JOSE MARÍA DE LA RED.
Lentamente, como quien no quiere la cosa, se va mareando la perdiz del caso Barcenas.
El asunto no está en las anotaciones contables de los sobresueldos de la cúpula del P.P. publicadas por El País, que también. Eso está claro, el que no lo quiera ver mirará para otro lado, pero con malicia.
Lo que se debe investigar es el origen de los fondos depositados en Suiza por Barcenas, lo demás vendrá por añadidura; y lo debe investigar la Fiscalía anticorrupción a presencia judicial, y no en la sede de la fiscalía y sin dar cuenta inmediatamente de sus actuaciones al Juez de Instrucción.
La jugada de la intervención de la Fiscalía Anticorrupción es magnífica para aplacar los ánimos de la opinión pública; pero nos avisa de cómo va a terminar el asunto cuando, puenteando al Juez de Instrucción, se pone en manos de un órgano dependiente del Ministro de Justicia Sr. Gallardón la investigación.
No pintan lícitos los negocios que han hecho engrosar la fortuna del exgerente y extesorero del P.P..
No es de recibo que Bárcenas, después de causar baja en el partido siguiera teniendo despacho en su sede, secretaria, coche con chofer y sueldo; ni es de recibo que Sepulveda siga cobrando sueldo del partido después de haber sido expulsado del mismo como militante. Todo hace pensar que el partido está dispuesto a pagar por sus silencios. Y el que no lo quiera ver mirará para otro lado, pero con malicia.
Son mil nombres y mil casos, y millones de nombres y casos que nunca llegarán mas allá de la conciencia turbada de sus testigos enmudecidos por el miedo.
Aquellos que desde hace tiempo venían afirmado que las sedes de los partidos eran centros de delincuencia, donde se reunían autores, cómplices, encubridores y cooperadores necesarios, hoy estarán contentos, si es que se puede estar contento de tener razón en estos asuntos.
El terrorismo cobra un impuesto revolucionario a los que amenaza de muerte. Los partidos políticos cobran una comisión a las empresas a las que también amenazan de muerte. Los unos hacen correr sangre, los otros la ruina.
Algunos extorsionados pagan al terrorista sin que éste se lo exija ni recuerde. Como algunos acuden con su maletín lleno de billetes a las sedes partidistas para agradecer la adjudicación, sin necesidad de que nadie se lo pida ni se lo recuerde. Unos lo hacen porque quieren seguir vivos, otros por que quieren que sus empresas sigan vivas.
Al final el resultado es siempre el mismo: Los que matan también arruinan, y los que arruinan acaban matando.
Llega un momento en que los que matan no necesitan matar para cobrar, ni los que arruinan precisan la ruina para cobrar. Los muertos que han dejado y la ruina que han causado son argumentos sus argumentos de persuasión. Es el miedo a la muerte o a la ruina el que hacen su tétrico trabajo. El miedo todo lo puede.
La corrupción es la ruina que acaba matando. Ahora ya sabemos quienes son y donde están. Lo demás es anecdótico de la barbarie interminable de la partidocrática.