El régimen oligárquico español hace algunas cosas muy bien. Todas ellas negativas para el pueblo, claro, pero las hace bien. Por ejemplo, sabe silenciar a toda persona crítica que denuncie que todo es mentira y que vivimos en una monarquía de partidos, donde el poder lo tiene la oligarquía de siempre. Redactaron en secreto y sin legitimidad para ello una constitución, que no llega ni a la categoría de carta otorgada, donde se les llenó la pluma de derechos fundamentales y derechos no tan principales. Dicen que hay derecho a la libertad de expresión. ¿De verdad? ¿Condenar al ostracismo al disidente, al crítico, ocultándolo y silenciando lo que tiene que decir es respetar el derecho a la libertad de expresión? Cualquier editorial contestará siempre con el brutal silencio a todo aquello que le llegue siempre que sea sincero, diga la verdad de la vida social española o pueda hacer pensar un poco a la opinión pública. Las cadenas de televisión no invitan jamás a aquel que ose criticar o cuestionar el poder establecido.
Como esto es así y es una ley que se cumple siempre en esta España, que es más bien la Españeta de Carlos Rojas, hay una parte positiva en todo esto. Si la verdad y la valentía están fuera del sistema, todo lo que esté dentro, por lógica, ha de formar parte de él. Todos los que hablan, escriben, debaten (utilizo este verbo para entendernos), opinan o pían en los medios de comunicación oficiales, no suponen riesgo alguno para el régimen. Más bien al contrario, son pilares que lo sustentan y lo hacen resistente a cualquier ataque que venga de fuera. Por lo tanto, si queremos conocer la verdad, si deseamos enterarnos de lo que ocurre en nuestra triste patria, tendremos que buscar fuera, habrá que acudir a todos aquellos cuyos nombres han sido escritos en las conchas de ostras por parte de los demócratas españoles.
Los nombres de dos amigos, de dos españoles valientes, inteligentes y bravos luchadores por la verdad están, cómo no, escritos con letras grandes en estas conchas de ostra que inventaron los atenienses para desterrar a aquellos ciudadanos de la polis que caían mal a los demás. El destierro allí duraba diez años. En cambio, el silencio al que son condenados aquí es, o mejor dicho intentan que sea, eterno. Son Antonio García-Trevijano y Manuel García Viñó (fallecido hace dos años). Dos referentes intelectuales, uno de la filosofía política y el otro de la literatura y crítica literaria.
El último botón de muestra lo constituye la prohibición de la concentración del MCRC, perpetrada por la Junta Electoral de Barcelona. Ostracismo y silencio para don Antonio y para todos los repúblicos que luchamos por la libertad política para España.
La estrategia del silenciamiento funciona, es buena. Si todos podemos ver que es el arma correcta para luchar contra los enemigos, ¿por qué no la usamos también nosotros? Nuestro enemigo es este régimen corrupto y oligárquico de poder. También se le puede derrotar con el silencio, con el ostracismo. Es muy sencillo. No necesitamos micrófonos, ni diarios, ni pesebreros a sueldo que mientan por otros. Este silencio tiene un nombre, es una palabra que está en las pesadillas de los corruptos silenciadores. Se llama abstención. El día 20, ¡silenciemos las urnas! ¡Al ostracismo con esta banda de piratas insaciables!
Nosotros también tenemos conchas de ostra, cada uno de nosotros. Escribamos en ellas lo que queremos que desaparezca de España y escribamos los nombres de aquellos a los que queremos enviar al ostracismo con el silencio de la abstención.