No podía imaginar la Nación, quizás el Estado sí (al menos debiera, porque siempre ha disfrutado de toda la información), la intención separatista que en realidad albergaba el estatalismo catalán, camuflado de nacionalismo romántico allá por los años en que iniciaba el Estado de Partidos su negra andadura por la historia de España. Me refiero al temerario y traidor inicio del simulacro de democracia que, con prisas y en secreto, desembocó en la redacción de la carta otorgada del 78, esa mal llamada Constitución. A nadie con un mínimo de conocimiento escapa que es la máxima responsable de las crecientes aspiraciones separatistas o ventajistas, en sus diferentes grados, de las demarcaciones territoriales que inventaron sus redactores o copistas, según se mire, bajo el calificativo de Comunidades Autónomas.
No hay mayor ceguera que la de quién se niega a ver, que la de quien prefiere mirar hacia otro lado para no sufrir ante una visión desagradable, y sí soportar sus consecuencias por siempre. Lo mal nacido, si no es reconducido, ocasiona males irreparables.
El estatalismo catalán siempre quiso una cosa, estado propio, y para ello es obligatorio separarse del estado al que pertenece, el Estado español. La sociedad civil catalana no ha sido más que un juguete en manos del Gobierno catalán, desde el principio dominado por el nacionalismo, por las élites de la burguesía catalana, deseosas de amasar fortuna y poder a costa de la verdad, adoctrinando a los catalanes, su máxima prioridad. Esa burguesía alimentó al separatismo catalán y lo mantuvo enmascarado, oculto bajo una enorme máscara que no dejaba ver al vulgo español sus intenciones, aparentando con sus periódicas pataletas exigir algunos privilegios, pero nada más.
Hace varios años, no tantos, cinco o seis a lo sumo, cuando Arturo Mas inicio el proceso secesionista catalán ( “process” a secas, para sus protagonistas, para la prensa y obviamente para los inocentes españoles) , cuando el 3% y las innumerables miserias que han hecho de Cataluña una de las regiones más corruptas de Europa fueron un clamor y Convergencia se vio obligada a sustituir la máscara por antifaz, los anteriores coqueteos con la idea separatista se materializaron en objetivo al buscar el apoyo del radicalismo para aguantar el poder, la manta que todo lo cubre en un estado como el nuestro, donde la separación de poderes está ausente. De manera que el discurso del partido fundado por Puyol y el del Gobierno catalán, así como el de Esquerra y la incipiente CUP (quienes nunca lo ocultaron, siempre en la plácida oposición) se clarificó: ¡Sedición, sedición y sedición!
Es impactante para una sociedad dormida como la nuestra, acomodada en la ignorancia política, pensar que el tinte sediciosos de todo cuanto anunciaban los caprichosos catalanes iba en serio. No, seguro que todo es una broma pesada, que solo buscaban más favores. El Estado sí sabía que poco margen de maniobra quedaba, debió verlo venir. La Nación ignoró el peligro que corría. Si papá Estado no se alarma, ¿por qué iba yo a alarmarme, no vela él por mí?, pensó. La miopía y el infantilismo de la mayoría de los españoles (para que se torne en minoría estamos aquí) no tiene parangón, sólo observar el listado de cuestiones que quedan que otorgar a la autonomía catalana y ¡eureka!, ¡estamos en serio peligro! ¿Equipararla al País Vasco con su ventajoso cupo?, ¿algo más? Pues sí, rebuscando, y no mucho, quizás quede algo, nada menos que concederle la categoría de nación que justifique la creación de un estado propio, es decir, otorgarle pacíficamente la separación de España. Esa era la única petición que quedaba en el saco de los ruegos. El independentismo sabía que era imposible que eso pudiera concederlo el Estado, salvo que pretendiera matar a España, sujeto que justifica su propia existencia, y por lo tanto aniquilarse él mismo.
De manera que las urgencias de los de siempre por tapar sus abundantes delitos contra las arcas públicas, y las de sus flamantes aliados, el extremismo independentista, por satisfacer sus ansias, engallados, emborrachados de pretensiones apoyadas en una sociedad suficientemente adoctrinada durante décadas, precipitaron los acontecimientos. Se embarcaron en su particular ensoñación y poco a poco la táctica quedó definida: huir hacia adelante arrastrando la mayor masa posible de ciudadanos como aval para presionar al Estado (del que forman parte) y obligar al Gobierno Central de turno a pactar (como siempre han hecho) una salida airosa a cambio de apaciguar a las masas enardecidas. Y quién sabe si Europa obre el milagro de obligar al Estado español a arrodillarse y prestarse a reconocer la farsa del derecho a decidir de la región catalana. Total, si ya hablan todos los de Madrid de él como si fuera verdad que existiera ese derecho, si es que ya dicen que de decidir decidiría toda la nación española, no solo una parte. Si son tan tontos que son capaces de acabar dándonos la razón.
