El llamado derecho de autodeterminación tan presente en el discurso independentista, también conocido como derecho a decidir, es una falacia que se debe rechazar de plano y combatir radicalmente. Tanto aplicado sólo para Cataluña como para el conjunto de España, es una locura intolerable plantear un plebiscito para ver si nos suicidamos o no. En relación con esto son suficientemente claras, y están al alcance de cualquiera que quiera comprobarlas, las tesis aportadas principalmente por Antonio García Trevijano y Gustavo Bueno.
No cabe diálogo alguno con quienes no existe posibilidad de dialogar nada, pues los sediciosos catalanes o adolecen un infantilismo sentimentaloide o un cinismo oportunista que ni tiene honestidad intelectual ni quiere saber siquiera qué es eso. Para ellos no existe razón suficiente que no puedan contestar con actitudes sofistas, basta detenerse a estudiar sus argumentos para comprender que no hay nada que hablar. Al final es en esencia una cuestión de fuerza y por fortuna ellos nunca tendrán la suficiente.
Sin embargo, aunque tengo la convicción de que el hecho nacional que fundamenta la conciencia española tiene sobrada consistencia frente al fatuo y ficticio sentimiento independentista, temo que la enorme corrupción y oligofrenia de la monarquía y los partidos estatales, medios de comunicación hegemónicos y demás entes constructores de la llamada opinión pública consigan compensar esa carencia suya, pues hasta ahora y durante décadas se han dedicado a contribuir a su causa al financiarlos y aumentar progresivamente sus competencias.
No me extrañaría pues, viendo el mediocre contexto en el que vivimos, que nos despertáramos un día con la noticia de que el Gobierno ha pactado la destrucción del Estado y de la nación española. Y por ello es de vital importancia que aquellos que aún sean leales a la verdad, y en especial a la idea nacional de España (que no nacionalista) actúen en la medida de sus posibilidades para evitar que esta locura continúe.
Sólo la República Constitucional, debido a la inteligencia institucional que supone, puede solucionar el problema radicalmente acabando con esta horrible crisis moral y política. Y sólo los repúblicos pueden conseguir el triunfo de la verdad que tan urgentemente necesita la patria.
Por fortuna tenemos la estrategia correcta, tan sólo falta organizar la fuerza de los suficientes.
Viva España y viva la República Constitucional.
Fuente imagen: www.dolcacatalunya.com