LEOPOLDO GONZALO.
Una petición “justa y necesaria”
Recibo correo de una colega complutense, distinguida filóloga, en el que con el lenguaje del día –lo que demuestra su capacidad de adaptación, al margen de sus no escasas pero gentiles primaveras-, me dice lo siguiente: “Porfa: Dedícame algún articulito donde se hable del SOL DE ESPAÑA [sic], que a este paso va a ser el único tema del que poder hablar con cierto calor y optimismo. Besos”. Tiene toda la razón mi amiga Ana, natural, nada menos, que de la Villa de Bilbao. Ahí es nada. Ahora que viene la Navidad, recordaran ustedes aquello de la incomparable humildad del Niño Dios, que nació en la insignificante aldea de Belén habiendo podido hacerlo en Bilbao mediante un simple acto de su omnímoda Voluntad. Lo que en realidad nos pide mi descorazonada colega es que nos persignemos con la sublime fórmula que proponía Miguel Ángel Asturias: “Por la señal, por la señal de la luz, por la señal de la santa luz de España”. Y hay que responder: Amén.
Es verdad. Nos pasamos el día lamentándonos del triste panorama que ofrece el país. Hace una treintena larga de años se decía que en España no se hacía política o, mejor, que la política la hacía uno solo, en referencia a Franco. Como si Franco sólo hubiese construido los famosos pantanos, organizado las Demostraciones sindicales, creado la clase media o materializado el Plan Redia, pongo por caso. Es sabido el consejo que el general dio a cierto político inquieto: “Haga usted como yo, no se meta en política”. Pero es que ahora todo es política y jamás hubo país alguno, probablemente, con más políticos sub sole que el nuestro. Se dice, de fuente solvente. que hay más de 300.000 cargos públicos de libre designación, o sea, políticos. En España el tiempo transcurre jalonado por una sucesión interminable de procesos electorales autonómicos, como si cada uno de ellos consistiera en unas elecciones generales. Tal es la expectación que los mismos suscitan y lo que en cada uno, también, parece jugarse. A veces, la mismísima supervivencia de la Nación. Las recientes elecciones catalanas son buena muestra de ello. ¿Hay noticia de algo parecido en relación con los comicios que regularmente se celebran en los 50 estados que, unidos, forman en Norteamérica una de las naciones más heterogéneas del Mundo; o de los 16 länder que integran Alemania?
Bien está que hagan política -la que debieran, claro- el Gobierno y las Cortes Generales; mal que hagan la que hacen los 17 gobiernos y parlamentos autonómicos (horrendo adjetivo, por cierto); peor aún la que protagonizan los más de 8.000 ayuntamientos en lo que, por eso mismo, llaman competencias impropias; aberrante la que enerva y mediatiza el poder judicial. Aquí, la política todo lo impregna: la educación, la lengua que ha de hablarse, la cultura –incluida la ideología esa que llaman “de género”-, la institución matrimonial, la industria cinematográfica, los medios de comunicación,… ¡Señor, Señor, aquí todo es política! De modo que el Estado, tras su tenaz ahogo de la sociedad civil, está logrando extender su poder intervencionista a todos los ámbitos de la vida, públicos y privados. Imposible olvidar la advertencia que hiciera Ortega en La rebelión de las masas: “Este es el mayor peligro que hoy amenaza a la civilización: la estatificación de la vida, el intervencionismo del Estado, la absorción de toda espontaneidad por el Estado” (el subrayado es mío). Y no se diga que el filósofo madrileño no avisó con tiempo, porque esto está escrito en 1929. Estremece también comprobar, por su exactitud, cuál es quizá la causa principal de este inexorable proceso. Karl Jaspers la señaló pocos años después: “Nos dejamos dominar por una oligarquía que se elige a sí misma. Sólo cuando va a haber elecciones se dirige a sus súbditos. Conceder su voto es el único acto político del pueblo, pero se realiza sin saber lo que se hace. En el fondo no es sino una aclamación para que continúe dominando esa oligarquía de partidos” (Introducción al método filosófico, 1943). Y de todo esto es consecuencia la corrupción imperante, cuyas noticias forman parte del desayuno nuestro de cada día. Pero no voy a seguir por este camino porque quiero cumplir con la justa demanda de mi querida amiga y colega complutense, que no es que sea de Compluto, sino de la UCM.
Algo más que brotes verdes
Al fin, los brotes son eso, brotes. Pero importan antes las plantas de donde los brotes salen cada primavera, es decir, cada vez que la sociedad recobra la confianza y reemprende el alegre camino de la prosperidad. Siento no tener a mano un artículo de Julián Marías en el que lamentaba el hecho de no ser nunca noticia el quehacer de la abnegada legión de ciudadanos anónimos, auténticos creadores de la riqueza de las naciones. Padres y madres que cada día se dejan la piel, con sencillez y sin aspavientos, por los suyos, mayores y chicos. Estudiantes responsables, doctos profesores. Empresarios, profesionales y trabajadores incansables. Porque la Historia no la hacen solos los héroes de Carlyle. ¿No fue el mismo Ortega quien certificó que “aquí [en España] lo ha hecho todo el ‘pueblo’, y lo que el ‘pueblo’ no ha podido hacer se ha quedado sin hacer”? (España invertebrada, 1921).
