ROBERTO CENTENO.
La noche del 20-N de 2011 me encontraba invitado por Carlos Cuesta en su tertulia La vuelta al mundo. Mariano Rajoy Brey, como no podía ser de otra manera después del desastre Zapatero, había ganado las elecciones. Hasta el Pato Donald lo habría logrado. Ello, unido a la conquista de la casi totalidad del poder municipal y autonómico seis meses antes, le confería un poder que ningún otro jefe de gobierno había detentado desde la infausta Transición. Una ocasión histórica para cambiar el rumbo de una España económica, social y políticamente desmantelada por un necio felón. Pero Rajoy no daría la talla ni de lejos.
Como si de una maldición bíblica se tratase, esta nación, en sus horas de mayor tribulación, casi siempre ha acabado en manos de ineptos, cobardes o traidores que nos llevan a la catástrofe. Desde Bermudo II de León a Enrique IV de Trastámara, pasando por Carlos II, Fernando VII, la Segunda República o el gigantesco fraude de la Transición, por solo mencionar los ejemplos más obvios. En el caso de Rajoy, los precedentes eran inequívocos: su incapacidad y su cobardía estaban demostradas más allá de toda duda razonable. Si no había sido capaz de poner orden en su partido, cuyas CC.AA. y ayuntamientos se encontraban a la cabeza del despilfarro y la corrupción, ¿cómo iba a ser capaz de poner orden en España?
El discurso que siguió a la victoria fue desolador, una colección de incongruencias, vaguedades y lugares comunes. Después de ocho años en la oposición, carecía de proyecto económico alguno y, lo que era peor, de proyecto de país. Así lo manifesté en su día. El resto de contertulios, salvo honrosas excepciones como la del propio Carlos, sectarios de una u otra cuerda o mercenarios del optimismo a sueldo del poder, habituales en todas las tertulias, me pusieron de catastrofista para arriba. “No le das ni un segundo de credibilidad”, me dijo una conocida periodista. Estos autodenominados “analistas”, que lo mismo opinan del PIB que de la Pantoja, no han hecho jamás una predicción acertada ni un análisis que se tenga en pie.
Un rosario de mentiras e infamias
“Lo que no llevo en el programa no lo hago”; “subir impuestos significa más paro y mas recesión”; “nunca se ha salido de una crisis subiendo impuestos”; “subir impuestos es darle una puñalada por la espalda a la clase media”; “no daremos un euro a la banca y jamás crearemos un banco malo”; “meteré la tijera en todo menos en las pensiones, la educación y la sanidad”; “ yo no voy a hacer el copago”; “nunca abarataré el despido”; “cerraré la mitad de las empresas públicas”; “ilegalizaremos Bildu”… y así hasta la saciedad. Ha hecho todo lo contrario a lo que prometió, lo que hace su mandato ilegítimo aunque sea legal.
Tras su primera decisión, el Gobierno que iba “a sacarnos de la crisis” fue un completo fiasco. Personas ayunas de saberes y experiencia, y lo más inaudito, dos responsables de Economía en lugar de uno que, además, se odian profundamente. ¿Pero dónde se ha visto tal despropósito? Luego, improvisando sobre la marcha, lo que será la regla en el futuro, decidió subir el IRPF al nivel más alto de Europa para recaudar 6.000 millones. “No había otra opción” nos dijo. ¿Cómo que no había otra opción? ¿En un Presupuesto de gasto de 470.000 millones no había opción alguna de donde restar 6.000 millones? Con esas palabras, pasó de la mentira a la infamia: el comienzo de la mayor sucesión de subidas de impuestos, de tasas y de recortes sociales de nuestra historia para mantener intactos los privilegios de las oligarquías.
Después, y con un cinismo total, se rasgaron las vestiduras al “darse cuenta” de que el déficit público no era del 6%. Cinismo, porque sabían desde julio que el déficit superaría el 9%, y Montoro así me lo confirmó en septiembre, ya que la mayoría de CC.AA. y Ayuntamientos eran del PP y conocían su estado de ruina. Después de tres meses de “exhaustivos trabajos”, estos farsantes concluyeron que el déficit era del 8,5% y así se lo comunicaron a Bruselas. Solo una semana después se supo que el déficit de Madrid, como el de otros, estaba infravalorado y el total subía al 9%. Tres meses más y el PIB se había sobrevalorado: el déficit subía al 9,4 %. Y lo inaceptable: 11.000 millones de pérdidas del robo del FROB no estaban contabilizadas, total: 10,4%. ¿Cómo puede alguien confiar en estos trileros?
Después, el rosario de mentiras y de infamias crecería sin pausa, ni una sola medida a derechas, siempre lo contrario de lo que España necesita. Sus intereses electorales se situarían por encima de los intereses de España, algo que será una constante en Rajoy, y paralizarían durante tres meses cualquier medida, incluidos los imprescindibles Presupuestos para ayudar a unseñorito andaluz inepto y holgazán a ganar unas elecciones. Luego realizó una reforma laboral en la que, con la mentira de que así se dejaría de destruir empleo, se rebajaron los despidos y se precarizó el trabajo. Como no podía ser de otra manera, el paro no ha cesado de crecer.
Para entonces, CC.AA. y Ayuntamientos estaban al borde de la suspensión de pagos, una ocasión de oro para haberlas puesto firmes. Increíblemente, Rajoy hizo lo contrario: aseguró que no dejaría caer a ninguna y, no solo eso, que “garantizaba la total independencia económica y decisoria de las CC.AA.”. Por primera vez en la historia del mundo civilizado, un Gobierno de irresponsables renunciaba a decidir sobre la correcta asignación de los dos tercios del gasto de la nación. Les soltó 15.000 millones de euros y luego otros 28.000 para pagar a proveedores con nuestro dinero. Como era de esperar, esta tribu de despilfarradores abandonó todos los planes de ajuste. Eso fue otra infamia.
Simultáneamente, estos insensatos decidieron el salvamento indiscriminado del sector bancario, en lugar de meter en la cárcel a los responsables del desastre. Otra gigantesca infamia. Tres rescates consecutivos, en los que cada uno era “el definitivo”, según De Guindos. Para financiar estos dislates, Rajoy subiría impuestos y tasas, recortando en Sanidad y Educación, lo que sin duda había que hacer, pero no sin criterio ni análisis alguno. “Como sea”, fue su instrucción (tenemos el mayor gasto en medicamentos de Europa, hemos pasado de un 18 % del gasto sanitario total al 31%), y ha endeudado brutalmente a la nación. Después de los rescates multimillonarios, el crédito sigue hundiéndose y, como afirmaba el viernes S&P, la situación del sector ha empeorado. ¿Pero en manos de quién estamos?
Y luego la corrupción generalizada en todas las instituciones y a todos los niveles. Un ejemplo reciente: Madrid Arena. ¿Cómo concede las licencias el lobby del Ayuntamiento que controla los espectáculos? ¿Dónde y cuándo se han hecho concursos públicos limpios y transparentes, o es una mafia? Y después, ¿cómo es que Botella, que dispone de una plantilla de 72 letrados, diez veces más que cualquier ayuntamiento de Europa, contrata a un carísimo bufete privado? ¿Va a pagar esta inepta despilfarradora la enorme factura? Esto ya no es un país, es un piélago de corrupción con total impunidad, donde la casta política es motor y gran beneficiaria, un sistema de enriquecimiento ilícito como jamás se había conocido.