PACO BONO SANZ
Nos aproximamos a unas nuevas elecciones partidocráticas mediante el sistema proporcional de listas de partido. El súbdito no elige nada, sólo apoya a una u otra lista determinada por el jefe del partido, el verdadero soberano. Las nuevas formaciones políticas estatales que, como las viejas, son órganos del Estado, porque están financiadas con dinero público y por lo tanto permanecen incivilizadas, fuera del ámbito de la sociedad civil, se preparan para la contienda electoral, el escaparate de la vanidad. Un teatro cara a los gobernados para ocultar la verdad del régimen de poderes inseparados.
Podemos y Ciudadanos han de fijar su estructura de partido, obligados por la ley de hierro de las oligarquías descubierta por Robert Michels. Los partidos políticos son organizaciones jerárquicas, regidas por el autoritarismo. No se puede discutir al jefe, sus deseos son órdenes, cualquiera que se atreva a poner en duda su autoridad será expulsado del aparato de poder ipso facto. Y es que la democracia interna de los partidos es imposible.
El caso de Ciudadanos es extremo, pues si bien el partido de Albert Rivera se encontraba asentado en Cataluña, su salto al resto de España se ha llevado a cabo sin paracaídas, acuciado por el éxito de Podemos en las pasadas elecciones al parlamento europeo, por el descalabro de UPYD y por el declive del Partido Popular y del PSOE. Los escaños logrados en Andalucía por el partido de Rivera han aumentado sus expectativas de poder. Su oportunismo no tiene límites. Han abandonado la oportunidad y se han dejado llevar por las circunstancias que otros han creado. Deberán renunciar a su ideario, habrán de vestirse con los trajes oscuros de la clase política, la “casta”, que dice Pablo Iglesias, otro oportunista. La diferencia entre oportunidad y oportunismo está en que si bien la primera requiere de un esfuerzo, del uso de la inteligencia con el fin de lograr el objetivo ambicionado, la segunda consiste en aprovechar el fracaso de otros, la corrupción de otros, la idiotez de otros para presentarse como alternativa cuando en verdad lo único que se ofrece es alternancia.
Ciudadanos se está llenando de oportunistas. Sus listas, como las del resto de partidos estatales, se completan con aduladores, con ambiciosos del éxito inmediato, tránsfugas, personas ignorantes en lo político, como sus amos. Si ha quedado demostrado que la corrupción en España es sistémica, que no se trata de una corrupción personal, sino de partidos, que no se puede gobernar el régimen oligárquico de partidos estatales sin corrupción, no cabe una persona decente en una lista a no ser que sea idiota o esté corrompida. ¿Ignorante? ¿Acaso se ignora la corrupción de todos los partidos que han disfrutado de poder en el Estado central o en sus delegaciones autonómicas? No. Ya no hay dudas.
Es lamentable el gravísimo error que comete Albert Rivera, ya que su salto a toda España significará su fracaso y, con él, el fin de su lucha contra el nacionalismo en Cataluña. Y es que Albert Rivera no aporta nada nuevo fuera de Cataluña, sino todo lo contrario, ofrece oxígeno al agónico régimen y le da tiempo para rearmarse contra quienes luchamos pacíficamente por su caída y por la constitución de una verdadera democracia en España. El jefe de Ciudadanos cree que el problema de Cataluña está en el resto de España (terrible error de interpretación política de Ortega y Gasset). Lo que me recuerda el chiste que ha contado tantas veces Don Antonio García-Trevijano en Radio Libertad Constituyente, y que dice: iba Ortega y Gasset caminando de noche por las calles de un pueblo mientras conversaba con uno de sus habitantes. En esto que al acompañante se le cayó su reloj de pulsera al suelo justo debajo de una farola fundida. Preocupado, se agachó y empezó a palpar el suelo ante el asombro de Ortega, que le preguntó de inmediato qué le sucedía. El hombre le respondió que se le había caído su reloj. Ante lo que el filósofo añadió: ¿qué haces buscando el reloj aquí entre tanta oscuridad? Mira, allí adelante hay una farola, bajo su luz podrás encontrarlo enseguida; ve y búscalo allí.
Albert Rivera fracasará, como Rosa Díez, o se corromperá. La consecuencia será que su heroísmo en Cataluña quedará en nada y su valiente acción de defensa de la unidad de España en su tierra natal, también. No es para risa el asunto. Porque el problema de Cataluña no está en España, sino en Cataluña. Y el problema de toda España está en la ausencia de libertad política.