Luis Fernando López Silva
Tras la resaca de las elecciones, ahora llega la hora de los análisis de los porqués y de los cómo. Y como siempre, las tertulias radiales y televisivas activan su despliegue de información y debates para ofrecer a los ciudadanos una batería infinita de enfoques, interpretaciones y opiniones sobre el nuevo panorama político, que las más de las veces, obturan la capacidad de asimilación e interpretación de cualquier ciudadano de a pie. ¡Y producen hartazgo!
En estas elecciones ha quedado claro que algo se mueve y que va con intenciones, que el bipartidismo postransición está deshilachándose y nuevas fuerzas políticas pugnan por entrar a los puestos de mando. Sin duda, España se encuentra en estos momentos en una situación excepcional que no se daba desde la muerte del dictador Franco y la reforma del régimen hacia la Transición, de cuyo legado aun percibimos los principales valores y actitudes que asisten nuestras presentes estructuras sociales y económicas. En aquella época que muchos tildan de heroica y otros de estafa, lo que realmente se produjo fue, por un lado, una sustitución de parte de las élites franquistas por una nueva generación de ligados a la dictadura sentimentalmente (tardofranquistas), pero que la anularon por medio de una reforma política que arribó en una apertura de libertades individuales y la consagración de derechos sociales, olvidándose por completo de la libertad política colectiva; por el otro, varias facciones de opositores (las izquierdas) al franquismo que lucharon por derrocarlo y establecer la ansiada libertad, pero que tras la legalización de los partidos y la ‘normalidad democrática’, como gustó a muchos decir, aspiraron al poder y la colonización del Estado por medio del partidismo hacia la oligarquía partidista. En definitiva, lo que se produjo es una renovación de las élites por la derecha y una inclusión de los líderes de la izquierda a las cúpulas del poder. De esta manera, el círculo oligárquico quedó cerrado y el poder repartido.
Es casi cuarenta años después cuando los rodamientos de la oligarquía bipartidista de nuestro país se muestran gastados. Factores internos (endogamia) y externos (la crisis) han quebrado el soporte de la estructura. Y de nuevo, la renovación de las élites entra en escena. La eterna circulación de las elites que propugnaba el pensador italiano Pareto es puntual a su cita. Y en nuestra sociedad, ha comenzado el juego. La lucha partidista de los que quieren entrar con los que están en el poder es la evidencia ya universalmente reconocida de la ley de hierro de la oligarquía en los partidos políticos descrita por Robert Michels a principios del siglo XX. Podemos, Ciudadanos, UPy D y demás plataformas ciudadanas son los nuevos aspirantes a coger el timón de la sociedad.
La oligarquía en pocas palabras es el gobierno o mandato de unos pocos sobre la mayoría. Y ha existido desde que el hombre se agrupó para vivir en sociedad, primeramente en clanes, tribus, etc y más tardíamente, desde que los humanos crean sociedades más complejas. Incluso las democracias actuales son marcadamente oligárquicas. Siempre unos pocos mandan sobre la mayoría. Por ejemplo, en nuestro país existen mezclados dos tipos de oligarquía: la oligarquía inmanente y la oligarquía arbitrada. La oligarquía inmanente es la que surge por el juego autónomo de las leyes de la circulación de las élites. Se suscriben a este tipo la oligarquía financiera y empresarial, profesionales de alta cualificación, científicos e intelectuales de renombre, etc. La otra, la oligarquía arbitrada es aquella que los ciudadanos deciden elegir en las urnas (oligarquía política) para que los gobiernen. Legitiman su poder con los votos. Así, tenemos una élite que es inmanente y hereda los privilegios por condición social y otra élite que depende de factores ajenos, pero que lucha incesantemente por controlar el poder que se les otorga.
De todo esto se puede deducir, que la oligarquía es una forma trascendental de gobierno, y que por mucho que se intente practicar o poner a funcionar el concepto clásico de democracia pura, es inútil poner resistencia a las fuerzas oligárquicas, ya que toda organización para ser eficaz tiende a la jerarquización (las masas necesitan líderes). La historia demuestra que ninguna democracia u otro sistema de poder, ha conseguido el ideal del gobierno de todos sobre todos. Es una ficción ético-jurídica.
Lo que sí debe poner en marcha todo sistema de gobierno, y de los que nuestras instituciones políticas carecen absolutamente, son mecanismos de controles, pesos y contrapesos para que esta oligarquía cumpla las reglas elementales del juego y no instrumentalicen al Estado para conservar las prebendas del poder. Esto significa separación de poderes en origen y un sistema electivo verdaderamente representativo, tal y como propone el MCRC.
Aquí, mientras tanto, no sabemos cuánto durará este ciclo de lucha y renovación de las élites políticas en la sociedad, lo que es seguro es que los vencedores se encamararán en la parte alta de la pirámide hasta que la siguiente generación intente desbancarlos. Proverbial es la frase de Pareto la cual dice que “la historia es un cementerio de aristocracias”. Lo resume todo.