Los pavos reales, al desplegar unas colas desmesuradas y variopintas que les impiden levantar el vuelo con premura, se exponen a los ataques de los depredadores. Si interpretamos la selección natural en un sentido restringido, un rasgo tan peligroso tendría que haber ido desapareciendo hasta su completa eliminación, pero resulta que las pavas prefieren aparearse con pavos de colas llamativas, así que éstos, aunque pierdan la vida antes, tienen más posibilidades de generar descendencia. Lo que parecía una carencia y un dispendio, revela su eficacia biológica. Lo que puede resultar misterioso es por qué las pavas se inclinan por pavos con plumajes tan desarrollados, que a su vez engendrarán machos de estas características, y por tanto más vulnerables, cuando su descendencia podría estar más asegurada si se apareasen con pavos de cola corta. Darwin llegó a introducir el concepto de “selección sexual” para tratar de aclarar esa extraña conducta femenina, pero es que todavía no se tenían nociones de la idiosincrasia genética. En términos reproductivos, resulta ventajoso para los hijos tener plumajes vistosos, y por tanto los genes que producen grandes colas, atraen los genes de otras hembras, conquistando el medio y expandiéndose por él con renovadas fuerzas. El pavoneo es una actitud muy corriente entre los que quieren ganarse el favor del público en los medios. El celo por halagar a la opinión hace célebres a los artistas y a los intelectuales mediocres, pero por mucho que posen para la posteridad, ésta reducirá a la nada sus deleznables obras. Más que de cualquier otra persona se prendan de sí mismos. El romanticismo inauguró el culto al personaje: vivir y morir delante de un espejo era la divisa del dandi. El personaje precisa de unos espectadores, en cuyos rostros ve confirmada su existencia. Y como la capacidad de atención no es ilimitada, ha de despertarse y provocarse con una continua representación. La vanidad es la madre de las ilusiones, así que la verdadera modestia no puede ser más que una meditación sobre aquélla. Es una virtud que se adquiere tras contemplar el espectáculo de las ilusiones de los demás y abrigar el temor de extraviarse uno mismo. Recuerdo que un escritor remataba su texto con unas palabras que pueden dar fe de su presunción o de la conciencia de su propio valor: “este artículo no tiene otro mérito que ser el mejor que se ha escrito sobre el tema”.