En un país como el nuestro donde, desgraciadamente, no se entiende el significado de conceptos tan básicos en la política moderna como son la democracia y representación, se confunde y aturde al sufrido súbdito con gestos desde el poder de las instituciones del estado, que buscan el aplauso fácil por medio de la demagogia. Los partidos recién instalados, como Podemos y sus ‘mareas ciudadanas’, buscan ampliar su cuota de poder realizando acciones de puro marketing -con una manifiesta superficialidad cosmética- que maquillan y enmascaran el verdadero problema de fondo, que no es otro que la falta de conexión de la sociedad civil con el poder que las gobierna y las somete.
Ninguno de los nuevos partidos afronta ni plantea, las verdaderas causas de la lamentable situación política y económica de nuestro país y que se encuentra enraizada en los orígenes mismos del régimen del 78; España sólo es gobernable mediante la corrupción porque las facciones políticas que poseen el estado no son representativas ni libres en sus decisiones: se deben al consenso. La única trayectoria de escape de él, es mediante la corrupción moral y política. Su debate, sus planteamientos y sus supuestas ideologías carecen de anclaje en la base social y por lo tanto, son absolutamente artificiales y desconectadas de la realidad. Los seguidores y actores de estas nuevas formaciones tratan de paliar los efectos más espectaculares -para verse recompensados en las urnas- sin atreverse a entrar de lleno en las causas, ya que de hacerlo, llegarían a la inevitable conclusión de que es el propio sistema y no cualquier otra razón, el germen que nos ha llevado al desastre actual. Un sistema que, por otra parte, está diseñado para ‘empoderarlos’ (un palabro muy de moda últimamente) y otorgarles el control de todos los aspectos y riquezas del estado. Se trata de un botín demasiado suculento como para que se planteen ni siquiera renunciar a él; su lucha y su deseo de venganza así lo demandan. Ignorantes como son de que quien busca la venganza, es porque se considera a sí mismo como una víctima; de forma inconsciente se sitúan en un plano de inferioridad y de menor autoridad moral.
Es bien claro que para realizar este acto de honestidad intelectual y encarar el panorama desplegado por el actual régimen monárquico de partidos, se hace necesario algo que ninguno de los nuevos y jóvenes caudillos está dispuesto a considerar: poner el poder en manos de la sociedad civil, para que sea esta la que los legitime eligiendo a sus representantes y se pueda dotar de un documento constitucional que delimite realmente los poderes, acote las competencias de cada órgano estatal y finalmente, establezca una defensa del individuo frente a todos los demás, otorgándole reconociendo así unos derechos y libertades que pueda esgrimir frente a cualquier tribunal en caso de ser vulnerados. Asuntos éstos que requieren de una educación y unos valores que en absoluto están presentes en la aborregada y psiquiátricamente alienada población española: asumir nuestras propias vidas y afrontar los destinos individuales y colectivos, de forma independiente al omnipresente estado, como verdaderos hombres y mujeres libres, dignos de tomar las riendas de nuestra nación. Con honor y lealtad hacia unos puntos mínimos de convivencia y donde principios como la amistad y el respeto por lo diferente, sean pilares básicos de la sociedad. Conceptos que deberían ser naturales y fundamentales y que por desgracia, ahora parecen sacados de alguna bella y anacrónica novela de John Steinbeck y sus fantásticas leyendas artúricas.
José María González -conocido como ‘Kichi’ en sus círculos más próximos- el flamante nuevo alcalde de mi amada Cádiz, es un buen exponente de esta nueva política gestual y que busca atajar los efectos sin disponer de la valentía necesaria para localizar sus causas. Su pose y su estética cercana al pueblo operan de la misma forma que sus acciones en política: desvían la atención y disfrazan la esencia y la sustancia de los problemas que dice combatir. Apela en sus declaraciones públicas a un reparto diferente de la riqueza, anteriormente en manos de otras facciones estatales, para ponerlo al servicio de la suya propia, practicando de forma manifiesta el caciquismo habitual -y de gran tradición histórica- en aquellas latitudes geográficas. Se encuentra sometido, consciente o inconscientemente, al mismo férreo régimen de partido de las viejas agrupaciones, que se revela como algo inevitable, incluso ante aquellos militantes más críticos con las posiciones manifiestamente reaccionarias de la cúpula de la formación política. Su lucha y sus intenciones, observadas desde la posición del que tiene la perspectiva e imparcialidad suficientes, se antoja como algo, cuando menos, utópico y que sólo puede ser producto de la más absoluta ignorancia de lo que supone el consenso político reinante o bien de una displicencia y una soberbia del que se cree mejor que los demás, por el mero hecho de ocupar un cargo dentro de un organismo de gobierno, como es la alcaldía de esa bella ciudad.
La política de gestos es el nuevo marketing del régimen, que se obstina en hacer honor a la máxima lampedusiana de cambiar todo de lugar para que finalmente quede igual. Mostrarse magnánimo y adoptar una pose afectada y condolente con las necesidades del pueblo para encarrilarlo nuevamente por la senda del voto y el refrendo de las castas, nuevas o viejas, que componen el poder. Subvencionarlo y adocenarlo para que no proteste y permanezca eternamente refocilandose en su mediocridad.
Nuestra España actual, desprovista casi por completo de toda industria (salvo el turismo, legado final de la etapa anterior del franquismo actual), sin capacidad innovadora, con una evidente pérdida de hegemonía cultural, carece de liderazgo y lo que es peor, carece una sociedad civil con arrestos suficientes como para cambiar el rumbo marcado desde sus orígenes por potencias como Alemania y los que ahora se antojan paradójicamente envidiables, los Estados Unidos de América. El postmodernismo ideológico hispano, materializado políticamente en la socialdemocracia, supone un duro handicap que impide escapar de esta insufrible Europa y de su falta de criterios e ideas inspiradoras.
Las únicas vías de escape que veo son la abstención absoluta, como camino hacia una futura deslegitimación de la casta política o votar con los pies, esto es, buscar fortuna en nuevos territorios donde se permita la disidencia del poder y se promocione el esfuerzo individual y la innovación. Mucho me temo que la primera fórmula que propongo ya está siendo convenientemente atajada mediante las nuevas entidades que han llegado para sustituir a UPyD e IU, es decir: Podemos y Ciudadanos. Su composición genética les hace darwinianamente aptos y les impulsa a convertirse en los nuevos machos alfa del consenso nacional.
Y ahora, corran… corran a votar.