Mucho se ha destruido, en efecto, pero mucho se ha hecho y, de ello, mucho queda. Lo suficiente para no caer irremisiblemente en la desesperanza y el pesimismo. Ha sido otro colega de la Complutense –éste catedrático de Derecho Financiero y Tributario- quien me ha remitido por la red un vídeo euforizante en el que se hace inventario de algunas de nuestras realizaciones y potencialidades. Si las burbujas inmobiliaria y bancaria, los sofocos de la deuda y el déficit, el rating , la prima de riesgo y el dramático nivel de desempleo son una agobiante realidad nacional, no es menos cierto que el sector turístico ha batido un record histórico, con un incremento interanual del 14% y 57 millones de visitantes; que nuestras exportaciones han aumentado también un 18%, mejorando sensiblemente nuestro saldo corriente; que nuestra tecnología lidera la ampliación del Canal de Panamá; que el primer tren de alta velocidad en Oriente medio -el que enlazará Medina con la Meca- va a ser igualmente español; que, en cuanto a energías renovables, somos el primer país del mundo en solar, y el cuarto en eólica; que Alemania ha reconocido nuestra competencia en materia de control del espacio aéreo; que la internacionalización de nuestras empresas (Zara, Mango, Custo, Pronovias, Camper, Talgo, Adif, Renfe, Indra, OHL, Telefónica, Iberdrola, Repsol, etc.) y de nuestras dos primeras entidades bancarias (Santander y BBVA), constituye un hecho auténticamente histórico; y que indicadores significativos de la calidad de vida, como la propia esperanza media de vida al nacer y el índice de desarrollo humano (IDH), nos sitúan en los primeros puestos del ranking mundial; si consideramos todos estos datos y otros muchos que el narrador del vídeo de referencia menciona en lengua inglesa -lo que para algunos constituirá signo concluyente de veracidad, seguro-, veremos que nuestro futuro no se ofrece tan incierto y desalentador como se mostraba el reino de Witiza
De las laudes isidorianas y otras laudes.
Y ahora que sale lo del rey godo -y al margen de los anteriores indicios sobre lo material del día, tan prosaicos como necesarios-, no estará de más evocar la optimista visión que de España tuvieron San Isidoro de Sevilla y otros españoles menos santos. Del hispalense son estos célebres párrafos: ”Eres ¡oh España! la más hermosa de todas tierras que se extienden del Occidente a la India; tierra bendita y siempre feliz en sus príncipes, madre de muchos pueblos. Eres con pleno derecho la reina de todas las provincias, pues de ti reciben luz el Oriente y el Occidente. Tú, honra y prez de todo el orbe; tú, la porción más ilustre del globo”. Y de Alfonso X estos otros: “Esta Espanna […] es como el parayso de Dios […] es abonada de mieses e deleitosa de fructas, viciosa de pescados, sabrosa de leche e de todas las cosas que se de ella facen; lena de uenados e de caça, cubierta de ganados, loçana de cauallos, […] segura e bastida de castiellos, alegre de buenos uinos, […] rica en metales, […] alumbrada de olio, alegre de azafrán, […] E sobre todas Espanna es adelantada en grandeza e mas que todas preciada por lealtad”. Y concluye el Rey Sabio: “¡Ay Espanna! Non a lengua nin engenno que pueda contar tu bien…”. Me parece que es suficiente para levantar un poco los corazones. Si esto se pudo decir en los siglos VII y XIII, qué no podríamos decir nosotros ahora, a pesar de los pesares. César Alonso de los Ríos recuerda, y a mí me gusta repetir, las esperanzadoras palabras que Sor María de Agreda dirigiera a Felipe IV ante otra comprometida encrucijada nacional: “Esta navecilla de España no ha de naufragar jamás, por más que el agua llegue al cuello”.
Sol, hay suficiente, lo que pasa es que, de momento, está nublado. No queremos mirar hacia atrás y ello es hoy más necesario que nunca. Ignoramos el consejo del otro Machado, don Manuel: “¡Ay del pueblo que olvida su pasado / y a ignorar su prosapia se condena /…¡Ay del que sueña comenzar la Historia / y amigo de inauditas novedades / desoye la lección de las edades / y renuncia al poder de la memoria! /…El sol es viejo, y cada día / joven renace y nuevo en su alborada! / Vuelve a tu tradición, España mía. / ¡Sólo Dios hace mundos de la nada!
Leopoldo Gonzalo en Vozpópuli.