PATRICIA SVERLO.
Algunas de las 51 habitaciones de Villa Giralda se utilizaban como oficinas de la secretaría de Don Juan, que seguía con sus actividades político-conspirativas. No estaba allí sólo para darse la gran vida. Entre otras ocupaciones, rodeado por el consejo privado que había formado, aparte de redactar comunicados y manifiestos, se dedicaba a negociar con el Régimen de Franco. Para ello no dudaba incluso en utilizar a sus hijos herederos como moneda de cambio, para ir consolidando la idea de la restauración monárquica, un objetivo al que no renunció nunca. Posturas internacionales como la retirada de los embajadores extranjeros de España, tras la condena de la ONU al Régimen de Franco, le permitían conservar la esperanza. Franco también tenía gestos de buena voluntad, hacia los aliados y hacia Don Juan. En 1947 convirtió oficialmente a España en Reino, con la Ley de Sucesión dictada en marzo y ratificada mediante referéndum el 6 de julio.
Toda una paradoja. Además, a partir de este momento, el Gobierno franquista empezó a pasar una renta anual de 250.000 pesetas a Victoria Eugenia como reina viuda. No hay constancia de que también pasara alguna renta a Don Juan, que en todo caso recibía ayuda de nobles y empresarios con el consentimiento del Régimen.
Pero los gestos de Franco no eran suficientes para el aspirante al trono. La Ley de Sucesión no le gustó nada y respondió con el Manifiesto de Estoril, el 7 de abril, en el que descalificaba el proyecto: “[…] sin comprender que la hostilidad de que la Patria se viene rodeando en el mundo nace en su mayor parte de la presencia del General Franco en la Jefatura del Estado, lo que ahora se pretende es pura y simplemente convertir en vitalicia esa dictadura personal […]”. Un poco más tarde insistió, además, en las famosas declaraciones a The Observer que se publicaron el domingo 13 de abril y que abrían a tres columnas la primera página del número 8.133. Decía que no tenía que rectificar nada del Manifiesto de Lausana de 1945. Ya no esperaba nada de Franco y muy poco de los aliados, que le habían dejado colgado: ” […] echo de menos”, decía, “por parte de las potencias occidentales […], una visión diáfana de los medios que hace falta poner en práctica para evitar que se prolonge el actual aislamiento de España”. Y empezaba a buscar abiertamente la complicidad de los opositores al Régimen: “Todos los individuos y entidades que se muevan y actúen dentro de la legalidad disfrutarán de idénticas libertades. La Monarquía tendrá que reconocer los derechos políticos y sociales de todos los españoles sin distinción de clases, y su efectividad podrá mantener un parangón airoso con los de los países más progresivos”. Incluso les prometía un referéndum: “[…] seré el primero en desear y pedir esta confirmación de la voluntad de España tan pronto como las circunstancias lo permitan”. Sus iniciativas, sin embargo, no acababan de tener éxito. Desde luego, en España el pueblo no salió a la calle para exigir el regreso de Don Juan. Las potencias extranjeras tampoco decidieron desembarcar. Y en cuanto a Franco, lo único que consiguió Don Juan fue enfadarse con los miembros de su consejo privado, que tan mal le habían asesorado.
Entonces Vegas Latapié estaba en Friburgo, acompañando como preceptor a Juan Carlos, a quien, en un plan educativo más que complicado, le había tocado volver temporalmente al internado. En julio presentó la dimisión como miembro de la secretaría política de Don Juan, no se sabe muy bien si porque ya no aguantaba más la tensión de las persecuciones políticas, o por desavenencias con la línea que Don Juan decidió seguir tras el fracaso del segundo manifiesto. Aunque, durante algún tiempo, todavía continuó acompañando al príncipe. Después, tomó el relevo como preceptor Luis Roca de Togores, vizconde de Rocamora.
En enero de 1948, Juan Carlos, todavía en Friburgo, tuvo que ser internado 15 días en un hospital a causa de una otitis. Hubo una intervención quirúrgica posterior sobre la cual se tienen pocos datos. Aparte de esto, tenía dificultades en la oreja izquierda por lesiones genéticas, hereditarias.
El mismo mes de enero Don Juan se preguntaba: “Bueno, y ahora ¿qué hago?”. Y fue Sainz Rodríguez quién asumió la responsabilidad de aconsejarle. “Señor, Franquito está tan consolidado como el Monasterio del Escorial. No hay quien lo mueva”, le dijo. A pesar del aislamiento internacional al que lo tenían sometido, el dictador continuaba dispuesto a no dejar el poder. Pero sí que parecía predispuesto a continuar la política de gestos iniciada con la Ley de Sucesión para intentar romper el asedio. “Para que le dejen de tratar como a un maricón con purgaciones”, explicó Sainz Rodríguez a Don Juan, “Vuestra Majestad tiene una baza en las manos, vital para Franco: Don Juanito. Juéguela a fondo”. Aceptar a Juan Carlos en España podría servirle a Franco para demostrar al mundo que estaba empezando a pensar en el futuro, y a Don Juan tampoco le costaría tanto renunciar a un hijo que, de todos modos, ya estaba lejos de él la mayor parte del tiempo. Sainz Rodríguez utilizó toda la retórica de la que disponía para convencerle: “Le lamerá el culo a Vuestra Majestad cuantas veces haga falta para tener a Don Juanito en España”, le aseguró.