Mientras esperaba en la frutería de mi barrio, la señora que me precedía en el turno comentaba con el frutero: ¿los melocotones salen buenos?. Sí señora -respondió el hombre- buenísimos. ¿Y las ciruelas?. Muy buenas, señora -volvió a contestar. ¿Y las peras?. Muy buenas también. Entonces la señora dijo: sí, claro, para usted toda su fruta está riquísima. Y le respondió el frutero con marcada ironía: yo, como los políticos, le digo siempre la verdad.

Este hecho anecdótico me hizo volver a pensar en la lejanía que existe hoy día entre la verdad y la política. La separación abismal entre los deseos del ciudadano y su clase política es tal que después de estos 30 años de régimen de partidos estatales ya nadie puede tomarse en serio un discurso de un político, prometa o no prometa nada. Esta situación de ser objeto de engaño constante llega al ciudadano antes por la sensibilidad que por el descubrimiento intelectual. Hasta la señora que compra en la frutería comprende en qué situación puede o no fiarse de la verdad que se le dice puesto que la base de la verdad última en la sociedad es la lealtad. En una sociedad en la que no existe lealtad no puede existir la verdad. Está corrompida en su base y eso es precisamente lo que le ocurre a la verdad de la clase política en España.

Pues aún cuando cualquier ciudadano puede comprender de forma natural que no existe esa lealtad, quizá no sepa las razones de porqué se da esta situación. Puede parecer que es consustancial al ser humano o, peor aún, idiosincrática en el ser español. Este sería un pensamiento derrotista que abandonaría toda esperanza en poder confiar en cualquiera si no se conociera el origen de esta deslealtad: la falta de verdad es por falta de libertad.

En España, y en todos los países que viven bajo el consenso de los partidos estatales, la verdad ha quedado apartada de la política pues no existe libertad política donde fundamentar ninguna acción representativa. La clase política española debe su posición hegemónica al secuestro de la libertad que mantiene sobre la sociedad civil. Ni sus representantes les representan ni puede uno confiar en que exista algún tipo de contrapeso de poderes que conforme una realidad política no sólo verdadera sino veraz. Sobre esto último se podría usar el ejemplo de la frutería pues quién podría fiarse de un frutero al que no puede pedirle cuentas por el precio injusto o la mala calidad de la fruta.

Sobre esta mentira principal, la de la falsa representatividad de los políticos, se ha montado en España un circo de una sola pista en la que todo consiste en un sólo espectáculo: la socialdemocracia. Porque, no nos engañemos, aunque las ideologías pinten de colores (y hasta buenas intenciones) el repertorio de artistas en la arena, todos están bajo la lona de la misma mentira. Todos los partidos políticos que se prestan a las falsas acrobacias con red que se ejecutan en las elecciones. Y nosotros no somos sino simples espectadores sin ninguna posibilidad de decidir nada.

En la futura República Constitucional de España, y como contrapartida de la falsedad de los partidos y sindicatos estatales, por encima de las ideologías surge la necesidad de entenderse con el vecino, con el conciudadano. La necesidad de ponerse de acuerdo para decidir sobre lo común. Ahí es donde surge la búsqueda de la verdad común, la que identifica al último reducto de representación política que es la mónada electoral: el distrito. Conforme a la lealtad que obliga a cada diputado elegido con mandato imperativo por cada distrito bajo el sistema electoral mayoritario, uninominal a doble vuelta, la labor de dicho diputado no obrará en otro camino que no sea la verdad. Si su sueldo depende directamente del distrito, a quién atenderá el representante si no es a las peticiones de sus electores. El sentido de la lealtad viene dado en una democracia formal por la conformación de sus poderes y la elección de los representantes, no por la bondad del consenso y la concordia.

Gracias a este sistema formal democrático se entiende porqué la lealtad lleva necesariamente a la verdad y porqué la condición básica para que esto se dé es la libertad política. Lealtad, verdad y libertad son la base de la República Constitucional. Viviendo de este modo, el frutero que referí al principio no podría hacer la mofa sobre la falta a la verdad de los políticos. Precisamente el ejemplo de aquellos representantes a los que se les exigiría especial educación, decoro y responsabilidad, animaría al resto de la población a cumplir, lealmente, con el resto de la sociedad.

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