El lector avisado se sorprenderá de que en una obra de estas características no se citen las fuentes, ya sean referencias bibliográficas o de otra clase. Pero para hacer una cosa tan poco ortodoxa tenemos una justificación, que esperamos sea suficiente para que el lector otorgue un voto de confianza respecto al rigor del libro. Insistimos en el hecho de que “la persona del rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad”. No se le puede juzgar, haga lo que haga o diga lo que diga. Pero no es así para quien escribe sobre el rey, que puede ser perseguido de oficio, y padecer las “caricias” de todo el aparato de Estado del Reino de España. Existe un Derecho Proemial y un Código Civil, y es una previsión lógica que se trate de aplicar el segundo. Esto no hace más que resaltar nuevamente, los riesgos de una sociedad que se dice está repleta de libertades, entre las que se hallan la de información, e incluso la de opinión y, más concretamente, la libertad política. Pero cuando las ideas que se defienden son republicanas, entonces uno pasa al campo de los “conspiradores”. De ahí el pseudónimo con que se firma el libro, que intenta paliar la desproporción y busca que se juzgue a la obra y no al autor; que tendrá que responder en igualdad ante los tribunales, si fuera necesario, del asunto en cuestión y no de las campañas de persecución personal.

No hay ninguna ley específica que ponga un límite al derecho fundamental a la información y a la
libertad de expresión en lo que concierne a la monarquía. Ni tampoco existe un delito tipificado
como “injurias al rey”. Sin embargo, en la práctica, es sorprendente que los jueces y fiscales se
preocupen tanto por impedir que nadie pueda ni siquiera hacer una broma sobre el monarca. No
sólo importan los contenidos, sino también las formas. Porque no es suficiente castigar el animus
iniuriandi (o intención de causar daño), sino que también hace falta penar el animus joccandi (o
afán de cachondeo, en argot legal), puesto que hacer chistes sobre el rey también está
considerado como delito. Por mencionar sólo algunos de los casos menos políticos, que rozan el
ridículo, podemos recordar al cocinero Mariano Delgado Francés, que en 1988 pasó seis meses en
prisión por haber insultado al rey durante un desfile; el marinero de Ceuta Abdclauthab Buchai
Laarbi, condenado en julio de 1989 a seis meses de prisión por injurias leves al rey en un autobús;
al joven José Espallargas, juzgado en enero de 1990 por haber hecho un dibujo obsceno sobre un
sello del rey, en una carta que envió a su novia desde la mili; o los tres turistas extranjeros detenidos
en agosto de 1991 por el hecho de insultar al rey y a España mientras viajaban en un autobús a
Madrid. Ninguno de ellos había utilizado un medio de comunicación de masas para expresarse.
En el correo electrónico, en la correspondencia y en las conversaciones telefónicas entre la editorial
y la autora, ya ha habido el suficiente número de intercepciones a lo largo de un año para que los
ministerios correspondientes estén al tanto de quién está detrás del pseudónimo. Sin embargo, por lo
menos este recurso nos permitirá mantener un frente, evidentemente republicano, para escabullirnos
de una represión individual, y una persecución que durante la elaboración del libro ya ha dado los
primeros avisos.

Para poder dar a luz este libro, hemos tenido mucho cuidado de ser escrupulosamente respetuosos
con las informaciones que se han utilizado. Todo lo que se afirma está contrastado, y muchas veces
hay pruebas tangibles de su veracidad. Además, hemos buscado confirmación bibliográfica siempre
y cuando ha sido posible, limitándonos a las versiones ya divulgadas en caso de duda, por lo cual –
esperamos– contamos con ciertas garantías de que podemos decir lo que decimos. En consecuencia,
gran parte de lo que aquí se explica ya ha sido publicado alguna vez, y no nos duele en prenda el
reconocerlo. Sí que existe un acuerdo tácito, un “pacto entre caballeros” para no publicar nada que
perjudique a la Corona, firmemente consolidado entre periodistas y escritores, bajo la atenta mirada
de los editores, que deciden en última instancia lo que se publica y lo que no. La prensa extranjera
ha llegado incluso alguna vez a atribuir una base formal, y habla de un acuerdo presuntamente
firmado en 1976 entre el Gobierno y la Federación de Prensa, respecto a la privacidad de la familia
real. El pacto de silencio se ha justificado por el alejamiento popular respecto al sistema
monárquico durante la Transición, que obligaba a protegerlo frente a críticas peligrosas que habrían
de ser inevitables en un sistema de completa libertad de prensa.

Pero se han publicado más cosas, desperdigadas aquí y allá, de lo que se podría pensar en un
principio. Aparte de valientes aportaciones recientes, como la del periodista Jesús Cacho, autor del
libro El negocio de la libertad (que apareció gracias a la osadía de su editor, Ramón Akal), otros
autores han tenido una manera curiosa de difundir informaciones interesantes, incluyéndolas en
obras que de otra manera no se presentaban como fustigadoras de la imagen del monarca.
Jaime Peñafiel, el más atrevido a la hora de hablar de cotilleos sobre los Borbones actuales, inserta
un comentario simpático en el capítulo sobre “la cólera real” (o cuando el rey se enfada y es
maleducado), de su libro ¡Dios salve… también al rey! : “Don Juan Carlos se dejó llevar, como
cualquier ser humano, por ese desahogo que es la cólera, no sólo propia de hombres sino hasta de
Dios. ¿No existe acaso la cólera divina? ¿No se apoderó de Cristo frente a los mercaderes que
invadieron el templo?”.

