PATRICIA SVERLO.

El día de su santo, en una costumbre que después heredó su hijo “Juanito”, el conde de Barcelona celebraba grandes fiestas. Y como todo el mundo quería salir en las fotos con él, Don Juan hacía avisar a un fotógrafo profesional, César Cardoso. Pero después Don Juan tenía la curiosa costumbre de llevar las compras personalmente: él mismo iba a recoger las copias al fotógrafo, se las compraba y después las revendía a los invitados. Hacía lo mismo cuando los fotografiaban en grupo en Villa Giralda o en el Club de Golf.

La familia real Borbón no era la única que se había instalado en Estoril en aquella época de “dry Martini” y rosas. El vecindario no podía ser mejor. Aparte de residentes de lujo como el almirante Nicolás Horty (que había sido regente de Hungría y había combatido a favor de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, posteriormente acusado de crímenes de guerra y liberado en 1946 con tal de vivir siempre en el exilio), el barrio de Monte Estoril estaba lleno de palacetes habitados por reyes en el exilio. Como el rey Carol de Rumanía y su esposa, la presunta familia real de Francia, la de Bulgaria, la del Brasil… Y también la del ex-rey de Italia, Víctor Manuel, con toda su prole, que había tenido que abandonar su país en 1946, tras el referéndum que puso fin a la monarquía, acusado de connivencia y simpatía hacia Benito Mussolini. Todos vivían felices esperando tiempos mejores. El barrio tenía tantas figuras que hasta los jugadores de mus solían decir: “Tiene más reyes que Estoril”.

La familia de Don Juan tenía relación, sobre todo, con los italianos y los franceses. Eran amigos, se trataban de tú, hacían excursiones juntos, se visitaban asiduamente, asistían en grupo a los mismos espectáculos y sitios de recreo, tenían profesores comunes para los hijos.., y los niños de Don Juan, como era lógico, tenían que compaginar toda esta vida con los estudios, primero en el colegio de las monjas de Zamora y más tarde en los Salesianos. En los Salesianos, a “Juanito” le explicaban las lecciones aparte de los demás niños, en el despacho del padre Valentini. Además, seguía con las clases especiales en Malmequer, tanto en verano como en invierno, y con la presencia constante de la sombra de su preceptor, Eugenio Vegas Latapié, que le abucheaba a diestro y siniestro. Un día le dijo: “Por este camino, nunca podrá ganarse la vida. Y tal como está el mundo, todos debemos prepararnos para poder trabajar de un modo u otro”. “Juanito” se quedó muy afectado y al día siguiente desapareció. Cuando volvió a Villa Giralda, dijo que había estado recogiendo pelotas en el Club de Tenis y le enseñó a su preceptor un puñado de monedas que tenía en la mano: “Tú creías que no me podía ganar la vida… Claro que sí”. La de las pelotas fue la única actividad remunerada en la que tuvo que doblar la espalda, que recuerden quienes, hasta hoy, han hecho públicas sus memorias.

Aparte del hecho de que “Juanito” no era demasiado listo, dicen los amigos que tuvo en aquella época que tampoco era atrevido y no solía tener éxito con las mujeres. Cuando ya era adolescente, aunque durante la semana prácticamente no le veían porque tenía que estudiar mucho, los fines de semana le dejaban salir algo e iba a bailar a una boite llamada Ronda. A pesar de las dificultades, tuvo varias “novias”. En primer lugar, Chantal de Quay, una belga muy adelantada y moderna para la época. También vivió una pasión profunda por una tal Viky o Piky, de la familia Posser de Andrade, que le acabó robando su amigo Babá Arnoso. Pero la más importante fue María Gabriela de Saboya, la segunda hija de las tres que tenía Humberto, aspirante al trono de Italia. La hermana mayor, María Pía, tenía fama de inteligente; la pequeña, Titi, de alocada; y Gabriela, de “paradita”, de ser “la más sosa”, aunque era, eso sí, la más guapa de las tres.

Así vivieron, matando el tiempo, en la que para el resto de Portugal fue la dura etapa de la dictadura de Oliveira Salazar. A finales de los años cuarenta y durante los primeros cincuenta, en el margen sur del río Tajo, zona industrial con abundante población obrera, “el cinturón rojo” del Alentejo, había huelgas y manifestaciones constantes. La detención, tortura, juicio y condena a cadena perpetua del líder comunista Alvaro Cunhal en 1950 fue uno de los puntos culminantes. Lo que para las clases dominantes en el exilio era el paraíso significaba un campo de concentración de mordaza y miseria para la población lusitana.

El ruido de la lucha de clases casi no llegaba a la residencia de los condes de Barcelona. Tras Bel Ver, donde vivieron desde l abril de 1946 hasta finales de 1947, se fueron a Villa Giralda. No se sabe con qué dinero consiguió comprársela a los Figueredo el supuestamente arruinado Don Juan. Pero no debieron darse demasiada prisa, puesto que antes de trasladarse definitivamente, en 1948, hicieron unas obras importantes para habilitarla que duraron casi un año. Villa Giralda estaba rodeada de un jardín de más de 3.000 metros cuadrados, contaba con 51 habitaciones y una terraza que miraba a la costa de Cascais. Cabían hasta 400 personas, a juzgar por algunas fiestas que tuvieron lugar allí. Muy sensibles a la realidad social, los condes de Barcelona formaban en el jardín, una vez por semana, una ordenada fila de pobres, a quienes daban de comer. No se sabe si las sobras de los ágapes reales o un menú de puchero para sans-culottes.

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