Si echamos la vista atrás en los últimos casi cuarenta años de vigencia constitucional, la educación siempre ha sido un tema espinoso y controvertido dentro de la sociedad española. La ideología, la política y las tres décadas de sociedad del conocimiento han creado en la educación un totum revolutum que tiene al mundo educativo en una crisis catatónica; y más pronto que tarde, este galimatías de intereses ideológicos y económicos hemos de saber ordenarlo y reglarlo para que el sistema educativo sea de verdad la columna vertebral que dé unidad, equidad y progreso material y cultural al país.
Pero para este pacto, evidentemente, necesitamos antes formular la preguntas adecuadas, porque un pacto educativo, ya de por sí difícil de negociar, no tiene por si solo la virtud de solucionar los problemas educativos que aquejan a una comunidad. Un mal pacto, a veces, puede ser peor que no tener ninguno y los efectos perniciosos para la sociedad presente y futura podrían ser devastadores. Entonces, la primera cuestión fundamental para saber qué pacto educativo necesitamos hemos de hacernos las siguientes preguntas: ¿Para qué tal pacto? ¿Qué educación queremos?, ¿Qué valores sociales queremos transmitir?, ¿Buscamos ciudadanos libres o por el contrario gente dócil y manipulada?, ¿Queremos una educación integradora, competitiva? Todas esta preguntas han de ser el faro que guíe todo pacto, pues según como respondamos a estas clarividente preguntas, el acuerdo educativo fructificará en un sentido u otro. Para ello, empecemos por intentar responder estas cuestiones. La primera hace referencia al para qué, es decir, a todos aquellos ámbitos y necesidades que queremos que aborde la educación por ser temas principales que afectan al desarrollo y bienestar de la sociedad. El problema de no acertar en el para qué, se halla concretamente en nuestro país en la interpretación cuasi dogmática de la educación que ofrecen los partidos políticos y otros entes sociales a los ciudadanos, con lo cual, la educación en manos de estos representantes queda reducida al mínimo común múltiplo de sus intereses. El que en España no se haya podido conseguir después de más de 30 años un acuerdo nacional es consecuencia de lo anterior. Por tanto, lo primero que han de hacer los políticos antes de entrar en el Parlamento a debatir un acuerdo, es despojarse de los elementos más inflexibles de sus posturas ideológicas e incidir en lo que les une, para a partir de ahí, esbozar un sistema educativo que sea capaz de afrontar los retos del presente y el futuro desde una visión pedagógica abierta y responsable apta para formar personas social y profesionalmente comprometidas con el entorno glocal en el que vivimos hoy día. Este primer acuerdo nos llevaría a la siguiente cuestión de qué educación preferimos y qué valores deseamos transmitir, lo que nos obliga a hablar de los factores axiológico y teleológico de la educación, pues son los pilares que fundamentan toda educación, junto a la elemental instrucción. El segundo acuerdo habría que plantearlo, pues, en el plano teleológico, aquel que nos muestra los fines o propósitos de la educación, es decir, el resultado final del proceso educativo en la persona. Para este recorrido, hemos de contar con la axiología educativa que permite enfrentar y discutir los distintos tipos de valores que existen en los diversos paradigmas pedagógicos, lo que ofrece la oportunidad de sustraer aquellos que mejor se incardinen en nuestro proyecto de país. Elegido los fines y el modelo de valores con el que vamos a vertebrar el sistema de enseñanza comienza la ardua tarea de trasladar estos valores, conocimientos y fines a la teoría y práctica educativa que se desarrolle en los distintos niveles escolares y universitarios. De este modo, tendríamos ante sí una vereda por la que guiar las fases para llegar a un gran acuerdo nacional de todos y para beneficio de todos en el que se dé voz a toda la comunidad educativa y social (familias, empresas, profesorado, estudiantes, etc)
Desde luego, España requiere urgente un pacto de enseñanza para cubrir las expectativas presentes y futuras de su economía, su mercado laboral y adaptar su crecimiento y bienestar en torno a las nuevas tecnologías y la sociedad del conocimiento y la información. Pero este pacto no debe obviar las necesidades culturales y espirituales de la población, porque un acuerdo parcialmente escorado hacia una visión estrictamente mercantilista de la educación, se olvidaría de aquella dimensión humana que promueve la curiosidad, la crítica y la labor de los propios ciudadanos de cuidar los espacios de libertades individuales y colectivas que son amenazadas por doquier. En fin, el llamado pacto educativo no debe ser un brindis al sol de los partidos políticos y de otros agentes, ni mucho menos un manifiesto partidista y dogmático acordado por cuotas de poder parlamentario. Una alianza de este calado e importancia para el país ha de trascender todos los intereses espurios y nefastas políticas educativas que todos estos años atrás se han venido practicando con aquellos a quienes les vamos confiar en pocos años el futuro de la nación.