MANUEL BLANCO CHIVITE.
La gestión de los problemas citados y de las labores del gobierno en general, lo sabía muy bien la oligarquía financiera española y el resto de poderes reales (militar y eclesiástico), debía compartirse, debía de abrirse a los nuevos colaboracionistas, a los nuevos monárquicos; aun más, la gestión de los temas más delicados debía dejarse en manos de un PSOE crecido ya y convertido en el eje político fundamental sobre el que pivotaría la monarquía. Sin el PCE, en primera instancia, para contener y encauzar la calle en los primeros momentos de entusiasmo popular, y sin PSOE jamás se habría restaurado la monarquía en España. Una dulce monarquía, sobre todo para el PSOE, a cuya sombra se han enriquecido y han pasado al club de los vencedores las diferentes cúpulas socialistas.
No es afirmación gratuita la que muchos elementos de la derecha repiten en sus encuentros privados: La monarquía en España se mantiene porque lo quiere la izquierda. Una afirmación obvia, desde luego, pero que he tenido el gusto de oír, siempre en privado, en boca de significativas figuras de la derecha más acendrada.
La clave de la transición o transformación del franquismo, una transformación que ya había sido preparada por el propio Franco, tenía nombre: la monarquía juancarlista. La monarquía recuperada por Franco fue el modelo de Estado indiscutible e indiscutido que se impuso y se aceptó por el PCE, por el PSOE y por la mayoría de los nacionalismos democrático-burgueses periféricos (PNV, CiU, etc.) Hubo contactos, y muchos, para negociar y delimitar qué y cómo habría de ser la monarquía y sus reglas.
Así se aclaró qué cambiar exactamente para poder mantener intactos los mismos poderes reales y, al mismo tiempo, ampliar la base social de la dictadura y ampliar sus posibilidades de gestión, mediante la incorporación a la misma de los partidos de la oposición que aceptaban ya la salida monárquica. Se trataba de abrir las puertas del club de los poderosos a los nuevos gestores.