La ONU propone que España acoja 12 millones de inmigrantes hasta 2050 a razón de 240.000 al año, para mantener su actual fuerza de trabajo y mantener el actual sistema de pensiones dado el progresivo descenso de la natalidad. Estos datos parecen difíciles de casar con el hecho de que aproximadamente 1.700.000 jóvenes españoles se han visto forzados a emigrar, superando, al parecer, las tasas de emigración de la época franquista. Esta idea de la importación multitudinaria de inmigrantes ha sido inmediatamente aceptada por la UE de Merkel y ha sido, curiosamente, acompañada de la demanda de viejos líderes partidocráticos, como el nefando Felipe González, de pseudofilántropos y especuladores internacionales como George Soros (el mismo que se jacta de tener listas de eurodiputados favorables a sus tesis), y transnacionales como Airbus, de la retirada del salario mínimo interprofesional.
El panorama, pues, que diseñan las partidocracias europeas para sus menguantes cuerpos de ovejunos votantes, es aterrador: las reformas laborales han empobrecido y precarizado el empleo hasta límites desconocidos, de modo que tener un trabajo no es garantía de salir de la pobreza, los jóvenes más preparados se ven así forzados a emigrar y los que se quedan tienen que despedirse en gran medida de crear un hogar y tener hijos, condenados a vagar sin descendencia como los simios de la manada expulsados por el macho alfa, o a tenerla exigua.
Los nuevos siervos pseudoprogresistas de los viejos amos del capitalismo globalista no se dan cuenta de que, al defender la inmigración sin controles, hacen el juego sucio a estas empresas transnacionales que pretenden ahorrarse la instalación de sus fábricas de explotación en Bangladesh y hacerlo en Torrelodones, donde las infraestructuras previas a la ruina del Estado del Bienestar socialdemócrata son evidentemente mejores, eso sí, ofreciendo los mismos sueldos de miseria. Para ello, deben debilitar aún más los viejos Estados-nación europeos, llenos todavía de ciudadanos con cierta conciencia de derechos sociales y laborales, anegándolas de una verdadera inmigración de sustitución a la que regar con las migajas que queden del Estado providencial que será entonces más apto para ser ocupado por demagogos populistas defensores de la “igualdad” y “derechos de las minorías”, que no ocultan en realidad otro designio que el manejo autoritario del poder por parte de los partidos del régimen y la explotación económica descarada de los nuevos y viejos ciudadanos por parte de una oligarquía económica-financiera, en un mundo de esclavos de los cada vez más ricos.