Luis López Silva

LUIS FERNANDO LÓPEZ SILVA

La tecnocracia es un término que a raíz de la crisis financiera que se desató hace ya más de un lustro, se impuso como panacea  al colectivo ciudadano por intermediación de los profesionales de la política, los gestores de la administración estatal y las instituciones europeas e internacionales. El término en sí, hoy, hace referencia al gobierno exclusivo de lo técnico y racional enfocado al encuadre y ajustes de los déficits y presupuestos de la administración pública, sin tener en cuenta las situaciones y dramas sociales que sus recetas ocasionan. Tanto esto es así, que el poder soberano del pueblo representado en los legislativos, ha delegado  en la tecnocracia todo su rol de organizar y administrar el bien público en detrimento de la habilidad política de la comunidad;  como venimos observando, la tecnocracia financiera solo arguye como modo de preservar la comunidad la doctrina ortodoxa de la austeridad con las cuentas públicas, pero poco dicen de la obscena gestión de la economía financiera. Este paradigma rector de la sociedad  se ha convertido en su devenir en tiránico; como ejemplo, países  rescatados como Grecia, Portugal, Irlanda, Chipre y otros auxiliados como España e Italia se encuentran hoy día bajo el yugo tiránico de la tecnocracia. De hecho, la Historia nos relata que estas formas autoritarias de gobernar no son nuevas en el devenir humano. Aristóteles, hace alrededor de 2.500 años filosofaba sobre ello y dividía las formas de gobierno en puras e impuras. En las formas puras o rectas de gobierno se hallan la Monarquía, la Aristocracia y la República; en las formas impuras o degeneradas se encuentran la Tiranía, la Oligarquía y la Democracia. El filósofo griego abogó entonces por la Aristocracia en vez de por la Politeia (república) que era  un camino intermedio entre la democracia y la oligarquía en la que una mezcla de ricos y pobres elegidos electivamente gobernaría el Estado. Como podemos observar, salvando las distancias conceptuales y temporales, los sistemas ¿democráticos? actuales son un calco evolucionado de aquella idea primitiva de República; los hándicaps de hoy radican en las disfunciones legislativas de parlamentos y asambleas en estos momentos de confusión, miedo e incertidumbre emergidos tras la crisis, que han socavado el ejercicio del poder del pueblo en beneficio de la tiranía tecno-económica, que no es otra cosa que el ejercicio del poder de una reducida minoría al margen del derecho, atribuyéndose prerrogativas arbitrarias con unos propósitos del todo dudosos y que repercuten negativamente sobre el bienestar de la sociedad, poniendo en peligro la vida, la libertad y las propiedades o recursos económicos de los ciudadanos.

Comoquiera que sea, llevamos ya demasiado tiempo escuchando los salmos sobre la austeridad de los portavoces del FMI, el BCE, la Comisión Europea…; ellos todos, aduladores del becerro de oro que farfullan discursos que enturbian los entendimientos de las gentes con su jerga esotérica y la espuria pretensión de transmitir ideas asépticas y eficaces sobre los manejos del dinero público. Sin embargo, la realidad es tozuda y nos muestra cuán alejados están estos discursos y medidas de la cotidianidad laboral y familiar de los ciudadanos. Las recientes estadísticas revelan que mientras las grandes empresas han ganado competitividad para exportar a costa de la devaluación salarial de los empleados situados en la base del organigrama piramidal, los beneficios del capital y las retribuciones de altos directivos siguen al alza. La consecuencia de esta circunstancia es que, por un lado, los índices de consumo y créditos siguen al ralentí, y por el otro, el poder adquisitivo de las familias sigue descendiendo inversamente proporcional a  la expansión de la precariedad de la existencia, corroborándose así, la teoría de las “elites extractivas” de Cesar Molinas.

Si la sociedad general desea controlar esta tiranía mezcla de tecnocracia y plutocracia ha de defender y apelar a la cuota de poder que cada individuo entregó a la sociedad para formar los poderes  e instituciones del Estado; porque cuando el extravío, la incompetencia o abuso de los que detentan el gobierno pierden la confianza de sus representados, el poder ha de revertir de nuevo en la sociedad, siendo el pueblo el que tiene el derecho supremo de constituir un nuevo legislativo que ordene la estructura socio-económica en conveniencia y justicia con la preservación de la vida, la libertad y la propiedad. Esta es la esencia y origen de la Democracia, todo lo demás, son sistemas de gobierno sucedáneos y toscos que embrutecen la política, degradan la sociedad e inoculan el virus de la servidumbre voluntaria en las mentes del individuo.

Licenciado en Pedagogía

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