El único objeto de una Constitución es separar los poderes, y si no lo hace, no es Constitución, según el artículo 16 de la Declaración de los Derechos del Hombre, cuya literatura no importa mucho, pues ninguna Constitución europea separa los poderes. La española, aprobada un día de San Quintín, tampoco, y aquí estábamos, tan pichis, hasta que llegó Carmen Calvo y mandó a parar.
Calvo es la portavoz de un gobierno que no ha votado nadie, pero gusta porque contando lo de La Moncloa es campechana como Camacho (el parecido físico los hace simpáticos) contando lo del Mundial, y Calvo anuncia que el gobierno va a cambiar la Constitución, no para separar de una puñetera vez los poderes, que eso es populismo americano, sino para acabar con los “estereotipos patriarcales” de una “democracia machista”, para lo cual ya ha encargado un informe a los pendolistas de Darío Villanueva en la Academia.
La redacción de la Constitución del 78 fue un chalaneo entre un ingeniero agrónomo, Abril, y un director teatral, Guerra: como los hermanos Marx, Groucho y Chico, con el contrato de la ópera, sólo que, en lugar de arrancar, añadían hojas, y por eso en vez de siete artículos, como la única Constitución que hay en el mundo, tiene casi doscientos. Entonces, para pasarlos del caló, como decían los cronistas, al castellano, llamaron a Cela, el del Nobel, quien ya en el tercer artículo se puso a dar cabezadas. “¿Está usted dormido?”, preguntó mosén Xirinacs. “Monseñor, no estoy dormido, estoy durmiendo”. Y el mosén: “Es lo mismo, ¿no?” Y el escritor: “No, monseñor, son cosas distintas. No es lo mismo estar dormido que estar durmiendo, de la misma manera que no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo”.
Pero a Cela no le hicieron caso y salió ese popurrí que ahora un analfabeto que tomó el poder para arreglar la corrupción “preveyéndola” se propone academizar. ¡La cara de Calvo cuando descubra que el heteropatriarcado inglés carece de Constitución escrita!
Publicado en Abc