PACO BONO SANZ
Don Cosme y Don Damián
– Se me olvidó felicitarle por su santo. ¿Cómo se encuentra?
– En todo mi ser. Porque yo sé quien soy. ¿Y usted?
– Mi memoria funciona a la perfección. No olvido la verdad de los hechos; a mí no me engañan. Conmigo no pueden.
– ¿Se refiere a la situación del poder en España?
– A eso mismo. Si la mayoría de la gente fuera consciente de la realidad de lo político. Si supieran que la política es simple y llanamente la ciencia del poder. Si entendieran que, como ya demostró Montesquieu, un poder sólo puede ser detenido por otro poder de igual o similar magnitud, entonces, y sólo entonces, España empezaría a ver la luz.
– ¡Si todavía hay quienes creen que en España hay democracia! Dicen, los muy ingenuos, que se trata de una democracia con muchos defectos, pero que se puede mejorar.
– ¿Democracia en España? Jajaja. Por favor, no siga. Menudo chiste. Veamos. Analicemos la política en España según la naturaleza de la política: el poder. Hace casi 40 años, el poder político en España lo acaparaba Francisco Franco, quien presidía el gobierno y nombraba a los ministros, a los parlamentarios, así como controlaba la función judicial. Los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, se encontraban en manos de una misma persona, aunque sus funciones estuvieran separadas, lo cual es lo mismo.
– Continúe por favor.
– Por supuesto. A la muerte de Franco, sucede en España, lo mismo que ya había ocurrido en otros lugares a lo largo de la historia. Fallecido quien acaparaba el poder, la pregunta era: ¿quién iba a controlarlo?
– ¿No menciona usted lo sucedido antes del fallecimiento del dictador? Es importante.
– Sí, tiene usted razón. Franco que, odiaba la libertad política y la democracia (aunque también las desconocía), procuró toda serie de medidas para evitar que en España se llevara a cabo una ruptura democrática una vez caído su régimen. Para ello, embaucó a un joven y ambicioso Juan Carlos, a quien invitó a que aceptase la sucesión al trono (instaurando una nueva dinastía) en contra de la voluntad de su padre, legítimo heredero. Era sabido que Don Juan, que había estudiado en Reino Unido y conocía muy bien aquel régimen de libertades y a sus escritores y filósofos, no tenía inconveniente en someter la posibilidad de la vuelta de los Borbones al Trono de España a la celebración de un periodo de libertad constituyente que permitiera a los españoles la elección de la forma de Estado y de gobierno. Incluso, es conocido, por medio de Don Antonio García-Trevijano, que Don Juan le encargó que redactara una constitución para una posible monarquía constitucional, es decir, una monarquía con separación de poderes.
– Pero Don Juan, como usted afirma, fue traicionado. Y con dicha traición, se abrían las puertas al pacto, al consenso… y se impedía la ruptura democrática.
– Efectivamente. Muerto Franco, su sucesor se puso manos a la obra con la intención de estabilizar el poder que había heredado. Debía lograr dos objetivos: la legitimación de su trono y el pacto entre las fuerzas que se disputaban el poder, tanto franquistas, como de la oposición. Para la consecución de lo primero, se escenificó en un acto público la renuncia de Don Juan a la corona en favor de Juan Carlos (Don Juan, como todos los monárquicos, tenía un equivocado concepto del honor; ya que no puede ser causa de honor la legitimación de una traición, aunque la traición la cometa tu hijo). Para lo segundo, permitió que Manuel Fraga encerrara en la cárcel a destacados miembros de la Junta Democrática, entre las que se encontraba su coordinador, Antonio García-Trevijano, que pasaría cuatro meses en prisión, los necesarios para que el pacto para la reforma política saliera adelante sin una sola voz en contra. Tras la traición al honor, había fructificado la traición a las ideas. Los comunistas se sumaban al consenso y el PCE era legalizado un año más tarde por el Presidente Suárez, ex-jefe de la Falange, nombrado a dedo por Juan Carlos.
– Se fundaba el consenso.
– Sí, el pensamiento único. La gran mentira.
– No había ruptura democrática.
– Claro que no. Se imponía la continuidad del franquismo por la vía de la reforma política. Un fiasco. Todos los partidos traicionaron sus ideales con tal de pasar por caja. Se redactaba una constitución en secreto, sin que se hubieran celebrado unas elecciones previas a cortes constituyentes. La Constitución Española no procede de un poder constituyente, sino de un poder constituido nada menos que por Franco. Juan Carlos ocuparía la jefatura del Estado, sería inviolable. A cambio, los partidos podrían repartirse el poder político. Hay algo de común en todos ellos a parte de la traición, la corrupción.
– De un poder dictatorial, aunque con separación de funciones, pasamos a un poder oligárquico con separación de funciones.
– Así es. Igual que sucedía con Franco, el poder en España sigue sin ser controlado. Y este es uno de los motivos de lo alarmante de la situación.
– Sin olvidar que la continuidad del Franquismo por la vía de la reforma, conllevó la continuidad del nacionalismo y del concepto subjetivo de la nación.
– ¡Esto es gravísimo! Tiene razón. El régimen de Juan Carlos ha unido el destino de España al suyo propio mediante la introducción una falsa constitución que no sólo no separa los poderes, sino que contiene definiciones confusas sobre la nación y la nacionalidad. La Constitución de 1978 es el caballo de Troya que los nacionalismos periféricos están utilizando para destruir España.
– Si la mayoría de los españoles comprendieran esto. Si fueran conscientes de que la existencia de España no depende de la voluntad, de que no es materia decidible, sino que está determinada por la historia, si asumieran la realidad objetiva de la Nación Española, no vivirían con tal grado de confusión y frustración.
– Sólo un sistema político podría sacar a España de su crisis.
– ¿Un sistema?
– Sí, un sistema. España padece un régimen político.
– ¿Qué diferencia hay entre régimen y sistema?
– Con un régimen es el Estado el que organiza a la Nación. Con un sistema es la Nación la que organiza al Estado.
– Lo tengo muy claro. Sigue pendiente la libertad política y el control y limitación del poder.
– Seguimos luchando por ello, hasta el final.