JOSÉ MARÍA ALONSO
No quiero cansar al lector con la enumeración de los constantes desastres a los que España se ve sometida, pero no puedo dejar de mencionar la corrupción institucionalizada como factor de gobierno, y el robo generalizado por parte de los oligarcas incrustados en el Estado en virtud de su pertenencia a partidos y sindicatos.
El último ejemplo de una ya larga lista es el affaire de las tarjetas de Caja Madrid, ahora conocida como Bankia. La que fue una de las instituciones más queridas y respetadas de España, la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid, cuya misión se inició allá por 1702 inspirada por los montes de piedad italianos en aras de ayudar a los más desfavorecidos con la concesión de préstamos sin interés garantizados con joyas y ropas, ha convertido su misión en manos del Estado en ayudar a aquellos incáutos que confiaban sus depósitos a la institución a quedarse con lo puesto para que los más favorecidos, aquellos que pertencen a los partidos y sindicatos del Estado, vivan en el más exclusivo de los lujos con viajes, joyas, coches, ropas, comilonas y retiradas en efectivo difíciles de rastrear.
Caja Madrid, como el resto de cajas de ahorro sin ánimo de lucro, y obligada por sus estatutos a reinvertir los beneficios en obra social, no podía tener un gobierno profesional, sino un consejo de administración compuesto por ‘organismos representativos de la sociedad’, por lo que compondrían dicho consejo mayoritariamente partidos políticos y sindicatos. Sin embargo para cualquier persona que no esté en la inopia es evidente que esos partidos y sindicatos no son representativos de la sociedad. ¿Acaso puede representar a los trabajadores un señor que, cobrando del Estado desde su sindicato, durante el tiempo que ha pertenecido a ese Consejo de Administración ha realizado retiradas injustificables en efectivo de trescientos y pico mil euros? ¿Puede defender los intereses o ser representativo de los emprendedores y de las personas de ideología conservadora o liberal un señor que se pule sin sonrojo miles y miles de euros que no ha ganado con sus emprendimientos en caprichitos de nuevo rico hortera? ¿De quién son representativos, entonces, esos personajes? Pues únicamente de sí mismos y de sus jefes de partido y de organización sindical que les han sentado en ese Consejo .
El asunto de las tarjetas da a los españoles una clara perspectiva de cómo esos mamones de la ubre estatal destruyen cuanto parasitan a costa de su paciencia. Paciencia cuyo límite se desconoce y que no sorprendería que estallase de manera incontrolada y violenta debido a la ignorancia que supone el no saber que bastaría quedarse en casa y no ir a votar, para que un asunto como el que ocupa éste artículo hubiera podido tumbar al régimen al verse deslegitimado por una abstención en masa que resultase en su disolución. Imagínese un Gobierno sustentado por tan sólo dos o tres de cada diez españoles con derecho a voto. Entonces un asunto como el de las tarjetas, o la gestión de la crisis del ébola que veremos cómo acaba (si acaba), incluso una carga policial contra manifestantes pacíficos de una plataforma ciudadana…Cualquier asunto ¨indignante¨ tumbaría al régimen en un abrir y cerrar de ojos y llevaría no a una reforma de la Constitución sino a un proceso constituyente que muchos deseamos que pudiese llevarse acabo en PLENA LIBERTAD, reformando la Ley Electoral para obtener diputados representantes de Distritos, con mandato imperativo y revocable como en Francia, Inglaterra y los Estados Unidos y separando los Poderes en origen con elecciones diferentes para el Congreso de los Diputados (Legislativo) y para el Gobierno de la Nación (Ejecutivo) de manera que no saliese del Legislativo como ahora.
Desgraciadamente, los españoles se siguen preguntando a quién votar, habiendo sido adoctrinados durante generaciones en que votar es un ¨deber cívico¨ y que el que no vota o es mal ciudadano o favorece a una ideología determinada. Muchos españoles piensan que votando a los nuevos partidos ya no les van a robar, y tienen intención de votarles para ver cómo el dinero se esfuma quizá no ya a través de tarjetas de crédito de instituciones financieras públicas sino a través de redes clientelares fuertemente establecidas en administraciones públicas territoriales que vertebran economías locales. Otros se conformarían con que los partidos tradicionales robasen menos, y pocos son conscientes de la realidad: que es la estructura de oligarquía de partidos la que está podrida e impide que España desarrolle su potencial y madure como sociedad en lo político. Es esa Ley Electoral del régimen de oligarquía de partidos la que falla porque no es en absoluto democrática y no permite a la Nación ser representada en ninguna de sus instituciones, sean éstas financieras sin ánimo de lucro o el mismo Congreso de los Diputados.
Si esa Caja de Ahorros hubiera tenido un Consejo de Administración confeccionado con personas pertenecientes a instituciones no corruptas por no ser subvencionadas por el Estado, y verdaderamente representativas de la sociedad. Si esas personas aunque pudiendo corromperse personalmente no hubieran pertenecido a estructuras corruptas en origen como partidos y sindicatos estatales (no se me echen encima defensores de siglas históricas, por favor, hace muchos años que no queda rastro de los ideales fundacionales de aquellos partidos y sindicatos), incluso teniendo herramientas de trabajo como tarjetas de crédito de empresa para ciertos gastos de representación, cortesía o emergencia, no hubiera ocurrido esta locura que avergüenza a todos.
La personas pueden ser corruptas, las que no pueden ser corruptas son las instituciones para las que esas personas son designadas, y para eliminar su corrupción hay que sacarlas del Estado y devolverlas a la sociedad civil, para que sirvan de correa de transmisión de ésta hacia aquél en caso de los partidos y sindicatos. En una República Constitucional resultante de un periodo de Libertad Constituyente, veríamos si perteneciendo partidos y sindicatos a la sociedad civil, sin estar pagados por el Estado y viviendo de las modestas cuotas de sus afiliados, se iban a arrimar a ellos tantos tragasebos y chupagambas o adictos a la marroquinería folclórica de LVMH.