ILLY NES.
Mientras yo estuve en activo nadie conoció mi homosexualidad excepto mi chófer, con quien mantuve una relación, dos furrieles que lo sabían perfectamente porque ellos también eran gays, y alguno más con el que me crucé en Chueca y optamos por el “tú no me has visto… yo no te he visto…”. Yo jamás tuve que preguntar a una persona si era homosexual, existe como un sexto sentido que nos hace identificarnos rápidamente con gestos, palabras, comportamientos que son de autodefensa. Piensen que hasta el año 1986, es decir, con cuatro años de gobierno de Felipe González, todavía estaba vigente el Código de Justicia Militar franquista. Sin embargo, dentro del Ejército yo era un perseguidor nato de cualquier tipo de droga que entrara en la compañía, Y he mandado a más de un soldado al calabozo por llevar hachís. Me llamaban “Bareta”, ese era mi mote. Yo era muy duro e inflexible con mis soldados pero a la vez era una madre parturienta a la que se le abren las carnes.
Exigía disciplina, limpieza, y cumplir con el servicio. Pero a partir de las seis de la tarde mi despacho estaba abierto como confesionario y venían a contarme cosas y desahogarse conmigo. Recuerdo que cuando se produjeron las famosas inundaciones de Bilbao, un soldado vino llorando a mi despacho. Su madre tenía las piernas amputadas y estaba muy mal. Su familia estaba en pleno centro de la riada y quería por favor que le diera permiso para poder reunirse con ella y ayudarla.
No le correspondía, pero le dije que lo comprobaría mandando un telegrama a la Guardia Civil de Bilbao. La situación de aquella familia era verdaderamente patética. Hablé con el coronel y le dimos permiso indefinido hasta que llegara el momento de licenciarse, tan solo tendría que venir a entregar el uniforme y recoger la cartilla blanca. Yo tenía alféreces de IMEC que estudiaban y cuando llegaba la época de exámenes intentaba eximirles del servicio o les decía: “meteros en el despacho y estudiar. Vuestras carreras son más importantes que seis meses de prácticas”.
Abandoné el Ejército en 1987 pero hasta el año 1986 la homosexualidad estaba penada con seis años de prisión militar y expulsión. Y como regresabas a la sociedad civil sin ser nada, aquello me daba pánico. Por eso siempre intenté llevar a cabo ese castizo y malsonante aforismo tan español que aconseja que “donde tengas la olla no metas la p…”… aunque me liase con mi chófer o con Javier Aramburu, primer bailarín de María de Ávila, que en paz descanse. Murió de Sida, todo hay que decirlo.
Excepto estas dos personas, nadie más conocía mi orientación sexual, de modo que vives una doble vida desquiciante. Por ejemplo, desde Hoyo de Manzanares hasta el cuartel todo estaba lleno de puticlubs a los que acudían los soldados y los oficiales. Yo hacía la vigilancia y las primeras que me entraban eran las prostitutas porque se sentían defendidas, yo iba de policía militar. Les decía: “mirad, vosotras sabéis lo que soy, pero no quiero que se enteren los soldados”, y me trataban fantásticamente. Es más, venían a buscarme los domingos para invitarme a paella.
Vivía una situación de pánico, primero porque me veían con las meretrices y sabían que ellas me querían. Por eso tenía que inventarme historias, novias y rollos. Entonces mi aventura homosexual, Juanito o Pepito, la feminizaba y la contaba entre mis compañeros como si se tratara de una mujer. Es desquiciante la presión psicológica que han vivido y todavía están viviendo muchos oficiales, suboficiales y soldados homosexuales, porque aunque no es delito, el Ejército como institución es muy machista, muy homófobo y muy misógino.
Vivir así es una impostura continua, desde que te levantas hasta que te acuestas, siempre intentando que no se te note, que no se te vaya la vista cuando ves a los soldados en la ducha. Porque evidentemente no puedes evitar mirarlos y había cada tío que te caías de espaldas… Pero por respeto hacia ellos y también hacia mí, yo no podía valerme de mi condición de oficial para conseguir favores sexuales de nadie. En su momento no lo hice porque no me parecía ético y si volviera al Ejército tampoco lo haría. El miedo no solo recaía sobre mí como oficial, ellos también tenían miedo porque el Código de Justicia Militar franquista era el mismo para todos y estuvo vigente hasta el año 1986. Tanto que presume el PSOE de defender los derechos, entonces estaban en el Gobierno. Me gustaría que Felipe González admitiese alguna vez su error por mantener esos años de terror entre los homosexuales que ingresaban en el Ejército.
Creo que existen muchos problemas de trastorno por depresión y ansiedad derivados de ese tremendo pánico que supone vivir esa doble vida. Muchos militares hoy día lo padecen y lo padecerán mientras la sociedad no cambie. El que tengamos un matrimonio civil no significa que todas las instituciones van a cambiar de actitud por el hecho de existir una ley publicada en el BOE. El que piensa, como dicen en el recurso mis compañeros de partido, que no es lo mismo una relación heterosexual que homosexual y que las relaciones homosexuales son actos deshonestos, debería saber que afirmar esto es delito. Porque atenta contra la dignidad y la integridad de las personas. Es un insulto, y el insulto no cabe en la Constitución, como manifestó el Tribunal Constitucional en una sentenia de 1995. A Mariano Rajoy puedo proporcionarle esa jurisprudencia para demostrarle lo falaz del recurso que han presentado.
Hoy me siento muy orgulloso de haber vestido el uniforme español, haber besado la bandera de España y haber jurado la defensa de la Constitución, esté o no en activo. Y ojalá no hubiese Ejércitos, porque sería una señal de que no hay guerras, pero eso es una utopía frente a una realidad. En España estamos viviendo una guerra civil soterrada, que no ha terminado desde el año 1936, porque la guerra ha tenido trincheras y todavía vive gente que ha podido estar en el bando de los insurrectos franquistas (azules) o en el de los republicanos (rojos), por eso es algo que a día de hoy todavía es así.
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