PATRICIA SVERLO.
El viaje de los niños desde Lausana a Estoril tuvo lugar a mediados de abril de 1946. Los dos niños, “Juanito” y Alfonso, eran considerados como posibles herederos y se decidió que viajaran en aviones separados para asegurar la continuidad sucesora en caso de catástrofe. Primero voló Alfonso con sus hermanas, y dos días después lo hizo “Juanito” con su abuela hasta la escala de Londres. Pero “Juanito” sólo iba a Estoril de vacaciones, no para quedarse. Tenía que volver al internado. Su estancia en Estoril, sin embargo, se prolongó por problemas de salud, una intoxicación persistente, que retrasó su primera comunión y el retorno a Friburgo hasta noviembre de 1947. El colegio al que debían asistir en Estoril, incluido “Juanito” cuando hacía estancias más o menos largas, que fueron varias, era la Escuela das do Amor de Manantiales. Era un centro de acogida de niños, que recibía indigentes de la zona y niños pobres de las colonias portuguesas.
Pero ellos ni se enteraron, porque se formó un grupo de 7 u 8 niños españoles: los hermanos Eraso, los Arnoso, los hijos de Gil-Robles y los de otros colaboradores de Don Juan. Era la única opción para que estudiaran con profesores españoles, porque del otro colegio que había, el Instituto Español de Lisboa, era director Eugenio Montes, que por su relación con la Falange y por su dependencia del Gobierno español no gozaba de la simpatía de Don Juan. Las monjas del Amor de Manantiales pertenecían a una congregación fundada en Zamora y eran españolas. Además, el colegio estaba muy bien situado, junto a la plaza, cerca de Monte Estoril.
Pero “Juanito” fue sometido a una disciplina especial. Su preceptor continuó siendo Eugenio Vegas , a quien se puso una casa, Vila Malmequer (‘margarita’), un chalé ofrecido por los propietarios, los marqueses de Pelai, que también les habían dejado Vila Papoila como residencia en un primer momento. Con profesores especiales, “Juanito” pasaba las mañanas y las tardes estudiando. “Al pobre, muchas veces sólo le veíamos en vacaciones”, recuerda la infanta Margarita.
Incluso en verano, tenía que pasar horas y horas en Malmequer. A Margarita, su hermana ciega, también le pusieron una profesora especial, la polaca madame Petzenick. En mayo de 1946 su madre la había traído a Fátima para implorar “la gracia de iluminar sus dulces ojitos apagados”, según lo que publicó el diario ABC. Pero no había nada que hacer. Aparte de ciega, Margarita era bastante extravagante. Un día explicó un chiste sobre Franco que había escuchado, y Don Juan le dio una sonora bofetada delante de todo el mundo.
Cuando eran niños, “Juanito” y sus amigos hacían brincadeiras (bromas) a costa de ella. Cuando nadaba en la playa de Tamariz, le decían “más a la izquierda, a la derecha”, y ella nadaba con seguridad, sin ningún temor, mientras su hermano y sus amigos se partían de risa. “Juanito” también le hacía bromas cuando intentaba pescar, tirando disimuladamente del hilo de la caña: “¡Margarita, que ya pican!”.
En 1947, cuando “Juanito” tenía 9 años, para él los reyes seguían siendo magos que traían juguetes a los niños: “Queridos Reyes: os escribo porque a lo mejorme traéis algo. Pero os digo que si no he sido bueno, no tenéis que traerme nada. Sólo carbón. Si me permitís, voy a pedir unas cositas para el 6 de enero: una escopeta de aire comprimido, una pistola con balines y una cosa que se pone en los oídos con una antena que se puede oír la radio”. Los monárquicos de Bilbao le regalaron, aquel año, un balandro para aprender a navegar, el Sirimiri. Fue su primer barco. Más tarde supo que diferentes reyes en paro forzoso pasaban a menudo por su casa, sin que fuera el 6 de enero”.