Los viernes, no sé por qué, los taxistas hablan menos y los tertulianos gritan más en la radio del taxi:
–¿Y qué es eso de que los diputados elijan al presidente del gobierno? –pregunta uno con indignación.
–¡Es la democracia representativa! –contesta otro con dos c… (y mucha pedantería).
Ésta es la cultura política de los medios en España.
No es muy superior en América, pero allí los salva el cinismo y además tienen la competencia de las brujas (nada que ver con Aramis Fuster). Una Casandra gringa anuncia que, eliminados Clinton, por la naturaleza, y Trump, por el plomo, el próximo presidente americano será… Obama.
La tal Casandra debe de tener un baile de números entre la Constitución americana del 87 y la Constitución española del 78, y cree que allí basta con un telefonazo de frau Merkel, en lo que se pone el camisón, para prorrogar la estancia de Obama en la Casa Blanca.
La democracia americana es menos flexible que la partidocracia europea. Por eso ellos tienen al juez John Marshall, y nosotros, a Conde-Pumpido, ex-fiscal de Zapatero, del partido de los 741 millones de euros, que examinará los dos billetes de 500 de Rita Barberá: su imparcialidad está garantizada por el director de un periódico madrileño que dice conocer al “fiscojuez”.
En un sistema de separación de poderes (que no es el español), el judicial, según el subversivo Montesquieu, es un “pouvoir en quelque façon nul”. Que por eso aquí no desea separarlos nadie.
El fundador de la “democracia representativa” (nada que ver con la del tertuliano de arriba), Hamilton, el del musical, lo resume en un pispás:
–El ejecutivo posee la fuerza militar de la comunidad. El legislativo dispone de la bolsa y dicta las reglas. El judicial no posee fuerza ni voluntad, sólo discernimiento. La libertad nada puede temer del judicial por sí solo, pero tendría que temerlo todo de su unión con cualquiera de los otros dos.
¿Para cuándo un musical con Villegas (Rivera no, que se desnudaría) en la Gran Vía?