recuperado por el general de Gaulle al instaurar la Quinta República.
La caída del Muro de Berlín precipitó la decadencia de los partidos comunistas en Europa y su conversión en socialdemócratas, caracterizados a partir de entonces por su renuncia al marxismo, su aceptación aliviada del statu quo capitalista, y la compensadora defensa de iniciativas de igualdad social, y derechos de minorías, todo ello adobado de un pensamiento relativista, necesario para machihembrar tamañas contradicciones. Es así que hoy día no hay político que hable de la necesidad de libertad sino de una siempre creciente igualdad. El concepto de libertad política colectiva, es decir, la libertad de los ciudadanos de poder elegir un auténtico representante político y no limitarse a refrendar a los adeptos que el jefe de cada partido ha puesto en una lista electoral abierta o cerrada, les es, pues, extraño, y la falsa igualdad que propugnan no es más que un medio de asegurarse una clientela de subvencionados de todo orden.