PATRICIA SVERLO.

Los planes de reforma, sin embargo, aun cuando el mismo Franco se hallaba muy al tanto, todavía estaban muy verdes, y entonces en junio de 1962 la oposición decidió acelerarlos celebrando el IV Congreso del Movimiento Europeo. En el famoso “Contubernio de Múnich”, arrastrados por la oleada que anunciaba cambios posibles, se reunieron monárquicos liberales, demócratacristianos, socialistas, socialdemócratas, nacionalistas vascos y catalanes.., bajo la autoridad de Salvador de Madariaga que, al acabar la reunión, afirmó: “Hoy ha terminado la Guerra Civil”. Uno de los que más se lo creyó fue Don Juan, que ya hacía tiempo que estaba en un segundo plano mientras su hijo ofrecía espectáculos gratuitos en directo a los estudiantes de la Complutense de Madrid.

Aquí vio una oportunidad y, aunque no fue a Múnich personalmente, sí envió a representantes para hablar con varios partidos, que le transmitieron -probablemente entre otras novedades que le interesaban– que el PSOE, en concreto, si la Corona conseguía establecer pacíficamente una verdadera democracia, apoyaría lealmente a la monarquía. Franco no estaba preparado para aquello. Tuvo una reacción mucho más agresiva de lo que el conde de Barcelona podría haber esperado. Se le encendió la sangre y se dedicó a enchironar, deportar o exiliar a los asistentes con el mismo encarnizamiento que siempre había demostrado respecto a sus enemigos. El asunto de los planes de apertura había sido una broma, de lo cual Don Juan se dio cuenta demasiado tarde. Rápidamente, el presidente del consejo privado, José Maria Pemán, acompañado del secretario Valdecasas, visitó a Don Juan y, entre todos, redactaron una nota: El conde de Barcelona nada supo de las reuniones de Múnich hasta después de ocurridas … Si alguno de los asistentes formaba parte de su Consejo, había quedado con este acto fuera de él. Una vez más, los coqueteos con la oposición le habían salido mal.

Un Toisón para Franco
Don Juan no quiso hacer enfadar demasiado a Franco y aprovechó su invitación oficial al casamiento de Juan Carlos, en septiembre de 1961, para ofrecerle el Toisón de Oro. Laureano López Rodó le había transmitido sutilmente que al Caudillo le gustaría recibirlo, y era un detalle que en aquel preciso momento le pareció muy oportuno al conde de Barcelona. Le envió una carta en la que le decía que tenía firmemente decidido que el primer español a quien otorgaría el Toisón sería el Generalísimo Franco.

La Orden del Toisón de Oro había sido creada en Bruges por Felipe Bono, duque de Borgoña, en 1426. El documento que la instituyó establecía que se concedería por tres causas: “La primera, para honrar a los antiguos caballeros que por sus altos y nobles hechos son dignos de recomendación. La segunda, a fin de que aquéllos que al presente son fuertes y robustos de cuerpo y se ejercitan cada día en hazañas pertenecientes a la caballería, tengan motivo de continuarlas de bien en mejor; y la 46 tercera a fin de que los caballeros y nobles que vieren quitar la insignia […] se animen a emplearse aún mejor que ellos en nobles hechos”. Siguiendo las normas de la tradición, Don Juan explicó por carta a Franco que, a él en concreto, se lo concedía como “expresión del reconocimiento por parte de la Dinastía de los altos servicios prestados por V. E. a España a lo largo de toda su vida de soldado y hombre público”, incluyendo expresamente los merecimientos “del General victorioso en una guerra que antes que civil lo fue contra el comunismo internacional” , junto con “la gratitud al gobernante”. Era una bajada de pantalones en toda regla por parte del pretendiente al trono, una más de tantas… Pero Franco lo rechazó de manera seca, diciéndole textualmente: “Deberíais pedir información histórica sobre la materia”.

