John Huston cuenta en sus Memorias la hostilidad del Ministerio de la Guerra –que financiaba material propagandístico- hacia el documental que rodó durante la II Guerra Mundial, The Battle of San Pietro, al que tildaron de “antibélico”. Huston respondió que si alguna vez rodaba una película “probélica” esperaba que alguien lo fusilase. Si hay una obra cinematográfica ejemplarmente antibélica, esa es Senderos de gloria, título que proviene de un verso del poema de Edward Gray: “Los senderos de gloria sólo conducen a la tumba”. Francia la tomó como un ataque a su honor militar (lo que se narra en la película remite a la Batalla de Verdun, librada entre alemanes y franceses en 1916 para conquistar el Fuerte Douimont) y prohibió su exhibición durante veinte años. Lo cierto es que la penetrante visión de un Kubrick de apenas 28 años, está muy lejos del habitual ennoblecimiento de la guerra con la pátina de un patriotismo mostrado como “último refugio de los canallas”. Kirk Douglas El Ejército, cuyas riendas son tomadas por unos desalmados arribistas que presumen de maneras aristocráticas, simboliza la capacidad de explotación que unos hombres pueden ejercer sobre otros cientos de miles, a los que envían al matadero de la primera línea de combate sólo para procurarse un ascenso, y a los que, parapetados detrás de un suntuoso despacho, pueden acusar de cobardía por no dejarse matar disciplinadamente. La impunidad de los mandos militares, y las descarnadas mentiras de las que se sirven para alimentar su ambición, reflejan la corrupción de cualquier poder incontrolado. El general Broulard (Adolphe Menjou) sólo merece el asco insobornable de su inferior, sólo en rango, coronel Dax (Kirk Douglas).