PACO BONO SANZ
De nuevo, en pleno proceso de reforma de lo irreformable, el régimen de 1978, los nuevos oligarcas de los partidos estatales que aspiran a la hegemonía estatal, que no social, a la conquista del poder del Estado, se obsesionan con el lavado de cara. ¡Limpiemos las calles de Madrid de símbolos fascistas! ¡Borremos el franquismo! Eso pretenden. Me animo a escribir este artículo como respuesta a un buen amigo que, muy preocupado, me habló de este asunto y me dijo: ya no hay respeto por nada, ni por la verdad, ni por la historia…
Y mi pregunta es: ¿cuándo lo hubo? Si nos atenemos a los hechos podremos conocer las consecuencias que los hechos provocan. ¿Por qué ese afán por borrar todo rastro de franquismo en las calles de España? ¿No será porque fue Franco quien nombró rey a Juan Carlos contra la voluntad de Don Juan, el legítimo titular de la corona? ¿No será porque Juan Carlos, como nuevo jefe del Estado franquista, con la jerarquía dictatorial todavía en vigor, nombró presidente del gobierno a Adolfo Suárez, quien fuera jefe de la falange? ¿No será porque Adolfo Suárez llevó a cabo la reforma política del franquismo? ¿No será porque la oposición abandonó la ruptura democrática y se convirtió de la noche a la mañana en neofranquista? ¿No será porque las primeras elecciones fueron franquistas y un pequeño número de diputados de dichas cortes franquistas redactaron en secreto una falsa constitución? ¿No será porque el pueblo español se limitó a votar sí o no a lo que el franquismo ya había cocinado mediante un plebiscito propio de las peores dictaduras?
La respuesta a todas estas preguntas nos lleva a la conclusión de que la Transición no fue tal, sino que se trató de una mera transacción, un pacto orquestado por los franquistas. No hubo ruptura, y del franquismo se pasó al neofranquismo, de la dictadura se pasó a la oligarquía, del autoritarismo se pasó a la corrupción como factor de gobierno. Traición de un rey a su padre, traición de unos franquistas a su ideología, traición de unos opositores a la libertad política, concordia, reparto de poder, consenso, un horror. Y como no pueden ocultar lo que en esencia son, neofranquistas, pues tratan de guardar las apariencias. Por eso cambian los nombres de las calles, retiran las estatuas o desean convertir en museo la cárcel de Carabanchel, nada menos, la prisión en la que Fraga, uno de los padrinos de este régimen, encerró en 1976 a Don Antonio García-Trevijano durante más de tres meses. La cárcel de la libertad política, señores. El régimen neofranquista está obsesionado con borrar toda huella que pueda servir de prueba de lo que es: una degeneración del franquismo. Por eso tiemblo cada vez que escucho la palabra regeneración. Porque si en España jamás se ha generado ninguna democracia, sólo cabe la regeneración de lo degenerado… Escuchen a los nuevos oligarcas y a su rey. Quieren heredar el rancho que Franco dejó a Juan Carlos. ¿Libertad política? Cero. Ahora, si quieren, sigan indignándose.