PEDRO M. GONZÁLEZ
La presencia del poder único acompaña como fantasma invisible el devenir vital del paraciudadano español cada día de su existencia. Lo sufre en silencio. Está ahí, y lo percibe como el tenue hedor de la corrupción mal enterrada. Lejana, pero presente. No se siente agredido con la inmediatez irritante que le solivianta contra quien se le intenta colar en la fila de la panadería. La agresión es grave y sorda. Pero ahora, como cada cuatro años, se dirigen directamente a él. Llaman su atención, le necesitan.
Ahora el hedor es más fuerte, insoportable. La corrupción se levanta de la fosa e impregna el ambiente con su olor acre. Las palabras de engaño son un puñetazo en la boca del estómago cuando se personalizan, cuando le reclaman. Aquel “¿De verdad que esto es la Democracia?” que le acompañaba y barruntaba para sus adentros desde hacía tiempo, se ha convertido en un “¡Esto no es Democracia!”
Tras cuatro años, una voz en la radio dice que darán cuatrocientos euros si escoge al jefe de su partido. Otra voz metálica pregunta cómo se materializará la oferta, y la primera le responde que eso es cosa de los legisladores, no de los gobernantes, que todo se andará tras el proceso de elección. Otro tertuliano aboga por una renta por respirar. Un respingo de nuestro ciudadano le empuja a mover el dial de lado a lado, y abrir la ventanilla.
Sigue escuchando. Oye hablar de un Juez que también ve mucho en la televisión. Al parecer ha prohibido las actividades de dos partidos por lazos con el terrorismo. “Demostración de fuerza del Estado de Derecho”, brama el aparato en boca de un representante gubernamental. “¡Ven, ven ustedes cómo nosotros teníamos la razón desde el principio!” Le da la réplica otro de la oposición. Y todo esto precisamente ahora. Es una suerte lo acomodaticio que puede llegar a ser “el momento procesal oportuno”.
En casa la televisión no le concede tregua. La desinfección es imposible. “¿Gobernaría con los nacionalistas si su partido ganara las elecciones pero no obtuviera la mayoría suficiente?” “El diálogo siempre estará abierto”. “¿Qué pasará con el recurso que tienen en el Tribunal Constitucional?” Divagación, y respeto las decisiones judiciales. Adiós a la inconstitucionalidad de ayer, y hola a su recién nacida legalidad. Pero ya se sabe, “pacta sunt servanda”.
El olor de la Razón de Estado lo invade todo. Siempre lo percibió, pero ahora lo nota pegado a la camisa. Sabe que pronto volverá a ser algo presente y continuo pero tenue. Otra vez reinará la estabilidad a cuenta de la libertad política. Por lo menos esta vez lo tiene claro, no quiere ni acercarse al osario. No va ir a votar.