Leopoldo Gonzalo

LEOPOLDO GONZALO.

La política tras el biombo

Biombo: “Mampara compuesta de varios bastidores unidos por medio de goznes, que se cierra, abre y despliega”, dice el Diccionario de la RAE. Y el etimológico de Díez Mateo nos informa de que biombo es palabra derivada del japonés: byo, protección; ybu, viento. De donde los políticos que acuerdan, maquinan y consensúan lo que mejor les parece y conviene, ocultándolo al respetable –es decir, a nosotros, meros objetos de sus experimentos, sin arte ni parte-, no hacen sino protegerse tras un opaco biombo de los vientos adversos de la opinión que pudieran desbaratar sus planes. Y todavía se habla de sistema representativo, democracia directa y soberanía popular. Luego, después del cocinado, viene lo de “habla, pueblo habla”, que “nosotros te diremos lo que tienes que decir”, porque para eso están el marketing electoral y, sobre todo, los amaestrados instrumentos de la sociedad mediática en que vivimos. No digo yo que partidos y grupos de opinión no hayan de elaborar sus idearios y propuestas con la natural reserva deliberativa. ¿Cómo, si no, podrían los primeros confeccionar sus programas u ofertas electorales? Me refiero a aquellos pactos y consensos entre sectas que, hurtados celosamente al conocimiento del común, determinan los grandes cambios políticos y sociales de los pueblos.

Dos veces se me ha deslizado la palabra consenso. Palabra que adquirió un notable prestigio durante la Transición. Sin embargo, ya vemos dónde nos ha traído aquel consenso contra natura entre concepciones políticas inconciliables, como son, por ejemplo, los “nacionalismos” y la unidad nacional, el “autonomismo” y la igualdad, el totalitarismo y la libertad. Porque consenso no significa exactamente acuerdo. El primero sugiere consentimiento, es decir, tolerancia con respecto a algo diverso o  contrario a las propias convicciones. Y el verbo tolerar es pariente próximo del verbo soportar, incluso suele aplicarse en relación con algo que no se tiene por lícito, por lo cual simplemente se lo tolera, más que se lo acepta sin reservas.  Acordar –de cor, cordis, “corazón”-, parece que exigelealtad como presupuesto y armonía como resultado, como cuando decimos que un conjunto de instrumentos musicales suenan acordes. No ha de extrañar, pues, que los consensos suelan adolecer de provisionalidad, que sobrevivan difícilmente a la coyuntura en la cual nacen. Y esto es lo que ha sucedido con determinados contenidos del famoso consenso de la Transición. No le faltaba razón a Margaret Thatcher cuando afirmaba que “[…] el consenso es la ausencia de principios y la presencia de la conveniencia”.

La cosa viene de antiguo

Todos lo virajes de la historia de la España contemporánea han ido precedidos de algún pacto, acuerdo, trato o consenso realizado tras del biombo de la conspiración. 1866: Pacto de Ostende, los grupos de oposición a Isabel II se reúnen en aquella ciudad belga prologándo así lo que después será la Revolución de 1868, la cual planteará la alternativa Monarquía-República y propiciará el fugaz advenimiento de la Casa de Saboya y la Primera República Española. 1885: Pacto de El Pardo, conservadores y liberales acuerdan la restauración borbónica procurando garantizar la estabilidad política a través de la Regencia de María Cristina de Absburgo-Lorena, hasta la mayoria de edad de Alfonso XIII. 1930: Pacto de San Sebastián, promovido por la Alianza Republicana y otros partidos afines -a los que se suman el PSOE y UGT- con el propósito de poner fin a la monarquía alfonsina, y cuyo desenlace será la Dictadura de Primo de Rivera, luego vendrán la II República y la Guerra civil. 1962: IV Congreso del Movimiento Europeo (también conocido como “Contubernio de Munich”), celebrado en la capital bávara por todas las tendencias contrarias al régimen de Franco, a excepción del Partido Comunista, y en el que se echan las bases de la futura transformación de dicho régimen. Y detrás del mismo biombo, con carácter aún más nebuloso y enigmático, se sucede la cadena de asesinatos de presidentes del Gobierno que jalonan más de un centenar de años entre dos siglos: Prim (1870); Cánovas (1897); Canalejas (1912); Dato (1921); y Carrero (1973). Por último, ¿Qué sabemos a ciencia cierta del acontecimiento histórico más decisivo de cuantos se han producido desde la Transición? Me refiero a los salvajes atentados del 11-M  de 2004, verdadero punto de arranque de la situación actual.

