LUÍS FERNANDO LÓPEZ SILVA
Ruido, ruido y ruido. Estas tres palabras podrían definir perfectamente todo el proceso desde la irrupción del germen de Podemos en las calles madrileñas allá por mayo de 2011 hasta la actualidad, insertado ya como partido de estado. Sin embargo, tras ese ruido de dimes y diretes, lo que sí es evidente es que desde los inicios de la crisis hasta las fechas de hoy, el contexto económico y social se ha deteriorado hasta extremos peligrosos, y es por ello, que buena parte de la sociedad ha despertado del letargo en que los tenían sumidos las autoridades políticas y la oligarquía financiera con su política de consensos y dinero gratis para todos. El auge de grupos políticos y asociaciones ciudadanas ofrecen un buen ejemplo de ello, y de que sectores amplios han dado la espalda a una política anquilosada y corrupta. En el caso de Podemos es hasta loable que un grupo inicial de manifestantes haya podido llegar hasta donde está y haya volteado de tal manera el mapa político español, hasta tal punto que los grandes partidos le teman y balbuceen continuamente improperios contra sus dirigentes y propuestas, allanándoles inocentemente el camino hacia la cúspide de la partidocracia.
El problema de Podemos es que pretende erigirse en un modelo original y nuevo de hacer política que, según dicen, recuperará la “democracia perdida” (¿la hubo alguna vez?), cuando la verdad es que sus teorías políticas y propuestas sociales no tienen nada de genuino, su estructura y dinámica del poder es la clásica de los modelos partitocráticos que se establecieron tras la II Guerra Mundial en toda Europa bajo el dominio de los Estados Unidos. En fin, nada nuevo bajo el sol. De hecho, aceptar el sistema que legitima a la casta, como nombran ellos a la vieja política, es su renuncia a cambiar lo que critican. De este modo, su principio de acción podría encuadrar perfectamente con el principio gatopardiano de cambiar todo para que no cambie nada, porque para que exista una verdadera revolución política en nuestro país con la pretensión de anclar una democracia seria son necesarias las premisas que repetimos aquí sin cesar: un sistema electoral que otorgue verdadera representación mediante distrito uninominal, separación de poderes en origen, es decir, elegir a un legislativo y a un ejecutivo en elecciones separadas, un Consejo de Justicia independiente, partidos políticos fuera del Estado, libertad política colectiva y un periodo de libertad constituyente para que cada individuo gane su libertad política por sí solo y nadie le fabrique una falsa.
En resumen, España necesita lo que ya hace muchos años dijo el padre político de este movimiento, García Trevijano, en un artículo publicado en año 89 en el El País titulado Desobediencia Decembrista: “Para pasar del actual régimen termidoriano a un sistema democrático es preciso reconvertir la desobediencia decembrista en fundamento de gobierno, en respeto y confianza al mérito de unas instituciones constitucionales dotadas de lo que las actuales carecen: ‘astucias de la razón’ que desahoguen las pequeñas y viciosas ambiciones de la clase política haciéndola trabajar, sin saberlo, en virtuosos y grandes objetivos colectivos. El primero de ellos, hacer de este reino liberal algo más que una máquina de fabricar gobiernos y algo menos que un paraíso de especulación”. Mejor no se puede decir.