PACO BONO SANZ.
Quiero, mediante este artículo, plantear la práctica de un ejercicio interesante. Vamos a abstraernos de lo virtual, de las sensaciones, de lo que otros nos transmiten, y nos vamos a centrar en la realidad. Para conseguirlo, mañana no escucharemos la radio, no encenderemos el televisor, y no leeremos ningún periódico o diario, siquiera éste, pero sólo por un día. Nos levantaremos temprano, como siempre, y desayunaremos con las prisas previas a una larga jornada. Mañana nos centraremos en nosotros, en nuestro entorno, nos emocionaremos, reiremos, lloraremos, sufriremos y gozaremos con cada acontecimiento acaecido en nuestra presencia. No habrá intermediarios que contaminen nuestra percepción de las cosas, no habrá lejanos inductores, no nos embaucarán, ni nos condicionará nada que no podamos ver, oír y tocar a la vez. Cuando llegue la noche, nos tumbaremos en la cama, estiraremos las piernas y nos acomodaremos sobre una o dos almohadas. Entonces, en esos minutos de respiro, escribiremos en diez líneas cuál fue la percepción de la realidad de nuestras vidas, y qué podríamos cambiar para que nuestra vida mejorara.
¿Qué puedo hacer por mí? ¿Qué me impide prosperar? ¿Quién trunca mis objetivos? Tal vez te des cuenta de que nadie ni nada te hará feliz si tú no quieres ser feliz. No hay organización ni Estado capaz de hacer por ti lo que sólo tú puedes hacer por ti; por lo que tampoco lo puede hacer por los demás. Una vez asimilada esta importante premisa, habrás de reflexionar sobre la realidad más allá de ti. ¿Debo aceptar objetivamente que mi vida dependa de entidades colectivas sin control? ¿Qué me importa a mí lo que diga el fondo monetario internacional o Bruselas o el gobierno de Alemania o la ONU? ¿Realmente ellos piensan en mí? Si no es así, ¿en quién piensan sino en sí mismos?
Primero te has abstraído de las interferencias, has reconocido tú realidad, lo que tú piensas de ti, lo que tú puedes hacer por ti, y has sido consciente después de que los demás también piensan en sí cuando toman decisiones que afectan a personas que les son ajenas. ¿Acaso el mundo se ha vuelto loco? No. El mundo es así desde los orígenes de la existencia, porque hay una parte natural en ti que te invita a sobrevivir por encima de todas las cosas, a pensar en ti y en tu descendencia, en tu familia, en tu tribu. ¿Acaso esta crisis es tu crisis? ¿Lo es por tu causa? Si crisis es cambio, debemos entender la naturaleza de ese cambio. ¿Qué cambia? ¿Para qué cambia? ¿Por qué cambia? ¿Quién lo cambia?
No importa lo que diga o haga el gobierno de España, ni el partido que oposita dentro del Estado, ni Bruselas, ni el gobierno Alemán, ni el Fondo monetario internacional. Lo transcendente es que no podrás tocarlos mientras lo dicen o lo hacen, porque son inalcanzables, y he aquí el verdadero problema. ¿Acaso deben condicionar nuestra vida y nuestro porvenir colectivos que nos son ajenos? Esta no es tu crisis, lo que está en quiebra es la falacia de que un mundo civilizado se puede organizar y gobernar desde arriba, sin conexión, sin representación. Siendo miles de millones los humanos e infinitas las variables que se pueden dar en sus relaciones, me resulta chocante observar cómo pequeños colectivos privilegiados, auténticos parásitos apoltronados en los Estados, pueden llegar a condicionar las vidas de todos ellos y salir indemnes.
No hay política cuando el gobernado no puede estrechar la mano a su representante antes o después de haberle escuchado. Habría política si te fuera posible concertar una entrevista con tu diputado de mónada, único y legítimo representante de tu distrito electoral (100.000 habitantes aproximadamente) en el Congreso de los Diputados. En dicha reunión le plantearías los problemas reales y exigirías el cumplimiento de sus compromisos electorales. De ningún modo has de pensar que te has vuelto loco por no confiar en la política porque, como ya he dicho, ciertamente no la hay. Y esta circunstancia te convierte además en la auténtica víctima de una crisis que algunos consideran con malicia exclusivamente financiera, pero cuyo origen está en la ausencia de libertad política y en la destrucción de los valores positivos del hombre. Esta es la crisis de los estados socialdemócratas.