PATRICIA SVERLO.
Lo único que ocurrió fue que Franco siguió los consejos de lo que se conocía como “el búnker” o “aparato del Pardo”, un grupo muy próximo a él que integraban su señora, Carmen Polo; su yerno, el marqués de Villaverde; su médico, Vicente Pozuelo; y sus ayudantes, el general José Ramón Gavilán y el capitán de Marina Antonio Urcelay. Arias Navarro representaba para ellos la garantía de que podrían seguir allí, mandando, en el futuro. Para el grupo “Lolita” todo se derrumbó momentáneamente. Los seguidores del almirante fueron destituidos en cadena: Gregorio López Bravo, José María López de Letona, Gonzalo Fernández de la Mora… Torcuato Fernández Miranda, que también pronunció un simpático discurso en aquella época, como despedida de su cargo, en el que hablaba de “nubarrones” y otros fenómenos atmosféricos que padecía España, fue prácticamente expulsado de la vida política y tuvo que refugiarse en la residencia del Banco de Crédito Local. Laureano López Rodó tuvo más suerte, con un nuevo destino en Viena, como embajador. Pero ellos y los demás volvieron después, con la subida al trono de Juan Carlos.
Por lo demás, que Arias estuviese al frente no sería tan trascendental. Quizás no era tan hábil como Fernández Miranda, lo que podría haber dificultado el cambio pacífico y sin ruptura. Pero los planes USA siguieron adelante con él. En el entorno del príncipe no hubo cambios. El trabajo de sus colaboradores continuó en la misma línea. Y Arias, a su manera, elaboró el borrador de su propio plan de transición pacífica. El 12 de febrero de 1974 lo expuso ante las Cortes en un memorable discurso, que retardaba un poco el ritmo sobre el plan de los del Opus, pero no introducía cambios sustanciales. Su programa, como el de aquéllos, rechazaba toda “ruptura”, opción por la que se luchaba en los movimientos populares. La diferencia entre Arias y los tecnócratas estaba en el hecho que el aperturismo proyectado se basaba en la modificación de las Leyes Fundamentales no por la vía de la reforma, como en el plan del Opus, sino por la vía de la interpretación. Igual que la “Operación Lolita”, el “Espíritu del 12 de octubre” de Arias Navarro consistía en “vestir al muñeco” del franquismo con un nuevo disfraz, sin cambiar la esencia. Para poner su plan en marcha, el 16 de diciembre de 1974, Arias aprobó el Estatuto de las Asociaciones Políticas, de tan corto alcance que les pareció ridículo hasta a los mismos falangistas.
Con la “Operación Lolita” o sin ella, fuese como fuese, el Régimen pudo recomponer la situación política sin excesivos problemas tras la muerte de Carrero. Esto no quiere decir que, en un principio, no supusiera en efecto un momento especialmente peligroso, por el hueco momentáneo de poder que implicaba, para la estabilidad. Así lo creyeron, entre otros muchos, Trevijano y Don Juan, que vieron entonces una oportunidad, apoyándose en la oposición democrática, para provocar la ruptura con la finalidad particular, en el caso del conde de Barcelona, de recuperar la corona que había perdido su padre y que ahora le quería quitar su hijo.
Esta vez fue Trevijano quien telefoneó a Don Juan, y no al revés, tan pronto tuvo noticias de lo que había pasado. Y le organizó en París, en el Hotel Meurice, una entrevista con todos los exiliados, con los intelectuales, con la gente del Ruedo Ibérico… La idea era que Don Juan hiciera unas declaraciones al diario francés Le Monde, la biblia del progresismo europeo, en las que se manifestara en contra de todo lo que significaba la dictadura. Naturalmente, las declaraciones eran fruto de la creatividad de Trevijano, y se resumían en doce puntos clave, que incluían la amnistía, la legalización de todos los partidos políticos, un referéndum para decidir si se quería monarquía o república, el reconocimiento de los derechos de las diversidades nacionales del Estado, el establecimiento completo de las libertades y derechos civiles, la libertad sindical y de prensa, la independencia del poder judicial y la separación entre Iglesia y Estado. Tras las declaraciones, los diversos partidos políticos y grupos de la oposición se fueron sumando en cadena, apoyando la declaración, para crear una situación irreversible de ruptura con el Régimen. Todos aceptaron el proyecto. Don Juan se hizo demócrata para la ocasión y también accedió. La publicación estaba prevista para el día 28 de junio. Pero cuando ya estaba todo listo, la intervención de Juan Carlos y de los consejeros tradicionales de Don Juan estropeó el asunto en el último momento. Aunque estaba claro que la iniciativa suponía la ruptura, a la vez que con Franco, con su hijo, Don Juan tuvo la ocurrencia de consultárselo en una entrevista en Palma de Mallorca, adonde había ido a reparar su barco. Como prueba de que tras la muerte de Carrero no veía la cosa tan mal como Fernández Miranda y los otros, el príncipe hizo todo lo que pudo para sacarle la idea de la cabeza. Por otro lado, los consejeros del conde insistieron en el hecho de que la Restauración sólo se podía hacer con el apoyo del Ejército, y que aquello supondría el fin de la monarquía, cuestión en la que, probablemente, tenían toda la razón. Y, finalmente, muy cerca ya del día 28, en la segunda quincena de junio, el secretario de Don Juan telefoneó a Trevijano para decirle que no podía hacer las declaraciones. Don Juan no se atrevía, decía que estaba abandonado por todo el mundo, que no contaba ni con el apoyo familiar ni con el de los monárquicos, que el único que creía en él era el mismo Trevijano… Sin darse por vencido, Trevijano no tuvo más remedio que seguir adelante sin él. Transformó el texto de las respuestas de Don Juan en los doce puntos de la declaración programática de la Junta Democrática, una nueva plataforma que agrupaba a varios sectores de la oposición, que se reunió por primera vez el 25 de julio de 1974 en el Hotel Intercontinental de París.
Éste sí que fue el final definitivo de Don Juan. Éste, que siempre se daba cuenta un poco tarde de las cosas, en julio de 1974 todavía hacía declaraciones de cariz liberal, como si aún estuviera a tiempo de algo: “Concibo la monarquía como garantía de los derechos del hombre y sus libertades…”. Cuando las hizo, se le prohibió poner los pies en España y Juan Carlos tuvo que pedir disculpas, deplorando sus palabras delante de Franco, que le dijo: “No se preocupe. Otras veces hemos superado circunstancias parecidas”. El príncipe, emocionado, le abrazó efusivamente.