GABRIEL ALBIAC
Al despertar, los políticos eran los de siempre. Dentro de una muñeca rusa hay siempre otra muñeca
Antes de ser «la musa de la revolución naranja», antes de ser la «dama de hierro ucraniana», esa mujer cuya apariencia marchitó la cárcel, ahora en silla de ruedas, fue «la princesa del gas ruso». La misma que, apenas libre, retomaba el sábado, horriblemente desmejorada, su reputación de oradora poco común ante los ocupantes de la plaza central de Kiev: «Los héroes nunca mueren». ¡Qué dislate! Los héroes mueren siempre. Es eso, morir, lo que con exactitud los define. Y nada sabrán ellos, por fortuna, de cómo, al evocarlos, los vivos ponen cimiento sólo a sus intereses.
Yulia Timoshenko fue, junto al futuro ministro de energía Pavel Lazarenko (condenado en los Estados Unidos en 2006 por fraude, blanqueo de dinero y extorsión múltiple), la fundadora de la compañía de distribución de hidrocarburos SEUU, a través de la cual Rusia consolidó sus intereses en Ucrania. Y Timoshenko y Lazarenko, sus fulgurantes fortunas personales. Era el año 1995. En 1996, armada de un dominio admirable de las técnicas de marketing, Yulia Timoshenko irrumpe en la política nacional ucraniana. Moscú da lógico soporte a la que ha sido una ejecutiva eficaz de intereses económicos rusos a los cuales está ligada la continuidad de su propio patrimonio.
Timoshenko no es ni menos ni más corrupta que el resto de los políticos ucranianos de su generación. Sólo es mucho más brillante. Su populismo y su bien estudiado atrezzo de campesina ucraniana de mucho diseño arrasan. Y, ya primera ministra y con su antiguo aliado Yutschencko fuera de combate, amaga una política a dos bandas entre Rusia y la UE que decidirá a Putin a cambiar de caballo en Ucrania. Viktor Yanukovich, ni menos ni más corrupto que los otros, va ser el elegido. Con muchas dificultades, acabará por ganar en 2010 la partida. Y, como corresponde a su amable talante de ex delincuente convicto, se ofrece como regalo la cabeza de su correosa adversaria. La cual paga en arbitraria prisión, hasta el viernes pasado, el precio de no pertenecer al mismo gang que encabeza el jefe de los ganadores: la competencia en estas cosas se lleva muy malamente.
¿Por quién se han hecho matar las gentes que generosamente acamparon en la plaza central de Kiev desde hace meses? No por unos ni por otros de sus políticos profesionales, desde luego. Nadie ignora en Ucrania que no hay político allí que no sea el peor de los delincuentes. Y que, al final, lo más verosímil es que gane, como siempre, Putin. Quienes afrontaron la intemperie, el riesgo y, al final, las balas de un dictador poco escrupuloso en su afán por enriquecerse, estaban hartos de una farsa siniestra, tras la cual no ha venido para Ucrania más que ruina. Hartos. Puede ser que soñaran con ser libres. Esas cosas pasan. Al despertar, los políticos eran los de siempre. Y hablaban de héroes. Y ellos, los de la plaza, serán barridos. Por los unos, por los otros, por los mismos. Dentro de una muñeca rusa hay siempre otra muñeca. Rusa.
Antes de ser «la musa de la revolución naranja», antes de ser la «dama de hierro ucraniana», esa mujer cuya apariencia marchitó la cárcel, ahora en silla de ruedas, fue «la princesa del gas ruso». La misma que, apenas libre, retomaba el sábado, horriblemente desmejorada, su reputación de oradora poco común ante los ocupantes de la plaza central de Kiev: «Los héroes nunca mueren». ¡Qué dislate! Los héroes mueren siempre. Es eso, morir, lo que con exactitud los define. Y nada sabrán ellos, por fortuna, de cómo, al evocarlos, los vivos ponen cimiento sólo a sus intereses.
Julia Timoshenko fue, junto al futuro ministro de energía Pavel Lazarenko (condenado en los Estados Unidos en 2006 por fraude, blanqueo de dinero y extorsión múltiple), la fundadora de la compañía de distribución de hidrocarburos SEUU, a través de la cual Rusia consolidó sus intereses en Ucrania. Y Timoshenko y Lazarenko, sus fulgurantes fortunas personales. Era el año 1995. En 1996, armada de un dominio admirable de las técnicas de marketing, Julia Timoshenko irrumpe en la política nacional ucraniana. Moscú da lógico soporte a la que ha sido una ejecutiva eficaz de intereses económicos rusos a los cuales está ligada la continuidad de su propio patrimonio.
Timoshenko no es ni menos ni más corrupta que el resto de los políticos ucranianos de su generación. Sólo es mucho más brillante. Su populismo y su bien estudiado atrezzo de campesina ucraniana de mucho diseño arrasan. Y, ya primera ministra y con su antiguo aliado Yutschencko fuera de combate, amaga una política a dos bandas entre Rusia y la UE que decidirá a Putin a cambiar de caballo en Ucrania. Víctor Yanukóvich, ni menos ni más corrupto que los otros, va ser el elegido. Con muchas dificultades, acabará por ganar en 2010 la partida. Y, como corresponde a su amable talante de ex delincuente convicto, se ofrece como regalo la cabeza de su correosa adversaria. La cual paga en arbitraria prisión, hasta el viernes pasado, el precio de no pertenecer al mismo gang que encabeza el jefe de los ganadores: la competencia en estas cosas se lleva muy malamente.
¿Por quién se han hecho matar las gentes que generosamente acamparon en la plaza central de Kiev desde hace meses? No por unos ni por otros de sus políticos profesionales, desde luego. Nadie ignora en Ucrania que no hay político allí que no sea el peor de los delincuentes. Y que, al final, lo más verosímil es que gane, como siempre, Putin. Quienes afrontaron la intemperie, el riesgo y, al final, las balas de un dictador poco escrupuloso en su afán por enriquecerse, estaban hartos de una farsa siniestra, tras la cual no ha venido para Ucrania más que ruina. Hartos. Puede ser que soñaran con ser libres. Esas cosas pasan. Al despertar, los políticos eran los de siempre. Y hablaban de héroes. Y ellos, los de la plaza, serán barridos. Por los unos, por los otros, por los mismos. Dentro de una muñeca rusa hay siempre otra muñeca. Rusa.