Si la democracia no es más que una forma de gobierno y, después de votar, seguimos sin gobierno, a lo mejor es que nuestra forma de gobierno no es una democracia.
Esta duda no se la plantean los que votan, que un domingo cada cuatro años (cinco, si en La Moncloa está Rajoy) fingen creer, primero, en la iglesia, que los pobres heredarán la tierra, y luego, en el colegio electoral, que votar a Pablemos es forzar a Snchz a pactar con Rivera, pues a estas alturas todo el mundo da por sentado que Rajoy seguirá ahí, como Ana Blanco en el Telediario o como el dinosaurio de Monterroso en la cama.
La duda es uno de los nombres de la inteligencia, pero es una ingeniosa observación del viejo Schumpeter que, ante la urna, las personas más inteligentes se comportan como niños, y su explicación de economista fue que votar es gratis.
El votante no duda porque votar es de balde, y habría que hacer con él como con el paciente de la Seguridad Social, que es pasarle, a título informativo, la factura de su tratamiento.
Nuestra democracia no será representativa, pero es orgánica (los partidos, aquí, son “órganos” del Estado), que todavía sale más cara.
Cuando los gamberros de Pablemos berreaban “¡No nos representan!” en la Puerta del Sol, no mentían; mienten ahora, cuando, siguiendo todo igual, creen que porque ellos ya han pillado, su representación teatral equivale a nuestra representación política.
“La próxima visita será con dinamita·” berreaba el domingo, en Cádiz, la concejala Camelo, del ramo podemita de Mujer y Mayor (?), con motivo de la fanfarria del Día del Trabajo, en cuya manifestación madrileña la obrera y el obrero castizo y castiza clamaban por las calles y los callos contra “patronos y patronas”, en el moderno lenguaje de esos “gourmands” que, puestos en el brete, admiten una dieta de pollos y pollas.