Mientras la intervención de la policía autonómica catalana se encuentra comprometida con la sedición, la inexistencia de una auténtica policía judicial sigue ausente en el debate político nacional sin que a nadie parezca importarle. Silencio total.
Tanto nos hemos acostumbrado a las reivindicaciones de los responsables periféricos de la seguridad ciudadana pidiendo al delegado del gobierno de turno (sobre todo si es del partido rival), cuatro o cinco mil agentes más para atajar la delincuencia local, o al consejero autonómico reivindicando el ejercicio exclusivo de las funciones policiales por cuerpos del terruño.
Tal situación contrasta con la ausencia tanto en el CGPJ como en las asociaciones profesionales, de la exigencia de una auténtica Policía Judicial sólo dependiente de Jueces y Magistrados en el ejercicio de su función jurisdiccional. No es casual, se trata de un debate ausente porque ni a unos ni a otros les preocupa la separación de los poderes del Estado. Asumen la existencia del poder único, dividido sólo orgánicamente, y aceptan con gusto el desempeño del rol asignado.
En la actualidad, la Policía Judicial no es un cuerpo propio, sino la simple designación nominativa de unas cuantas unidades de Policía Nacional y Guardia Civil asignadas funcionalmente a determinados Juzgados, pero dependientes orgánica y presupuestariamente del Ministerio del Interior como el resto de unidades dedicadas al mantenimiento del orden público.
Así las cosas, resulta impensable que el juez instructor investigue y controle con mínimas garantías las conductas ilícitas que nacen en el seno de las instituciones del Estado, pues los instrumentos que para ello tiene dependen en su organización, medios y economía de aquellos a quien supuestamente también deben investigar y controlar.
No solo los partidos, el CGPJ y las asociaciones profesionales de jueces omiten la cuestión, también los sindicatos policiales, fieles cumplidores de su función de sindicatos del Estado, contentos del papel asignado. Sólo la sociedad civil puede denunciar la realidad de lo evidente, de la inexistencia de poderes inseparados y los múltiples resortes del Estado de partidos para ahogar cualquier posibilidad de Justicia independiente.
El ejercicio de la fuerza por una autoridad pública que se vigila a sí misma resulta ilimitada convirtiéndose en simple represión, cuando no en directa garantía de impunidad de los poderosos.
Para la existencia de una Justicia independiente resulta imprescindible la existencia de una auténtica Policía Judicial únicamente dependiente de Jueces y Magistrados, bajo la dirección y organización de éstos y dotada presupuestariamente de un Órgano de Gobierno de los Jueces auténticamente independiente y separado del resto de los poderes estatales.