FÉLIX-FERNANDO MUÑOZ.
El pasado viernes 2 de noviembre, el Consejo de Estabilidad Financiera (FSB, por sus siglas en inglés) incluyó al BBVA en la lista de bancos sistémicos globales. Hasta ese momento el banco Santander era el único banco español incluido en la misma.
La lista elaborada por el FSB está compuesta por 28 grandes entidades con “importancia sistémica”. Desde un punto de vita técnico, estas entidades deberán afrontar unas exigencias de capital suplementarias (por encima del 7%) que se pedirá a todas las entidades cuando esté plenamente en vigor Basilea III. La idea es que dada la magnitud e interconexión de dichos bancos, debería evitarse a toda costa una crisis de liquidez o de solvencia en esas entidades; sus problemas se trasladarían indefectiblemente a la economía mundial.
En principio debería ser ésta una buena noticia, en primer lugar para los accionistas y clientes de estos bancos; en segundo lugar para el resto de ciudadanos (depositantes, accionistas o clientes de estos u otros bancos) que verían incrementadas las medidas de seguridad del sistema financiero mundial. Sin embargo no se debe pasar por alto que este tipo de medidas entraña un riesgo ineludible, por pequeño que pudiera parecernos ahora, de que circunstancias relativamente similares a las que se dieron en la última crisis financiera mundial se repitan. Me refiero en particular a que este tipo de entidades con la vitola too big to fall (demasiado grandes para dejarlas caer) vuelvan a incurrir en los riesgos morales (moral hazard) del pasado. Una política de expansión desenfrenada del crédito bajo nuevas y más sofisticadas fórmulas financieras en otra, futura, ola de euforia económica, que vuelva a poner en duda la solvencia de estas instituciones deberá ser, ahora sí, sin ningún disimulo (si es que ha habido alguno hasta la fecha) atendido por las máximas autoridades financieras internacionales, en particular los bancos centrales con capacidad “ilimitada” de emitir dinero. Esto es lo que significa exactamente too big to fall: la obligación de rescatar estas instituciones financieras con el patrimonio de los ciudadanos –inmediatamente con impuesto y a más largo plazo con inflación- independientemente de su relación con ellas.
Como bien dijo Menger hace ya más de un siglo, la tarea del economista es tratar de explicar o prever las consecuencias no intencionadas de las decisiones de los agentes. No dudo de la mejor intención de los reguladores cuando deciden otorgar este estatus especial a estas grandes corporaciones financieras, pero ¿acaso no han fracasado estos estrepitosamente en anteriores ocasiones -años 30 del siglo pasado y en la actual crisis mundial son dos ejemplos incuestionables? ¿Quién garantiza que situaciones como las actuales no vuelvan a producirse –y además exactamente por las mismas causas- y haya que recurrir de nuevo al esquilmado bolsillo de las menguantes clases medias, máxime cuando este selecto club de gigantescos bancos han recibido la etiqueta de sistémicos?
A mi juicio cualquier intento de subsanar los errores del pasado debe pasar necesariamente por el incremento de la competencia en materia monetaria y financiera. Y no me estoy refiriendo sólo al incremento en el número de empresas que acceden al sector, por supuesto, sino también a la competencia entre diferentes monedas privadas emitidas por los bancos. Tenemos un sector financiero formado por un oligopolio de entidades con gran poder e influencia -no sólo económica- en cuya cúspide hay un monopolio: el banco central emisor de dinero legal fiduciario que “responde por todos ellos”. Pero como es sabido ese responder lleva implícito la desnaturalización del dinero, la redistribución coactiva de la renta y la amenaza de la inflación y el desempleo fruto de un mal gobierno (o de un desgobierno organizado) de un sistema de suyo inestable. Cómo se ha de corregir esto en teoría y la práctica es materia de gran dificultad, pero tarea ineludible a todas luces a juzgar por los efectos del actual sistema. Pero estas disquisiciones de un tema clásico (ya interesaba a los escolásticos españoles del siglo de oro) nos llevarían muy lejos y el espacio se nos agota. Afortunadamente la bibliografía comienza a ser abundante.#
Por cierto, ¿saben algunos de los nombres de los bancos que componen esta lista? HSBC, JP Morgan Chase, Barclays Bank of America, Goldman Sachs, Morgan Stanley, Royal Bank of Scotland, UBS… ¿A qué les suena?