Sin llegar a estos extremos retóricos, Pilar Urbano hace un estudio concienzudo sobre los
acontecimientos del 23-F (en su libro Con la venia… yo indagué el 23 F), en el que aporta datos
suficientes sobre la contribución del monarca, para llegar al final, tras 270 páginas, y dedicar toda
una sección a argumentar “una verdad de Perogrullo”, en palabras suyas: “si el Rey hubiese estado
de acuerdo cono el golpe, el golpe necesariamente habría triunfado”. E inmediatamente después, en
el siguiente apartado, Urbano vuelve a explicar que, de todos modos, el golpe sí que triunfó en más
de un sentido.

También el Don Juan, de Luis María Ansón, es un primoroso ejemplo de habilidad dialéctica para
decir y no decir al mismo tiempo. El propio autor sostiene que “las razones a favor de la República
las comprende cualquiera. Las razones a favor de la Monarquía hereditaria requieren un estudio
riguroso, así como una considerable disciplina mental”. Después explica, aportando numerosos
testimonios y pruebas, que el golpe de Estado del 18 de julio de 1936 tenía como objetivo restaurar
la monarquía de los Borbones; aunque los conjurados no se cargaron la República de 1931 porque
la monarquía funcionara mejor, sino porque la República era “de ideología revolucionaria”, es
decir, de izquierdas; además, demuestra que la realidad de fondo en la contienda entre Franco y Don
Juan no se debía a cuestiones ideológicas, sino a una lucha por el poder puro y duro; que Juan
Carlos decepcionó y traicionó a su padre… Y todo ello envuelto en un discurso fogoso, que no se
aleja lo más mínimo de la ortodoxia monárquica más recalcitrante. Ansón termina el libro con
párrafos altisonantes sobre “la Monarquía de todos”, “la política profunda de don Juan”, “su
impresionante estatura moral”, “la justicia histórica”… En fin, un despropósito total, aunque muy
bien documentado.

Pero si lo poco que se ha publicado en España siempre ha estado volcado hacia la alabanza más o
menos engañosa de la Corona, ha pasado lo mismo en buena parte de la prensa extranjera. En el
verano de 1992, El Mundo se hacía eco de lo que previamente había publicado la revista francesa
Point de Vue con respecto a los amores del rey con la decoradora catalana Marta Gayá. Y trascendió
que la Casa Real se había irritado enormemente no por el contenido de la información difundida,
sino porque el diario de Madrid había omitido los “elogios y valoraciones positivas” en torno al rey
que incluía el texto de la revista francesa.

La revista italiana Oggi siempre ha seguido el mismo estilo laudatorio que Point de Vue acostumbra
a utilizar con los temas monárquicos. Por ejemplo, tras publicar, en un reportaje de 1988 sobre la
familia real española, informaciones que aquí son absolutamente tabú, como “La infanta Elena
nació enferma, como muchos de sus antepasados, y hoy todavía tiene que someterse a continuas
terapias”, añadía comentarios compensatorios como los “50 años [del rey Juan Carlos] son un
ejemplo de fidelidad: a la familia, a España, a los valores de la democracia…” En otro de
sus curiosos artículos, en el que Oggi revelaba el asunto de la presunta hija ilegítima del rey de
España con la condesa italiana Olghina Robiland (también en 1988), el texto del reportaje matizaba:
“Con la lealtad y honestidad que han caracterizado siempre su comportamiento, en cualquier
circunstancia, y que le han permitido conquistar la confianza de los españoles, Juan Carlos advierte
a Olghina, desde el primero beso, que el suyo es un amor imposible”.

Por ello, si alguien se sorprende por algún dato en particular de este libro que le parezca
especialmente escandaloso, es necesario que tenga en cuenta que es muy probable que haya
aparecido antes en alguna otra fuente impresa, ocultada por la prensa española. Si nadie se ha
molestado, hasta ahora, en poner dificultades a autores como Luis María Ansón, Pilar Urbano,
Jaime Peñafiel o José Luis Villalonga, entre otros muchos, podemos presumir que no nos las
pondrán ahora a nosotros al tratar de los mismos asuntos, tan sólo porque no hayamos endulzado la
historia con una capa de “juancarlismo”. Queremos manifestar nuestro agradecimiento
a los autores de las obras consultadas –y utilizadas aquí como parte imprescindible de la
documentación–, las cuales recogemos por orden alfabético en la bibliografía al final del libro. Si
hemos preferido evitar las referencias puntuales, párrafo a párrafo, aun cuando no sea nada correcto,
ha sido con el objeto de no facilitar la tarea de las personas que tienen espíritu censor, cosa que
pondría en peligro el compromiso de confidencialidad con los informadores que han colaborado con
nosotros.

Aparte de fuentes bibliográficas, entrevistas con colaboradors anónimos desinteresados, y algunos
textos legales (sentencias, denuncias, sumarios…), facilitados por la persona correspondiente en
cada caso, también hemos contado con cantidades ingentes de información procedente de
hemerotecas, nacionales y extranjeras, merced a la inestimable ayuda de nuestros documentalistas.
La mayoría de las referencias que salen a lo largo del libro a las diversas intervenciones del
Gobierno de los Estados Unidos y de la Comisión Trilateral en la vida política del Estado Español,
se han recogido del estudio del profesor Garcés Soberanos e intervenidos –una magnífica
investigación sobre documentos desclasificados del Gobierno norteamericano, cuya lectura
recomendamos encarecidamente.

Bien, este es un libro que creemos proporciona la información posible, la que entra dentro de los
límites de lo que se puede asumir delante de los tribunales. El resto queda para una ocasión mejor.
O para los tribunales, si fuera requerida ante éstos.

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