Rafael Martín Rivera
Es cierto que España no es Venezuela, ni Grecia, pero puede llegar a serlo. El fenómeno Podemos viene apretando fuerte, y los principales partidos de este país andan a la gresca con que si son galgos o son podencos. En nada tienen previsto reflexionar sobre las causas que han llevado a que un partido, que ni siquiera era partido, sin programa alguno, y con el único mensaje de reivindicar como suyo, un cabreo monumental hacia la clase política por parte de las clases medias y de aquellas personas más machacadas por la crisis, haya llegado a ser posiblemente la segunda fuerza política, si no la primera en este país. Así lo vaticinan las encuestas, y pese a lo disparatado del discurso de los de Pablo Iglesias, dichas encuestan no cambian de signo sino que se ratifican al alza.
El Aparato ha reaccionado rápido, a los pocos días de ver en peligro el statu quo político, sacaba a la palestra casos de corrupción que afectaban a los de Podemos y su entorno, hasta a la mismísima novia del tal Pablo por el hecho de serlo, pues como es sabido la moza pertenece a Izquierda Unida. Dicha campaña de desprestigio, sin embargo, no ha producido los efectos deseados, como era de esperar, pese al reiterado esfuerzo de medios de comunicación públicos y privados, y partidos, por repetir hasta la saciedad, una y otra vez, los mismos casos que afectaban a los de Podemos. La impresión recibida por la opinión pública ha sido que el objetivo único de los grandes partidos, y de los medios próximos al poder, era demostrar que los del tal Pablo también andaban pringados en asuntos poco confesables. Pero los tales asuntos, como también es sabido, han resultado ser de bastante poca monta comparados con la que está cayendo a nivel nacional y local. Véase, una beca, una corruptela para favorecer a un hermano y unos ingresos de medio millón de euros no justificados y de dudosa procedencia. En un país donde la podredumbre se ha instalado como forma de vida pública, inundando hasta el aburrimiento las portadas de todos los diarios, con cuantías que superan los miles de millones de euros, donde el tráfico de influencias y favores están a la orden del día, y las puertas no paran de girar para antiguos presidentes, ministros y políticos de todo pelaje, los casos de los de Podemos casi resultan irrisorios para los que por despiste, inconsciencia o, simplemente, por despecho tuvieran la intención de darles su voto.
Así las cosas, el efecto de la pretendida campaña de desprestigio ha sido el contrario al deseado por el Aparato, y los de Podemos han obtenido en cambio una publicidad gratuita de valor incalculable en todos los medios de comunicación a nivel internacional, nacional y local. La torpeza del Aparato ha sido y sigue siendo demoledora.
A unos meses de las elecciones locales y autonómicas, y nacionales, nada parece poder frenar la tormenta que se avecina. Grecia va a ser el tubo de ensayo de los aliados del tal Pablo, y su victoria será vista como preludio de lo que aquí se cueza. El PSOE está en plena déconfiture y junto con Izquierda Unida será vino de pasto para la cosecha de votos de Podemos, mientras el Partido Popular ha conseguido exasperar a sus votantes hasta el agotamiento, con lo que o no irán a votar, o se decantarán por sucedáneos marginales tipo Vox, Ciudadanos o UPyD, o cualquier otra opción aún más marginal. La liza, sin embargo, parece claramente decantada, pese a la abstención, entre dos únicos posibles adversarios con mayorías suficientes: el Partido Popular y los de Podemos, siendo que el Partido Popular para Gobernar no va a repetir una mayoría absoluta de ninguna de las maneras.
Bueno, de ninguna de las maneras, no. Hay una esperanza, y es que sean conscientes, abandonen su soberbia, hagan examen de conciencia y acto de contrición de sus incumplimientos electorales, del gran agravio moral que han causado a sus votantes por los casos de corrupción, la ley del aborto y el trato favorable a los terroristas de ETA y acólitos, del saqueo y castigo de las clases medias con medias fiscales confiscatorias, del endeudamiento a que han sometido a las generaciones futuras, de reformas que sólo han quedado en la superficie pese a la necesidad de acometer profundos cambios en las administraciones públicas, en el mercado laboral, y de reducir de manera drástica un gasto público estructural que está asfixiando España, así como de la necesidad imperiosa de modernizar un país sin apenas industria con una balanza por cuenta corriente deficitaria sí o sí, y relegado a ser competitivo únicamente vía salarios.
Dicha toma de conciencia, sin embargo, tiene que ir acompañada de un acto de penitencia que pasa por acometer una profunda reforma dentro del Partido Popular que haga creíble el cambio. De nada sirven Convenciones de bonitos discursos como los de José María Aznar o Esperanza Aguirre con los que se pretenda hacer creer al votante que «el Partido Popular está donde siempre estuvo» porque no lo está ni se le espera. Los valores y principios no se demuestran con palabras ni con sacar a la palestra a aquellos dirigentes de sobrada competencia relegados por el propio partido a un segundo plano. Ya puestos, yo he echado particularmente en falta como referente moral a otros como María San Gil o Jaime Mayor Oreja.
La cosa está clara, si alguien tiene que pasar a un segundo plano, si no desaparecer, es Mariano Rajoy y los que le rodean. Si quieren nombres, se los doy: Soraya Sáenz de Santamaría, María Dolores de Cospedal, Cristobal Montoro, Esteban González Pons, Carlos Floriano, Javier Arenas y otros menos visibles que manejan con verdadero desatino los hilos del partido, y que por ser el problema difícilmente pueden llegar a ser la solución.
Son pocos los meses que quedan y desgraciadamente no es previsible que tal cambio se produzca antes de las elecciones locales y autonómicas; después ya será tarde. Algunos nos alegraríamos sobremanera si la candidata a las Generales fuera Esperanza Aguirre, pongamos por caso, y que aquellos que abandonaron el partido o hayan pasado a segundo plano regresen y recuperen el timón, tal como ella ha pedido en su discurso durante la Convención. Sea como fuere el actual candidato es difícil que pueda erigirse como referente moral, visto lo visto de su proceder, ni que recabe la confianza y la ilusión del voto perdido. Las elecciones europeas parecen no haberles enseñado nada, pese a haber sido una clara advertencia del hastío en el que se encuentra instalado su electorado.
Como digo: son pocos los meses que quedan, mucha y grande la amenaza, poca la ilusión y sólo una pequeña Esperanza. Ahí queda eso, y espero que para bien de todos los españoles.