La democracia está en boca de todos. Se habla de ella en ambos hemisferios y de polo a polo. Tan presente se la tiene y tanto se habla de ella y se la menciona que el continente ha desplazado al contenido. Habitualmente, donde más se la invoca es donde más ausente está. La carencia se disfraza con las palabras que describen lo que en realidad falta. Y más aún cuando lo ausente tiene buena prensa, cuando se trata de un concepto o de una idea con la que cualquiera querría ser asociado por los demás.
Y ahí está la democracia. Se la conjura por igual desde la extrema izquierda –al totalitarismo comunista le encanta vestirse de “República Democrática” de aquí y de allí– y desde la extrema derecha –la dictadura franquista se llamaba a sí misma “Democracia Orgánica”–. Pero las palabras no tienen efectos mágicos. Alguien podría empeñarse en llamar “jamón” a una piedra, pero no por ello convertiría en sabroso y nutritivo al mineral. La piedra, piedra es.
En su reciente viaje a Cuba –¿dónde está España mientras nuestros hermanos cubanos comienzan su apertura al mundo?–, el presidente de los EEUU, Barack Obama, señaló que aún existen diferencias entre ambas potencias, “entre las que se encuentran la democracia y los derechos humanos”. Los medios españoles se apresuraron a afirmar que Obama demandaba a Cuba lo que el presidente norteamericano se había limitado a señalar como diferencia.
Sin entrar a valorar la manipulación de los hechos por parte de los medios de comunicación, centrémonos en lo que los medios dicen que se dijo. Cuando un norteamericano utiliza la palabra “democracia”, sabe bien de lo que habla. Del mismo modo que el hablante de una lengua conoce su idioma y distingue los verbos de sus sujetos y de sus complementos aunque no esté capacitado para escribir un manual de gramática, un norteamericano sabe que puede elegir de forma directa a su Gobierno y a su representante político. Los medios españoles, en cambio, optan por identificar la democracia americana con el sistema de partidos del Régimen del 78. La costumbre genera una impronta, un vicio de repetición que es ajeno a la verdad y que goebblesianamente ha convertido al continente en su propio contenido a fuerza de engañar sobre su sustancia.
En España –así como ocurre en gran parte del mundo–, el continente “democracia” no designa al contenido de la democracia. La “democracia” no es la democracia en España. El contenido de la democracia, su sustancia, es la elección libre, directa y separada del Gobierno por parte de los gobernados; es la elección libre, directa y separada de cada representante político –de cada diputado– por parte de sus representados.
Poner en evidencia a sus socios europeos no es algo que esté en la agenda de los EEUU. No podemos esperar que Obama o quien le siga en el cargo hable de elección libre, directa y separada del Gobierno y los representantes. Seguirán hablando de democracia porque así se llama su sistema político. Mientras, en Europa se hablará de democracia porque aquí es sólo una palabra.