PATRICIA SVERLO.
Don Juan, con el apoyo de su consejo privado de incondicionales, no se lo acababa de creer. No quería o no podía darse cuenta de que sólo cumplía la función de muro de contención del franquismo. Sin renunciar a su objetivo de conseguir el trono, inició un cambio de estrategia que pasaba, en primer lugar, por el cambio de residencia. El 1 de febrero de 1946 los condes de Barcelona se trasladaron a Estoril. Salieron de Lausana casi de madrugada, en automóviles con las luces apagadas, escoltados por un coche de la policía, y se fueron en avión vía Londres.
Los hijos fueron más tarde. Al principio se quedaron a cargo de la abuela (la ex-reina Victoria Eugenia), en el palacete de Lausana. Todos menos “Juanito”, a quien dejaron internado en el Colegio Maria Saint Jean de Friburgo. Sólo tenía 8 años, pero sus padres parecían sinceramente preocupados por unos estudios que se estaban convirtiendo en una tortura. Le habían dicho que si no sacaba buenas notas, el fin de semana no le mandarían a ver a la abuela. Con Juan Carlos estaba su preceptor, Eugenio Vegas, que se quedó en un hotel de la ciudad.
En Estoril, mientras tanto, existían presiones de la embajada española sobre el gobierno portugués para que no les ampliaran los visados de estancia en Portugal y dificultaran la llegada desde Suiza de los cuatro niños. Por este motivo, para intentar solucionarlo, el 15 de marzo Don Juan recibió la visita de Juan March. March tenía varias empresas de navegación y hablaron de organizar el viaje en barco de los niños, puesto que no podían atravesar Francia y España. March era, además, quien ayudaba a sobrevivir a Gil-Robles, otro exiliado en Estoril y colaborador de Don Juan, al haberlo colocado como abogado de Explosivos Trafaria, una empresa que dependía de Explosivos Río Tinto. Por su parte, Don Juan presionaba a Salazar, amenazando con el escándalo que supondría su expulsión, porque no se iría voluntariamente.
Las relaciones con Nicolás Franco, entonces embajador de España en Portugal, de quien había de obtener autorización para que vinieran sus hijos, fueron tensas. En abril se reunieron Nicolás Franco y Salazar. El embajador advirtió que Franco consideraba inconveniente la estancia de Don Juan en Portugal, porque esto obligaría al Gobierno español a vigilar estrechamente a las personas que le quisieran venir a ver. Pero Salazar insistía en el desinterés creciente de Inglaterra y los Estados Unidos por la monarquía y en lo inocua que era la estancia de la familia real Borbón.
Franco ponía como condición que Don Juan se retractara de lo que había declarado en el Manifiesto de Lausana, pero Juan se negó. La ruptura con Franco era definitiva y la prensa lo publicó, tanto en Suiza como en Portugal.
Pero Don Juan seguía a su aire, estaba seguro de que la cuestión del visado iba por buen camino y visitó el palacete de Bel Ver, de los condes de Feijó, que quería alquilar cuando llegaran sus hijos. También estuvo en Monte Estoril, que era mucho más grande que Vila Papoila, la primera casa donde vivió, que le habían dejado los marqueses de Pelai. Bel Ver se correspondía más con sus aspiraciones. Tenía piscina y espacio para los caballos. En Lausana, mientras tanto, hacían y deshacían las maletas.
Para ir adelantando trabajo antes que los niños llegaran, los condes se decidieron a comprar los muebles y cuatro furgonetas bensen; y también diversos turismos, uno de los cuales era un Bentley de cuatro puertas.