PATRICIA SVERLO.
Aquel joven adolescente, rubio y alto, de mirada melancólica, que era Juan Carlos cuando tenía 18 años, no tuvo problemas para seducir a los hombres serios del Opus Dei, como López Rodó, durante los años cincuenta. La visita a Montellano de Escrivá de Balaguer, en 1955, ya había sido un síntoma claro del deseo de la Obra por aproximarse al príncipe. También hacía años que era una figura constante en su formación Angel López del Amo, profesor del príncipe en Friburgo (1947), en Miramar (entre 1951 y 1954, durante varios períodos en la escuela especial principesca de Malmequer, en Estoril, y, además, el único civil durante la etapa de formación militar (en Montellano y en la Academiade Zaragoza). Habría continuado siendo una pieza clave si no hubiera muerto en accidente de tráfico, en los Estados Unidos, en 1956.
La lucha política entre las familias del Régimen se definía muy claramente a finales de los años cincuenta en dos bloques: por un lado, los tecnócratas del Opus; por el otro, la Secretaría General del Movimiento, la Falange pura y dura. Los primeros se decantaban por la monarquía, pero no encarnada en Don Juan sino en un hijo del Régimen engalanado con sus plumas, Juan Carlos.
Los segundos, bien al contrario, gastaban sus energías en intensas campañas contra los Borbones, construidas en entorno a una idea-consigna básica: “No queremos príncipes tontos que no saben gobernar”. Tenían una posición visceralmente hostil hacia la monarquía y hacia Don Juan. Pero mucho más hacia Juan Carlos, que para los falangistas significaba la alternativa viable a la que Franco podía dar paso. Juan Carlos gustaba a los tecnócratas dela Obra precisamente por esto.
A partir de 1957, tras la muerte del infante Alfonso, por diversas circunstancias políticas, miembros y simpatizantes del Opus y de la ACNP (Asociación Católica Nacional de Propagandistas, unos cuantos jóvenes que, unos cuantos años después, para darse algo más de distinción pasaron a llamarse “grupo Tácito”) iniciaron la denominada “Operación Lolita”. Con esta operación intentaban planificar con el suficiente tiempo de antelación cómo tendrían que ser las cosas cuando Franco muriera: una evolución pacífica, sin rupturas, que permitiera la pervivencia del Régimen bajo unas formas modernizadas. La monarquía se consideraba más una salida que una vía alternativa a la dictadura franquista.
Hacían apuestas porque sabían que el Régimen no tenía herederos y se agotaba con Franco. Su “Operación Lolita” (después rebautizada en los libros de historia como “Operación Príncipe”, a saber por qué) lo tenía todo previsto para gobernar hasta los años ochenta, como mínimo. Contaban con su cabeza de Estado, Juan Carlos; varias opciones alternativas para dirigir el Gobierno (Carrero Blanco en primer lugar, Torcuato Fernández Miranda después, o López Rodó) y sus “zonas de desarrollo”.
La guerra de familias la iba ganando la Falange, hasta que Carrero Blanco, considerado la eminencia gris de la dictadura, empezó a ganar cada vez más terreno en el Pardo y consiguió, en febrero de 1957, que Franco desatara una crisis de gobierno que incorporó a los suyos a los círculos de poder… La euforia entre los monárquicos fue enorme.