LUIS LÓPEZ SILVA.
Hace mucho tiempo que autores de lo social dieron por muerto al individuo libre, cuestionando incluso si alguna vez tal ente ha sido verdaderamente libre de los cánones y corsés socio-políticos que imponían sus líderes y tiranos. O si nacimos para ser esclavos a perpetuidad y la libertad es solo un espejismo de nuestro psiquismo peleando por romper las cadenas de la predestinación. Actualmente, nuestro modelo social hace tiempo que se decantó por la tiranía del tener, estructurando una sociedad adictiva al consumo hedonista que no libra tiempo para la reflexión y el rumiar intrapsíquico. Por el contrario, todo ha de ser goce, deseo y placer, hemos suprimido la prudencia racional como forma de gobernarnos en beneficio del gobierno maleable de las emociones. La crisis moral, política y económica de hoy, hemos de relacionarla, en sentido estricto, con la desaparición del individuo libre debido a la expansión universal de un modelo de subjetividad supuestamente libre sostenido mediáticamente, y que no hace más que conseguir espacios de existencia virtual, castrando al individuo de su capacidad de percepción para interpretar la realidad. Como consecuencia, hemos abocado en la inexistencia de la Singularidad, hemos desarrollado un individuo postmoderno que necesita consumir incesantemente para poder lograr algún tipo de identidad, para conservar algo de la memoria propia. No hay Ser, solo se evidencia, solo se estima la evolución o huella social del Tener. Esta supremacía del tener está arraigada en la ideología capitalista anglosajona del enriquecimiento infinito, ayudado y sostenido por la sociedad de control que denunciaba Deleuze en los 90, donde el marketing y las Nuevas Tecnologías son el nuevo instrumento de control social. La transversalidad de estos instrumentos en la vida social y laboral modulan y modelan la subjetividad de los sujetos hacia un contexto social etéreo, en el cual, el control se ejerce de forma continua e ilimitada a través de la red, de la exposición infinita a eslóganes subliminales y de la venta de servicios y productos innecesarios que se proyectan como si de panaceas libertadoras se tratase. No obstante, son los productos y los servicios ofrecidos los que se transforman en los propios medios de control, a través de ellos, opera el mecanismo de la modelación de la subjetividad. Hace unos años, muchos sostenían que Internet liberaría las consciencias de las multitudes, sin embargo, hoy vemos como la red es un instrumento de homogeneización cultural y las empresas que laboran a través de ella, estudian el microcosmos digital de los internautas para analizar su perfil emocional y económico para posteriormente ofrecer un producto o servicio adecuado a ese perfil, actuando éstos, de nuevo, sobre la subjetividad del sujeto, multiplicando el potencial modelador que tiene en sí mismo susodicho producto.
El estudio socio-técnico de los mecanismos de control ha de discernir si se está produciendo en nuestras instituciones una instalación progresiva de un nuevo régimen de dominación de masas, en los que la política y la economía, dueños absolutos de los medios de comunicación y del bienestar general, construyen un tándem que rompe los livianos estándares democráticos con algún fin espurio. La crisis sistémica de parte del Occidente desarrollado es un buen ejemplo de esa modelación de las subjetividades, en las que se ha sugestionado eficazmente a la población a adquirir toda una serie de gamas y modelos sociales idealizados en el tener material como único fin. Entretanto, la repugnante promiscuidad entre política y dinero ha convertido a la política, a plena vista de todos, en la meretriz del capital mediante el sutil cincelado de las consciencias, y todo ello, bajo el supremo paradigma de la libertad y la transparencia informativa que pregonan por doquier los adláteres de la partidocracia.