La condecoración, que consistía en un gran collar de veinticuatro eslabones dobles entrelazados con piedras preciosas, del cual colgaba el Toisón o Vellón, de oro esmaltado, tiene un origen dudoso sobre el que los historiadores no se ponen de acuerdo. Circulan diversas versiones, que seguro que Franco conocía. Según la más curiosa, Felipe Bono, entrando un día en el secreto excusado de su dama, encontró un rizado y rubio fleco, o mata de cabellos, impensada casualidad que fue motivo para que, ruborizada la dama y notando los presentes que acompañaban al duque su desconcierto, no disimularan la risa. Y por hacer misterio del caso y castigar tácitamente la poca modestia y menos disimulo de los circunstantes, el duque hizo juramento de que, de idéntica manera que había causado tanto rubor y vergüenza a la dama, había de ser el mayor lustre y honor de la más insigne nobleza. Y así instituyó la Orden, cuyo collar representaría el “vellón” de la dama. Aunque también pudiera representar, según otra de las leyendas, los cabellos de sus veinticuatro amantes o amistades (que algunas fuentes mencionan con los nombres completos: Marie van Cronbrugge, Thèrèse Stalports Vander Wiele, Joséphine Henriette,etc), juntos y entrelazados, que él les quitaba a cada una e iba coleccionando, y que solía traer colgado del cuello como lazo de amor.

La Corte se mofaba y por esta razón el soberano quiso dignificarlo, creando la Orden de más prestigio que se pudiera imaginar. Hace falta apuntar también que la más aburrida de las patrañas identifica el Toisón con la alegoría de una de las principales actividades de los Estados del duque: la manufactura de la lana.

Del duque de Borgoña, el honor de gran maestro de la Orden pasó a su hija, y después a la hija de ésta, cuyo hijo, Felipe el Hermoso, al casarse con Juana la Loca, hija de los Reyes Católicos, dio a la Corona de España la soberanía del Toisón. En principio sólo tuvo 24 caballeros, que posteriormente Carlos V aumentó a 51 en 1516. Los collares no eran nunca propiedad de los caballeros a quienes eran concedidos y, cuando morían, tenían que devolverlos. Pero se fueron “perdiendo” tantos a lo largo de la historia que el número de los que pueden existir actualmente es incalculable (se calcula que cerca de 4.000). En la casa Spink de Londres, numismáticos de fama mundial, los últimos años se han vendido por lo menos cuatro toisones de oro españoles, todos fabricados en el siglo XX en vil metal con una capa de oro, que es como se hacen últimamente. El precio de cada uno oscilaba entre las 250 y las 350 libras esterlinas (menos de 100.000 pesetas). Se transformó en “condecoración” –y no “orden”– en tiempos de Alfonso XII, y hoy es la más importante de la dinastía española, correspondiendo el título de gran maestro al cabeza de la Casa de Borbón.

Tanto Isabel II como Alfonso XIII evitaron concederla mientras estuvieron en el exilio. Pero no así Don Juan, que otorgó seis; mientras que su hermano mayor, Jaime el sordomudo, que le disputaba el privilegio de ejercer como cabeza de la Casa Borbón y como aspirante a la Corona de Francia y de España, también lo distribuyó con generosidad un número de veces que no se ha podido determinar, entre otros a los astronautas norteamericanos Bormah, Lovell y Anders, que parece que no dieron respuesta; y al mismo Franco, tras la boda de su hijo con la nieta del dictador, que esta 47 vez sí lo aceptó aunque nunca se lo puso. Así pues, no se sabe cuántos hay circulando por el mundo en estos momentos.

El Rey Juan Carlos imponiendo el Toison de oro al ex-presidente Sarkozy

Juan Carlos lo otorgó a doce personas en un día. Uno de ellos fue, en 1985, para el emperador Hiro Hito, que, en otro viaje oficial a España diez años mas tarde, lo metió en una maleta que Iberia le extravió y nunca más se supo nada. Ésta es la versión oficial, aunque quizás, como Franco, Hiro Hito conociera las leyendas.

Probablemente, diez Toisones han acabado en la casa Spink de Londres o en otra similar: y, sin duda, no hará falta esperar a que los dueños mueran para que los devuelvan.

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