Es fácil comprobarlo accediendo a cualquier diario generalista. En su “home” por definición figurarán en lugares destacados noticias relacionadas con los partidos, y en no pocas ocasiones, copando sus portadas. Los nombres propios, es decir, el fulanismo, es como una peste informativa. Toda noticia, rumor o la filtración de turno tienen su origen en los partidos, muy especialmente en sus cúpulas o en sus entornos, donde encontraremos por supuesto a banqueros y grandes empresarios —¿o debería decir mercantilistas?—.
La peste del fulanismo
Fulano ha dicho esto, mengano propone aquello o zutano denuncia lo otro es el leitmotiv de la información nuestra de cada día. Para los medios no hay debate, polémica o avería que no tenga su origen, desarrollo y conclusión en el corazón de unas organizaciones cerradas, todas sin excepción de corte leninista, que han convertido la política en un asunto menor, circunscrito a sus intereses particulares.
La sociedad no existe si no es a través del prisma de los partidos. La agenda es suya, les pertenece, ellos la escriben. Y los medios acatan. Los políticos generan las polémicas o las compran; las propagan, las eternizan o las concluyen, según convenga. Si publicas lo que, según su parecer, no deberías, te enemistarás con ellos. Si no atiendes a sus solicitudes, desprecias su versión de los hechos o prescindes de sus filtraciones, date por muerto: “¿Te has creído que puedes ir por libre, querido?”.
Mantener una buena relación con sus gabinetes de prensa consiste precisamente en eso, en no ir por libre. Las relaciones se invierten. No es el partido quien persigue a los medios para que le den relevancia, adjunten sus opiniones o cedan espacio para que sus representantes firmen análisis vacíos de ideas comprometidas, pero llenos de lugares comunes y corrección política a mansalva. Son los medios los que han de sentirse honrados cuando éste o aquel preboste se digna a proporcionales una pieza escrita de su puño y letra. El prestigio y relevancia de un diario parece ser directamente proporcional a las firmas de ilustres mandarines que lleve regularmente en su portada. Y todo, como digo, para llenar páginas y páginas de obviedades, de un impostado sentido común, de consignas prefabricadas, de fotocopias de falsos programas electorales, contenidos todos donde los hallazgos y el riesgo intelectual, o el más elemental pensamiento, brillan por su ausencia.
La ley de hierro del ecosistema informativo
Noticias y partidos son casi sinónimos. Más allá del suceso terrible, la información sensacionalista, el “clickbait” sectario, la crónica sentimental o el fútbol, el imperio de la información partidista se extiende hasta donde alcanza la mirada. No hay asunto de interés público que escape a su dominio. Incluso los debates que surgen de manera espontánea terminan siendo reescritos al dictado de las consignas partidarias. Esta es la ley de hierro de un ecosistema informativo que no mira al público, sino al Poder, donde hasta las crisis más graves son reducidas a burdos titulares, digeridas por encuestas oportunamente contratadas y, finalmente, encajadas con calzador en pronósticos electorales que no ofrecen ninguna salida. No hay más que mirar lo ocurrido en Cataluña y comprobar como hemos pasado del estado de alarma y la emergencia de la conciencia nacional a un artículo 155 fantasma, y de ahí a unas elecciones tan inoportunas como absurdas, donde los partidos pueden porfiar a sus anchas, jaleados por los medios, mientras el común vuelve a un segundo plano o, incluso, a un tercero. Lo anormal convertido en normal en tiempo récord gracias a la cooperación de los diarios.
Para los grandes grupos de información, la concesión administrativa adjudicada a dedo, el acuerdo empresarial urdido entre bambalinas al alimón entre mercantilistas y políticos o la intervención discrecional de los grandes bancos, mandan. El resto, además, ha de buscar su pan de cada día alternando el halago con la impostada amenaza; sometiéndose con gusto a esta perversa dinámica y sublevándose ocasionalmente y de manera calculada en busca de alguna canonjía; haciendo elogio del político, aun del más necio, o marcándose un farol para que éste no se olvide de su existencia.
Del viejo periodismo al periodismo viejo
La información libre e independiente es un mito. Vaya obviedad. No vamos a descubrir la pólvora a estas alturas del juego, desde luego. Sin embargo, hasta en el cambalache más obsceno existen límites que no deben ser sobrepasados. Mirar exclusivamente hacia el político, el poderoso, el banquero o los grandes anunciantes que se cuentan con los dedos de una mano, es lo que ha conducido a los diarios a un callejón sin salida. Esta dependencia del Poder es incompatible con cualquier modelo de negocio de largo plazo; mucho menos aún en un entorno cambiante, donde los viejos paradigmas han saltado por los aires, por más que a los mal llamados “periodistas de raza” les moleste escucharlo porque no alcanzan a comprenderlo. Así, cuando un conocido director de diario se pregunta por qué su modelo de suscripciones fracasa estrepitosamente, la respuesta es obvia: deberías dejar de hacer política. No es que el público sea demasiado agarrado, o no tenga costumbre de pagar por un producto, es que la calidad prometida está enterrada bajo toneladas de corrección política, fruslerías partidistas de muy corto recorrido, recados y fulanismo.
Pan para hoy y hambre, mucha hambre para mañana. La tarta se vuelve cada vez más pequeña y, al mismo tiempo, aumenta el número de medios que aspiran a un trozo. ¿Qué creen que pasará si esta disparidad de magnitudes sigue su curso? Ah, sí, por supuesto, todos tienen un plan, en lo fundamental, bastante parecido: ser más confiables, mensajeros más eficaces para asegurarse así los apoyos necesarios que aseguren el negocio. Entretanto, la sociedad sigue muda, atrapada en una gran burbuja, un mundo virtual donde los protagonistas son siempre los mismos.
Mirar al Poder directamente es como mirar un eclipse de sol sin protegerse los ojos: provoca ceguera. El mercado está en otra parte. Pero los diarios están ciegos. El viejo manual de cómo mantener abierto el chiringuito sigue vigente, con todas sus ineficiencias, incluso después de la Gran Recesión y sus durísimas enseñanzas, de la globalización y del crecimiento exponencial de las redes sociales. Un manual que se hereda de padres a hijos, inasequibles todos, jóvenes y viejos, a la transformación de un sector que no es que esté en trance de morir, es que parece empeñado en suicidarse.