PATRICIA SVERLO.
A las 2 de la madrugada, cuando ya todos los implicados estaban bien enterados del fracaso de Armada, los golpistas de la rama dura seguían insistiendo. Todavía pensaban que, si se sumaban más batallones del Ejército a la insurrección, se podría forzar la situación. Y reclamaban que el rey tomara la iniciativa, apoyándolos abiertamente y nombrando presidente a Armada por anticipado y a riesgo suyo, sin Constitución ni hostias. Pero el Borbón siempre ha sabido medir muy bien los riesgos. La experiencia de un golpe de este estilo ya la había tenido su abuelo, Alfonso XIII, con Primo de Rivera… y no le había salido bien. Además, aquello no era lo que querían los americanos.
No, no podía ser. Como le dijo a Milans, ya era demasiado tarde, ya no se podía hacer nada. Tejero había abortado el golpe de Estado que él mismo había iniciado. A Milans parecía que no le llegaba el mensaje de que tenía que retirar sus tropas y ordenar a Tejero que se rindiera sin más historias, de manera inmediata. En un momento determinado, incluso pensó que si el rey no se ponía de parte suya, tendría que abdicar e irse. Pero lo cierto es que, gracias a la cautelosa gestión desde La Zarzuela, no contaba con los suficiente apoyos en las capitanías generales. Juan Carlos, que casi nunca había sabido imponerse verbalmente en una discusión, y prefería recurrir a Sabino o a una nota escrita, se lo transmitió por télex: 120 “Confirmando conversación telefónica acabamos de tener, te hago saber con toda claridad lo siguiente: 1. Afirmo mi rotunda decisión de mantener el orden constitucional dentro de la legalidad vigente; después de este mensaje ya no puedo volverme atrás. 2. Cualquier golpe de Estado no puede escudarse en el Rey, es contra el Rey. 3. Hoy más que nunca estoy dispuesto a cumplir el juramento de la bandera muy conscientente, pensando únicamente en España; te ordeno que retires todas las unidades que hayas movido. 4. Te ordeno que digas a Tejero que deponga su actitud. 5. Juro que no abdicaré de la Corona ni abandonaré España; quien se subleve está dispuesto a provocar una guerra civil y seré responsable de ella. 6. No dudo del amor a España de mis generales; por España primero, y por la Corona después, te ordeno que cumplas cuanto te he dicho“. Al poco de recibirlo, Milans comunicó a La Zarzuela que cumpliría sus órdenes. Ya no había salida. Pero advirtió que el teniente coronel Tejero no le obedecía y la situación del Congreso era muy peligrosa.
A las 4 de la madrugada, las tropas se retiraban de las calles de Valencia y se dictaba un bando que anulaba el anterior. A dos cuartos de set Milans se retiraba de su tabla de mando y se iba a dormir sin preocuparse demasiado por la situación en que quedaba Tejero, que todavía estaba encerrado en las Cortes. De todos modos, el teniente coronel de la Guardia Civil empezaba a comprenderlo. Hasta el comandante de la División Acorazada que había ido a apoyarle cuando ya todo estaba perdido, Pardo Zancada, le aconsejaba que se rindiera, mientras sus guardias huían por las ventanas.
Por la mañana, todos veían tan claro el final, que el mismo líder de Alianza Popular, Manuel Fraga, se puso de pie en el hemiciclo y lanzó un memorable discurso antigolpista: “¡Quiero salir porque esto es un atentado contra la Democracia y la Libertad!… ¡Esto no favorece ni al rey, ni a España, ni a la Guardia Civil!… ¡Prefiero morir con honra que vivir con vilipendio!” Lo secundaron los diputados Óscar Alzaga, Fernando Alvarez de Miranda e Iñigo Cavero, que se abrieron las chaquetas de par en par: “¡Dispárenme a mí!” Todo un show como fin de fiesta.
Antes de entregarse, Tejero exigió la presencia de Armada. Sólo pactaría la rendición con él. Un gesto entre militares y en su lenguaje, para dejar patente su traición y humillarlo públicamente. A la una menos cuarto del 24 de febrero, tras hablarlo con el rey, Armada firmó a la puerta de las Cortes, sobre el capó de un coche, la “nota de capitulación” con las condiciones de Tejero. Los guardias que todavía quedaban dentro subieron a sus vehículos y salieron hacia los acuartelamientos respectivos.
Después salieron los diputados, rodeados de cámaras y micrófonos de periodistas. A las dos y media del mediodía, el jefe del Estado Mayor del Ejército, general Gabeiras, telefoneó a Milans del Bosch y le ordenó que acudiera inmediatamente a Madrid. A las siete en punto de la tarde, Milans entró en el Ministerio de Defensa, donde fue detenido inmediatamente. Aquella misma tarde, la Junta de Defensa, reunida en La Zarzuela, con Suárez todavía de presidente en funciones, ordenaba a Gabeiras que también arrestara a Armada. Gabeiras giró la cabeza hacia el rey, entre sorprendido y alarmado, e hizo exclamar a Suárez: “¡No mire al rey, míreme a mí!”