Si Maura levantara la cabeza

“Yo, para hacer política, no necesito más que luz y taquígrafos”, es decir, transparencia y publicidad. Así definía don Antonio Maura su forma de llevar los asuntos públicos. Nada que ver con lo de su propio tiempo ni con lo de ahora.

Hace unos días ha presentado Jaime Mayor Oreja el libro de Regina Otaola y Jorge Mendiola, El precio de la libertad. El exlider del PP vasco (todavía no ha explicado nadie la marginación de uno de los principales activos del panorama político nacional, como tampoco la de María San Gil, Iturgaiz, Abascal, Ortega Lara, Vidal Cuadras, Pizarro, la propia Otaola y tantos otros,…ni, por cierto, la de Redondo Terreros, Antonio Asunción, Alonso Puerta o Pablo Castellano, pongo por caso, en el otro lado del espectro político); Jaime Mayor, repito, ha recordado en la presentación de dicho libro la secuencia de los hechos externos que muestran el itinerario que parece conducir a la solución (¿?) de los problemas vasco y catalán. Años finales de los 70: aprobación de los Estatutos de Autonomía de ambas Comunidades (habría que insistir en su carácter preconstitucional y en el uso -más bien abuso- de la técnica del Decreto-Ley, ya habitual entre nosotros). Finales de los 80: declaraciones reivindicando el derecho de autodeterminación, tanto por el Parlamento catalán (diciembre de 1989) como por el del País Vasco (febrero de 1990). Finales de los 90 y principios de los 2000: Acuerdos de ETA con los partidos nacionalistas tradicionales e iniciación de las “treguas” de la banda terrorista (1998); Pacto de Estella (1998), precedido del asesinato “a cámara lenta” de Miguel Ángel Blanco, en 1997; sorprendente resurrección de “Galeusca” (nacida en 1923 para reivindicar la soberanía de Galicia, el País Vasco y Cataluña) como coalición para concurrir a las elecciones al Parlamento Europeo, en 2004; Acuerdo de Perpiñan (Carod Rovira-Josu Ternera, prófugo éste de la Justicia española) para desestabilizar al Gobierno de la Nación a cambio de que ETA no atentara en Cataluña; iniciación del llamado “Proceso de Paz” por el Gobierno de Zapatero mediante la negociación con una ETA legitimada con la legalización de Bildu y Sortu, partidos que accederán después a las instituciones como si aquí no hubiese pasado nada. Por último: anticipación de las elecciones vascas y catalanas con el resultado conocido y el abierto emplazamiento a la secesión por parte de la Generalidad convergente de Cataluña. Y en esto estamos. Extraño continuismo el del Gobierno del PP con ciertas políticas de su predecesor.

¿Laissez faire, laissez passer?

¿Qué ha hecho el Gobierno de Rajoy, con una mayoría absoluta -nacional, autonómica y municipal-, y una oposición desarbolada, para corregir la deriva hacia ese galimatías del federalismoasimétrico, la confederación de estados y el autonomismodiferencial -luminosa fórmula ideada por la señora Sánchez Camacho-, al que pretenden llevarnos? Nada. Absolutamente, nada. Porque no todo es economía, e incluso la misma economía está en función de todo esto. Sólo hay noticia de una resuelta e intimidante advertencia del Señor Presidente -del Tigre de Compostela-, que data de mediados de septiembre del pasado año: “Haré cumplir la Constitución si así fuera necesario”. Eso parece que juró, y eso esperamos. Pero ¿Cuándo? A muchos nos gustaría algo más: que el biombo que oculta presumibles consensos se replegara para ver qué hay detrás de él, para averiguar dónde nos llevan. Aunque más dramático sería comprobar que ni ellos ni nosotros sepamos hacia dónde nos dirigimos.

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