En el viejo orden celestial, los ingleses, decía el costumbrismo, eran colonialistas: creían que el cielo era una colonia suya y que, al morir, iban allí.
Los españoles, en eso, éramos más clasistas, y creíamos que al cielo iríamos los de siempre.
Los alemanes, por su lado, vieron el cielo en el Mediterráneo (cuyos habitantes se lo gastan en copas y mujeres, según la doctrina oficial de la UE), lo hipotecaron y, cuando tenían unas vacaciones o alcanzaban la jubilación, se establecían en él.
Ahora la propaganda de frau Merkel (o te tapas las orejas, o acabas como el general Noriega cuando los marines que tomaron Panamá no le dejaban dormir con Bruce Springsteen a toda leche para forzar su rendición por sueño) dice que el Brexit y Trump acabaron con el cielo, y que hay que buscarse otro.
Pitarch, el Eisenhower de Bono, hace suyos los temores de frau Merkel (¡los temores de los perdedores de la guerra!), da por bien empleada la ruptura militar con Inglaterra y América (¡los vencedores de la guerra!) y anima a un nuevo orden celestial que estaría basado, se supone, en una “Grande Armée” de Macron equipado con el material bélico que la España de Zapatero, primero, y luego de Mariano, provee al Madurato venezolano. El peligro no nos vendría del Sur, pues todos los europeos saben que el islam es cosa de paz; el peligro nos vendría del Este, esas divisiones de Putin capacitadas para plantarse en Punta Umbría en diez días, aunque tengo para mí que regresarían a casa corriendo en cuanto vieran los precios de El Tabla.
Resuelta la amenaza de Putin, quedaría la de Puigdemont, quien ya mete cuchara hasta en el “prestigioso” (“prestigioso” en España es igual que “famoso”) “New York Times” de Slim, cuate de Felipe González. Hombre, si el NYT no respeta la Constitución americana del 87, ¿por qué iba a respetar la Constitución española del 78, que técnicamente es una Carta otorgada?
Y para contrarrestar al NYT, España sólo cuenta con Boadella.