PACO CORRALIZA.
Amigos, continuemos olfateando, rastreando y transitando los extraviados vericuetos trazados por la oscura noche estadolátrica de la razón del Poder (Estado-Dinero) y la ciega y «psiquista» Razón «auto-látrica». Descubramos, con respeto y si podemos, atendiendo a sus propias y olorosas razones, hasta dónde nos han llevado y hacia dónde nos arrastran aquellos vericuetos.
El profesor Gustavo Bueno(1), en el Apdo II. “La perspectiva filosófica” y Punto 8.- “La libertad personal como poder enfrentado a otros poderes personales”, nos dice:
1.- “Sólo cuando hemos concebido la libertad positiva como un «poder-hacer» personal y no como una elección arbitraria tendrá sentido formar proyectos como el de «luchar por la libertad»”.
2.- “La libertad es poder: la libertad negativa es equivalente al poder de resistencia ante el influjo de otros poderes.”
3.- “Y como los poderes personales son poderes normados, la libertad (negativa) sólo podrá constituirse […] en la confrontación de unas normas con otras”.
4.- “«Luchar por la libertad» no tiene un significado meramente abstracto e indeterminado, sino que implica siempre «luchar contra las personas que tienden a limitar mi poder».”
5.- “Según esta concepción causal de la libertad, una opción asumida sin ser deseada psicológicamente puede, sin embargo, ser asimilada posteriormente por mi personalidad”.
6.- “La concepción causal de la libertad obliga a restringir enérgicamente la aplicación del concepto de libertad al individuo psicológico, en cuanto tal, […esa concepción obliga a orientar] la aplicación de este predicado [libre] a la «trayectoria global» de la persona.”
Si prescindimos de las invisibles e indescifrables “normas” («psiquistas» o morales) de cada persona, hemos de admitir que las únicas normas reguladoras imperativas de facto, e iguales (teóricamente) para todos, son las normas promulgadas por el indiviso «Poder-hacer» del supremo Estado-Dinero. Y que, indudablemente, todos estamos sometidos a la necesidad “psicológica” de asumir, de continuo, opciones “indeseadas”. Eso, más lo comentado en el capítulo anterior [“Liberación de la Libertad (X)”], y reiterando que, “en el rigor más estricto, sólo de un modo restrospectivo cabrá atribuir la libertad, o negársela, a una persona” (1), nos obliga a admitir que la libertad «personal» de la divina Razón consiste en negar la libertad; o que se encuentra en el «más allá» de cada persona; o que la libertad, en fin, huele «huevo de gusano devora-cadáveres», o a «vivo condicionado y manipulado» o a «muerto y sepultado», como quiera el amigo lector.
Hegel, el más preclaro estadólatra de todos los tiempos, ya se había referido, con claridad, a ese impotente «individuo-gusano» o «individuo-agusanado»: “el obrar bien, de un modo esencial e inteligente, es, en su figura más rica y más importante, la acción inteligente y universal del Estado (una acción en comparación con la cual, el obrar del individuo como individuo es, en general, algo tan insignificante que apenas si vale la pena hablar de ello)”(2). Gracias, amigo Hegel, por tu respeto y consideración, antes de obrar no sé lo que soy, pero, después, al menos, soy casi-nada.
¡Vaya! Según parece, amigos, no podemos ser libres, si es que algo somos. A ver si Shopenhauer, para quien uno de los dos “problemas más profundos de la filosofía, de los cuales han tenido conciencia los modernos pero no los antiguos, el problema de la libertad de la voluntad”(3), nos saca de la fosa: “si ahora eliminamos por completo la libertad de las acciones humanas reconociéndolas como sometidas absolutamente a la necesidad más rigurosa […] podemos comprender la verdadera libertad moral” (¿?) […]. Esta libertad es trascendental, no aparece en el fenómeno, sino que existe en la medida en que hacemos abstracción del fenómeno para llegar a aquello que es menester pensar, fuera de todo tiempo, como el ser interior del hombre en sí mismo. […] Por consiguiente, la voluntad es libre, sólo en sí misma y más allá del fenómeno, mientras que en éste se nos ofrece ya con un carácter determinado, al cual se tendrán que adecuar necesariamente todos sus actos…” (3)
O sea, el ateo Shopenhauer se ve obligado, para su «esse-homo», a invocar una voluntad metafísica para su «homo-operario»; una voluntad que, aunque está «más allá» de éste y fuera del tiempo, para él existe y actúa; además, sabe perfectamente que es libre, aunque no la vea.
No nos andemos con más rodeos y concluyamos: la paternalista y divina Razón germanizada dictamina que “el hombre” (o «persona globalmente considerada»), cuando sepa que es libre estará enterrado y que, mientras vive, su libertad está «más allá» o, quizá, «en Estado». Vamos, que el Estado está embarazado de libertad y además, es el padre de su criatura.
Casi desesperados ya, en el siguiente artículo conversaremos con Nietzsche y, con el amigo Friedrich, esos filósofos y nosotros, quizá, nos vamos a enterar (¿o era enterrar?).
(1) BUENO, Gustavo. “El sentido de la Vida”. Lectura 4: “La libertad”. Pentalfa Ediciones. Oviedo. 1.996. [Texto en pdf disponible en fgbueno.es].
(2) HEGEL, Georg Wilhelm Friedrich. “Fenomenología del Espíritu”. Fondo de cultura económica.1966. 20ª reimpresión: 2010. [Ed. original: 1807].
(3) SHOPENHAUER, Arthur. “Sobre la libertad de la voluntad”. 5 “Conclusión y visión superior”. Alianza Editorial, S.A. 2ª ed. 2012. [Ed. original: 1836].