Y se quitaron el antifaz, abiertamente se mostraron sediciosos sin ambages. Hicieron su apuesta, a priori con visos ganadores, pues contaban con el talante pusilánime de los gobernantes españoles, acobardados ante la idea de parecer autoritarios, temerosos de aplicar la ley, no fuera a ser que la dureza de las penas y sanciones que a todas luces merecen los sediciosos las interpretaran como excesivas, no ya parte del electorado, sino una desnortada Europa que apenas atina a analizar convenientemente nada que sea objeto de su análisis. Sólo la reacción inesperada de <<la mayoría silenciosa>>, a la que casi nadie esperaba ya, la reacción de la Nación el 8 de octubre, descolocó a propios y extraños proporcionando el mínimo valor que precisaban las autoridades para hacer algo.
Ahora que se ha consumado de hecho el delito; ahora que hasta el más despistado ha visto la sedición; ahora que Europa ha confirmado a España que tiene vía libre para resolver el problema, que lo que se decida en España decidido queda; ahora que el Estado español tiene permiso de la comunidad internacional para ejercer de Estado independiente y aplicar sus propias leyes en defensa de la legalidad, en el caso que nos ocupa, en defensa de la unidad de la nación española, nada más y nada menos, y después de un pacto tripartito, pues nada saben hacer sin pactar, el gobierno y los jueces a instancia del ejecutivo, evidenciando la dependencia del poder judicial, se atreven a encarcelar y enjuiciar a los sediciosos. ¡A buenas horas mangas verdes! Osan hacer justicia cuando la ruptura social en Cataluña es un hecho, y no solo en Cataluña, cuando España ha mostrado su debilidad dentro y fuera de su territorio. ¡Ahora!
Nadie se atrevió a denunciar el peligroso precipicio que se escondía tras el bosque, la trampa nacionalista, nadie quiso ver la aspiración estatalista catalana, las continuas consignas y acciones del Gobierno catalán para incitar a la sedición hasta conseguirla. Nadie tomó el guante e intentó parar en seco a Arturo y sus compinches.
No, nadie no. D. Antonio García Trevijano sí vio la deriva delictiva en la que se zambullía el estatalismo catalán con Arturo Mas a la cabeza. Observó, pues no teme a la verdad, como pasaba de la tibieza a esa beligerancia de irritante guante blanco que caracteriza su medida puesta en escena, como se encaminaba decididamente a la ruptura a costa de la destrucción de la convivencia, a costa de todo cuanto ha hecho a Cataluña una de las regiones más prosperas de España. Y quiso presentar una querella por sedición contra Arturo Mas. Y preguntó a las más altas instancias jurídicas, obviamente su condición de reputado jurista le permitía realizar esa consulta al más alto nivel. ¿Saben cuál fue la respuesta? Que desistiera, que ningún juez se atrevería a tramitar la querella, cuando era evidente el delito tipificado en el código penal.
Los mismos órganos judiciales que desaconsejaron la petición de justicia a un patriota, acongojados ante la idea de que estallara la verdadera cara del independentismo en todas las portadas, temerosos del poder del estatalismo catalán, de la reacción de sus abundantes seguidores cada vez más crecidos, se atreven ahora. La prensa, que nunca denunció la deseada, descarada, trabajada y profusamente financiada deriva secesionista de la mitad de Cataluña, liderada por el Gobierno catalán, padecida por la otra mitad atemorizada y apocada por el despliegue mayúsculo que derrochó en todo momento la Administración catalana para controlar su silencio, se esfuerza todas las mañanas, tardes y noches en presentarnos a los actores principales de esta reacción, no deseada por ellos, a la que la Nación les ha obligado, como poco más que equilibrados estadistas y magníficos magistrados que actúan de manera independiente en aras de la legalidad ¡Que burla es esta!
Tarde, muy tarde, y muy mal. Tan mal que me temo que termine en falso.