Agárrense, que viene la curva de Trump.
Llamo curva de Trump al giro que han de dar politólogos y tertulianos (el fino análisis español) una vez que Trump, contra los últimos empeños del periodismo con boina, que alentaba un golpe de Estado en el Colegio Electoral americano, ya es presidente de los Estados Unidos.
Guardo más de un año de literatura antitrumpiana (incitaciones al “magnaticidio” aparte), dividida en dos escuelas de agudeza de charlatán español, la de quienes en el país con mayor presión fiscal de Europa hablaban de “cuñadismo” y la de quienes hablaban de “gilismo” para despachar la promesa trumpiana de bajar los impuestos (¡populismo! ¡populismo!), y van a necesitar en la curva de una chicane como la de Slim, que, miren por dónde, ya ha pasado por la Torre, dejando a sus vanidosos becarios colgados de la brocha.
Es “la mansedumbre de la prensa amarilla”, que diría Chesterton (“El blog de Slim”, llama un gran tuitero al “New York Times”, y se queda corto), el hombre que descubrió la gran máxima periodística: que si un editor simplemente consigue irritar lo bastante a la gente, le escribirán gratis la mitad de su periódico.
La verdad es que el auténtico sensacionalismo, que a Chesterton le gustaba mucho, requiere valor moral, “porque sorprender a alguien es realmente una de las cosas más peligrosas de la tierra”:
–Si tú haces que cualquier ser vivo pegue un salto, es bastante probable que salte sobre ti.
Pero los ideólogos de este sensacionalismo no tienen valor, ni moral ni inmoral: “Todo su método consiste en decir, con un énfasis grande y elaborado, las cosas que todo el mundo dice tranquilamente y luego no recuerda haber dicho”.
En España, papeles que son el alimento intelectual de las “elites” han pedido la derogación de la Constitución americana del 87… “por anacrónica”. Y por rácana, pues ¿qué son 7 artículos ante los 223 del Estatuto catalán?
La curva de Trump será aún más divertida que la de la Estafeta.