Acaba de representarse en el I.E.S. “Francisco Nieva”, de Valdepeñas, la espléndida e inolvidable obra de Jacinto Benavente, Los intereses creados. Los actores, todos magníficos, son alumnos de 3º y 4º de ESO, y algunos de 1º Bachillerato. El director de la obra, todo un nuevo Constantin Stalisnavski, ha sido el profesor de Matemáticas en el Centro Don Ildefonso Rodríguez Morales, conocedor profundo también de la literatura dramática y estudioso de la filosofía.
Esta farsa benaventina es triste porque subraya una verdad palmaria y cotidiana, un humano comportamiento constante y nada lírico: “Para salir adelante con todo, mejor que crear afectos es crear intereses”. Dice el excelso y piadosamente cínico Crispín, brillantemente interpretado por el memorioso Eugenio. Los intereses creados son un desarrollo natural del “Teatro Fantástico” que don Jacinto, guiado por los aires estéticos que intentaban limpiar el panorama literario de aquellos años finales de siglo, creó en 1892, y está marcado poderosamente por el signo modernista. En él parece que hacen su aparición figuritas de porcelana que cobran vida, reyes, príncipes y princesas de leyenda, pícaros criados, marquesas y duques, seres de la comedia del arte y de la fantasía infantil. Los intereses creados supone una absoluta ruptura del teatro al uso y un adelanto de lo que será el proceso de “desrealización” de las criaturas dramáticas que se convertirán en muñecos en las manos del Compadre Fiel o entre los hilos tejidos por Federico García Lorca.
Los intereses creados es la obra número 57 de Benavente, y no vacilando en ella en parodiar con máscaras la realidad, tomando y combinando elementos de la comedia del arte y del teatro más convencional, crea el teatro de crítica social, cuyo tono polémico se acentuará en sus dramas rurales ( Señora Ama, La Malquerida o La Infanzona ). Escrita en 1907, la obra tuvo un gran éxito y lanzó a Benavente a una carrera dramática que cambió el teatro de artificio e intriga anterior ( el del Premio Nobel Echegaray, contra el que jamás firmó el Manifiesto-protesta contra la concesión del Nobel, firmado por casi todos los “grandes” escritores del momento – “grandes” sólo en el oficio, no por el alma – ) en un teatro preocupado por lo social, por la ética y la moral, y por la conciencia de los individuos.
Pero adentrémonos en esta obra tan brillantemente representada por los alumnos del I.E.S. “Francisco Nieva”, de Valdepeñas, pertenecientes a los niveles de 3º ESO, 4ºESO y 1º de Bachillerato. Crispín interpretado por el genial actor Eugenio, Polichinela por Elías, Leandro por Eduardo, Arlequín por Selene, el Capitán por la marcial Natalia, Colombina por Yesenia, el Hostelero y Grisela por Julia, la Sra. Polichinela por Esmeralda, Syrena por Celia, el Doctor por Jesús, sin duda un futuro juez, el Secretario del juez por Fátima y Pantalón por José Luis. Y todos dirigidos exquisitamente por el profesor Don Ildefonso Rodríguez Morales.
Dos hombres, un joven bello y un hombre maduro con experiencia carcelaria, sablistas y parásitos, perseguidos por la Justicia, llegan a una ciudad italiana, seguramente de la órbita francesa por sus referencias amables al Turco. El más joven se hace pasar por una alta personalidad que viaja de incógnito, y el miedo a la grandeza hace que el tabernero les dé su mejor cobijo sin pignoración alguna. Su intención es esconderse en la ciudad y seguir viviendo de la mentira, muy bien interpretada por Crispín, y de la capacidad seductora del bello Leandro, un don Juan cercano al gigoló. Pero he aquí que como siempre ocurre a los seductores en la Literatura desde Gilgamesh, Leandro queda perdidamente enamorado por el ser más puro e inocente de la caterva de caracteres de esta farsa, Silvia, que lo salvará de sí mismo. Éste, básicamente, es el argumento aparente de la obra. Aparente porque en el fondo Leandro no tiene alma de seductor y gorrón, sino que está envestido de nobleza. Crispín no es un maestro en el dolo y el fraude, sino que es un humanista, y los vecinos de la ciudad, con excepción de Silvia, no son para nada mejores en calidad humana que la pareja protagonista. Y Benavente es todo un maestro consumado en el juego de las apariencias.
Todas las ciudades del mundo albergan en sí dos ciudades, no por la división agustiniana, aunque también, sino porque en una viven los ricos y en otra los pobres. También todos llevamos en nosotros mismos un gran señor de altivos pensamientos, capaz de todo lo grande y de todo lo bello…Y a su lado, el servidor humilde, el de las ruines obras, el que ha de emplearse en las bajas acciones a que obliga la vida…Siempre habrá un espíritu y una conciencia en la multitud. Quien logra crear muchos intereses, aunque sean bastardos, es de interés de todos el salvarlo.
No todo es farsa en la farsa.
Martín Miguel Rubio Esteban